Perseguida Por Hematófagos

II.- Extraños.

En alguna ciudad de Santa Fe, Argentina.
 


 

Después de entrar en el apartamento las luces fueron encendidas y puedo ver el interior. Su casa me pareció pequeña y de alguna manera sentí que era acogedora. A un metro de distancia de la puerta de entrada del lado derecho estaba el living, compuesto por un sofá-cama tapizado en color negro. A unos metros más allá del sillón hay una puerta ventana que lleva al balcón donde se ve la silueta de lo que parecen ser unos silloncitos. A la izquierda del departamento la cocina parece bastante amplia y una barra desayunador divide ambas estancias. De frente a la entrada hay dos puertas. Al cabo de un momento me giro al hombre que mirándome a los ojos se presenta: 
 


 

—Soy Cristóbal. El baño está por allí, puedes ducharte ahora si lo deseas—. Dice señalando la puerta de la izquierda—. Te buscaré toallas y algo de ropa mientras te bañas—, agrega tras cerrar la puerta del departamento con llave.
 


 

—Te lo agradezco, mi nombre es Solanna. No eres uno de ellos, ¿o sí?— Le pregunté temblando.
 


 

—No, no lo soy. Soy humano, al igual que vos.
 


 

Le sonreí levemente haciendo que me devuelva la sonrisa. Luego fue a encender el termotanque que se encontraba en un rincón de la cocina. Me apresuré a entrar en el baño, cerrando la puerta de inmediato. Abrí la ducha y me saqué la escasa ropa que llevaba puesta, estuve unos minutos sentada en el piso de ella mientras el agua caía sobre mí cuerpo; hecha un ovillo, me abrazaba las piernas tratando de analizar todo lo que había pasado. Al cabo de lo que me pareció un momento la puerta se abrió, por suerte había recordado correr la cortina de la ducha.
 


 

—Solanna, ¿está todo bien? Siento entrar así, toqué varias veces y te he llamado. Me preocupé al no obtener una respuesta. Pondré tu ropa a lavar, sobre el lavarropas encontrarás las toallas y ropa para que te cambies aquí.
 


 

—Eee-Estoy bien. Gracias—. Contesté apenas, no muy convincente.
 


 

—De acuerdo. 
 


 

Dijo sin más antes de marcharse, sentí la puerta cerrarse y en una larga exhalación solté el aire que no sabía que estaba conteniendo. Luego, lavé mi cuerpo refregando con rabia cómo si de esa forma pudiese borrar todo lo que había vivido horas antes. De igual forma lo hice con mi cabello. Al terminar me sequé rápidamente y busqué la ropa que me había dejado. Me sorprendió encontrarme con un conjunto de ropa interior completamente nuevo y sin usar color crema. Me coloqué las prendas, extrañada de que fueran de mí talla. La demás ropa consistía en una remera que me cubría medio muslo y unos leggings.
 


 

Salí del baño sintiendo el rico aroma proveniente de lo que se estaba cocinando en la estufa. Mi estómago rugió, no había sentido hambre hasta entonces. Cristóbal se encontraba de espaldas concentrado en la comida. Percatándose de mi presencia se dio la vuelta y extendió hacia mí un plato que había sobre la barra, para que tomara un sándwich. —¿Te importaría vigilar que se termine de cocinar mientras me baño?
 


 

—Sí, está bien.
 


 

Esperé a qué se dirigiera al baño para rodear la barra y echarle un ojo a la comida. Nuestra cena sería una sopa de verduras, la probé y tenía muy buen sabor. No faltaba mucho para que todo estuviera bien cocido y me pregunté cuánto tiempo había pasado bañándome. Pasó una media hora cuando todo estuvo cocido y apagué la hornalla. Al darme vuelta Cristóbal salía con una toalla alrededor de la cintura. Aparté la vista enseguida, sintiéndome incómoda.
 


 

—Lo siento, olvidé llevarme la ropa. ¿Estás bien? Hablando de ropa, la tuya ya está lavada. Puedes colgarla en el balcón, hay un tendedero allí. 
 


 

—Gracias, ahora la saco.
 


 

Él entró al cuarto sin darse vuelta mientras yo iba al baño por la ropa. Tomé una pequeña cesta de plástico que había para llevar la ropa. Al salir al balcón el aire frío me hizo temblar. Colgué la ropa y me quedé contemplando el cielo por un momento. Los alrededores estaban en completo silencio. Cristóbal tocó el vidrio detrás de mí, lo que produjo que me sobresaltara y me hizo señas para que entrara al departamento. Luego nos sentamos en la barra mientras él servía la cena, tenía mucha hambre y la sopa caliente realmente estaba deliciosa. Comimos en silencio, lo cual agradecí, no hay mucho que dos extraños puedan decirse, a decir verdad.
 


 

Al terminar, Cristóbal se encargó de limpiar todo y me dijo que podía dormir en su cuarto. Pregunté entonces, en donde dormiría y respondió que dormiría en el sofá. Me dirigí a la habitación y al acostarme bajo las mantas una sensación extraña se apoderó de mí al no estar en casa, supe en ese momento que no podría conciliar el sueño. Las lágrimas comenzaron a salir y me abracé a mi misma nuevamente. Las horas pasaban y poco a poco las lágrimas cesaron, los párpados comenzaron a pesarme y caí en un profundo sueño.
 


 

* * *
 


 

A la mañana siguiente desperté a media mañana, ya no podía dormir y el ruido de la ciudad se abrió paso hasta despertarme. Estoy toda sudada, he tenido pesadillas toda la noche. Salgo de la habitación, el departamento parece estar en silencio y el hombre no se ve por ningún lado. Hay unas bolsas en el sillón, las miro y dentro tienen ropa de mujer nueva. Voy al baño a ducharme, me cambio haciendo nota mental de darle las gracias luego. Pongo a lavar la ropa sudada y mi estómago ruge. Vuelvo a la sala, recojo las demás bolsas y las llevándolas a la habitación y después busco que desayunar. Decido tomar un café y comer unas facturas frescas que encuentro en la alacena. Me dispongo a revisar lo que hay para cocinar y decido preparar algo para Cristóbal como agradecimiento. 
 




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