Perversa Fantasía

Capítulo I. La dama de plata. Parte I

       —¿Supiste algo de Thomas y los otros?

     —Randy y Melody continúan haciendo trabajados administrativos en Alaska, castigados como si fueran niños —respondió masticando bronca—; y de Thomas ni noticias. ¿Crees que haya hecho alguna locura?

     —No lo sé; ni siquiera puedo imaginar lo duro que fue todo aquello para él.

     —¡La encontré! —vociferó haciendo saltar a Stephanie de su silla—. Al fin sabremos quién era esa mujer.

     —Necesitamos su nombre, dirección, antecedentes; todo.

     —En un segundo podré decirte hasta su crema dental favorita —respondió con una sonrisa dibujada en los labios.

     —Ojalá pueda darme las respuestas que busco o cuanto menos guiarme hacia ellas.

     —No vas a creerlo, pero tenemos un problema grande como esta nación —farfulló sin quitar los ojos de su monitor.

     —No me asustes ¿de qué se trata?

     —Nuestra mujer misteriosa es Madelyn Gagnon

     —Imposible —susurró mientras llevaba las manos a su rostro pálido.

     —Esto no me gusta nada amiga; tal vez será mejor que desistas de hacer este viaje. Si la ministro de educación canadiense estuvo en esa subasta, significa que lidiamos con gente muy peligrosa; una red que ni siquiera podemos imaginar dónde termina.

     —Voy a necesitar que me proporciones toda la información que puedas recabar de esa maldita — insistió tragando saliva, fingiendo fortaleza.

     —¿Sabes que es una locura, cierto?

     —¿Tienes otra idea para llegar hasta Daisy Corvelo?

     —Thomas es un hombre inteligente, astuto y demente que de seguro  puede arreglárselas solo —respondió tomándola de las manos.

     —Él haría esto y más por cualquiera de nosotros.

     —No me malinterpretes —carraspeó—, sabe Dios que amo a Thomas y estaré siempre a su disposición, pero esto es muy grande; es un mundo que no conocemos.

     —Por eso debemos prepararnos bien, no debemos dejar ningún detalle librado al azar.

     Estaba aterrada. Tirada en el sillón que adornaba la sala de comandos en el departamento de su buena amiga, simulaba que dormía mientras pensaba que esta misión suicida bien podría ser lo último que hiciera Stephanie Turner. No podía recordar cuándo fue que tomó la decisión de hacer justicia por mano propia. Sin embargo, pese a su ímpetu soberbio y osadía caprichosa, resultaba innegable que la fuerza que la movía tenía su raigambre en algo mucho más profundo que cualquier convicción, en algo invisible, en esa cosa indescriptible que nos ata y nos empuja a realizar cualquier locura por más demente que fuera; esa pulsión inmanejable que recorre las venas y la sangre y va directo, no al cerebro, sino al corazón; fiel y leal promotor de aquellas irreversibles situaciones que no tienen solución ni sentido. Solo un sentimiento de ese calibre podía explicar o dar respuesta a los incontables e inimaginables caminos sinuosos que estaba por recorrer en soledad, apenas con la compañía perpetua pero vacía de un dolor que había hecho propio, tatuándoselo en la sangre como si fuera un juramento, un pacto indeleble con la muerte.

     Entrada la madrugada, bajo el monopolio absoluto del silencio alarmante, Charlotte terminó la expedición que la llevó mucho más lejos de lo que pensaba y aunque la recompensa fue bien recibida, las consecuencias del hallazgo encendían todas las alarmas de la operación suicida por venir.

     —Si ya estabas sorprendida con el nombre de esa mujer, espera a que te diga lo que descubrí buceando en las alcantarillas inexpugnables de Internet.

     —Me estás asustando.

     —Existe un mito, una leyenda urbana sobre una mujer misteriosa que se pasea por las calles de Canadá a altas horas de la madrugada, recaudando el dinero de largas y agotadoras noches de lujuria —soltó como un murmullo.

     —No entiendo nada lo que estás diciendo —se quejó Stephanie mientras se desperezaba.

     —Según entiendo, en las calles de la capital hay un amplio catálogo de oferta sexual.

     —¿Prostitución, explotación de personas? —preguntó frunciendo el ceño.

     —Me inclino más por la prostitución; pero seguramente ambas.

     —¿Y qué tiene que ver eso con la ministra?

     —Las muchachas deben dar el dinero de esas relaciones furtivas a sus representantes.

     —Cafishos querrás decir —interrumpió vehemente.

     —Y esos sinvergüenzas, a su vez, pasan toda la recaudación a una mujer a la que han apodado «La dama de plata»

     —Sigo sin ver la conexión…

     —Pues, estoy casi segura que «La dama de plata» no es otra que Madelyn Gagnon.

     —¿Dices que la ministro de educación canadiense pasa las noches recolectando dinero de la prostitución? —preguntó con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.

     —Y quién sabe de qué otras actividades también —dijo elevando las pestañas—, después de todo, no te olvides que estaba en ese hotel donde lo que se subastaba no eran diamantes u objetos históricos.



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En el texto hay: misterio, romance, criminales

Editado: 26.09.2020

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