Regreso al dormitorio aun en shock. No puedo creer que olvidé el pequeño detalle del vidrio, ahora sí podrán hilarme al crimen. Solo con un tinaco de suerte, la policía no lo encontrará o no lo procesará o no lo tendrá en cuenta. ¡Esta masacre se hará viral! Harán todo por encontrar culpables.
Estoy jodida.
Independientemente de lo que ocurra, no arrastraré a mi mierda a los demás, este error es mío y tendré que pagar por ello. Me lo merezco.
Una profunda angustia nace en mi mente y se clava en mi corazón. ¿Cómo pudo ocurrir semejante masacre y no darme cuenta? La forma tan violenta en que fueron asesinados no pudo pasar desapercibida. Debió haber gritos de terror, palabras de súplica y lamentos de dolor. Por muy ebria que estuviera debí escuchar algo, todos debimos escuchar algo. A menos que, estuviéramos drogados y eso es malo porque jamás me drogaría por voluntad propia; eso significa que alguien lo hizo por mí.
Trato de recordar, pero es inútil. Me viene a la cabeza una voz suave, rítmica y tranquila. Está tarareando una canción desconocida, me provoca miedo, pero al mismo tiempo me cautiva. Es algo muy lejano y borroso, más que un recuerdo, parece un invento desesperado de mi mente por llenar el vacío.
Siete jodidos muertos y una de las víctimas es Raquel.
La puta madre. Si pienso en ella, no logro evocar el recuerdo de su sonrisa ni de su voz alegre, cada vez que la imagino diciendo que construirá una carretera enorme, solo veo su rostro hinchado, los labios azulados y los ojos sin vida inyectados en sangre. Me causa pena Dalia porque ella la vio colgada, pero si la hubiese visto yo, seguramente me quedo traumada de por vida.
Comienzo a cantar canciones de elefantes que se columpiaban para no revivir la escena completa en mi mente. Fue demasiada sangre, tan explícito, tan infame.
Giuliana sigue durmiendo profundamente, se ve tan calmada que me da envidia. No creo que pueda volver a dormir, voy a tener que ver a un terapeuta, si no, las imágenes rondarán mi cabeza para siempre y en algún punto perderé la cabeza.
Un potente retortijón nace en mi estómago y vomito en el lavabo. Mis arcadas son sonoras, la quemazón en la garganta es dolorosa. El producto es amarillo-verdoso, tiene que ser bilis, no he comido nada desde hace más de doce horas. Me miro en el espejo, lo que me devuelve la mirada es un retrato bizarro de mí. Mi piel oscura se nota pálida, no blanca, por supuesto, pero me veo enferma; las ojeras moradas se acentúan por ello. Mis ojos oscuros lucen exhaustos. El cabello ondulado y castaño aún está mojado, parece una descuidada enredadera. Me veo fatal
Dentro de todo, una idea que estaba evitando por sacar a la luz se abre paso entre mis pensamientos. Es un oscuro presentimiento que no externaba por una obvia razón; no querer ser presa del terror.
Pero la interrogante es imposible de ignorar. De once personas, cuatro sobrevivimos. Alguien decidió asesinar horriblemente a los demás y nos dejó vivos a nosotros ¿Por qué había alguien encerrado en el clóset, alguien despertó en un rincón bajo una maceta y otra chica apareció en el baño? ¿Por qué sobreviví y estaba cómodamente dormida en un sofá?
La habitación comienza a dar vueltas, mi visión se torna borrosa al tiempo que una punzada atraviesa mi abdomen. Y entonces todo se vuelve negro.
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"Kendra, reacciona, por favor di algo. Kendra. ¡Kendra!"
Un latigazo caliente traspasa mi mejilla. Un adormecimiento se adueña de ella y baja hasta mi cuello. ¿Qué carajo? Me han dado una bofetada. Trato de hablar, pero lo único que escucho son quejidos, un dolor en el hombro derecho me impide levantar correctamente, las piernas no me responden, apenas logro mover un pie. Poco a poco, voy abriendo los ojos, la luz es molesta para mi sensible vista, que quiten el maldito foco de mi cara. ¿No ven que van a dejarme malditamente ciega?
―¡A huevo! ―exclama una voz ligeramente familiar―. Está reaccionando. La bella durmiente no estiró la pata.
Inútil de mierda, está viendo que no puedo ni moverme y todavía se pone a hacer bromitas. ¿Se cree comediante? Don comedia nos va a matar de risa.
Entrecierro los ojos para enfocar la mirada, reconozco a Giuli quien me mira con preocupación, hasta ahora me doy cuenta de que tengo una toalla húmeda en la frente y ella la sostiene. Al otro lado hay una chica de cabello color caoba. Tengo su pelo casi en mi boca, es imposible no notarlo. Todavía tiene la mano alzada, perfecto, ha sido delatada; ella me abofeteó.
A lo lejos, recargado en una pared, está el chico de la lotería... Joan. Me observa con la cabeza ladeada y la boca entreabierta. Él es el dueño de la voz familiar, ahora lo reconozco. Y a todo esto, ¿quién es la chica que nunca en mi vida he visto?
―Estoy bien ―me levanto y el dolor del hombro se extiende hasta el codo―. ¿Qué es todo esto?
Me quito la toalla de la frente y la aviento. Sé que Giuli lo hizo con ánimos de ayudar, pero me siento abrumada, necesito que se alejen de mí.
―Te caíste, o eso creo, me desperté y te encontré tirada en el piso, traté de despertarte, pero no reaccionabas ―luce apenada―. Tuve que pedir ayuda.
Pues por eso me duele como la mierda el hombro. ¡Caí sobre él! Menos mal no me pegué en la cabeza... Aunque si el golpe me borraba la memoria, habría sido beneficioso, el suceso ya no me atormentaría. Oh, no, ¿ya se sabrá? ¿Qué hora es?
―Las nueve con cinco.
Al parecer la pregunta salió en voz alta, pues Joan me muestra su reloj desde lejos. ¿De verdad cree que veo una mierda desde aquí?
―¡Es por acá!
Alguien grita dos segundos antes de que otra chica y una mujer de bata blanca entren a la habitación ¿Mandaron traer a una doctora?
―Me dicen que te llamas Kendra, ¿cómo te sientes?
Me echa una luz en los ojos para revisar mis reflejos, escucha mi corazón y también mis pulmones. Todos, repito, todos me están viendo. Me siento como un sujeto experimental.
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Editado: 01.11.2024