―Sí fui a la fiesta, así como cientos de estudiantes más ―digo tranquilamente―. Me siento mal por lo ocurrido, pero soy nueva, no conozco a nadie. ¿Tú no fuiste?
Creo que soné muy a la defensiva, pero no mames, en la maldita historia aparezco junto a una estatua en forma de ángel y estoy viendo fijamente al tal Ramiro; parezco poseída. Definitivamente estoy ebria como una cuba. Y entonces se acerca alguien de saco negro cuyo rostro es imposible de ver nítidamente y comienzo a charlar animadamente con él. Genial, se me salió el chamuco y parezco una chica normal. ¿Qué mierda? Extiendo la mano hacia él y entonces se cruza el rostro extasiado de Ramiro para decir que es la mejor fiesta del mundo.
Sí, bueno, estuvo tan buena qué en lugar de quedarse, se fue, pero del mundo de los vivos. Oh, por dios, no acabo de tener ese pensamiento. En serio no.
―Claro que no ―dice la morena con desagrado―. Son los Diener, qué asco. Hicimos nuestra fiesta casera ―le lanzo una mirada a Juan Pablo, parece avergonzado―. Igual se descontroló.
¿Juan Pablo no fue a la fiesta? No, eso no es posible. Si el viernes en clase de diseño se veía enamorado de Marlene. Trato de recordar, lo debí haber visto en algún momento, pero creo que no fue así. Llegué con Raquel, bebí, fui al baño, bebí, bailamos Tusa (me quedó perfecta la canción), bebí, le dije a Raquel que nos teníamos que ir. Sí, jamás me topé con Juan Pablo. Idiota de mí, solo fui a la fiesta por él, para vigilarlo y ni siquiera estuvo.
―Vale, pues, un gusto hablar contigo ―hago una pausa, los de soccer se están dispersando―. Pero tengo prisa.
Me alejo, necesito darme un respiro. ¿Quién es la persona con la que me puse a platicar? Oh, mierda, no recuerdo nada de eso. Ver a Ramiro vivo, aunque fuera en video, fue una puñalada helada. Se veía tan feliz, tan despreocupado, tan joven. Oh, santa mierda, otra vez veo la imagen de Raquel con la soga al cuello.
Llego hasta el campo de soccer y veo a un jugador sudoroso que abraza a una chica vestida de negro. ¿Está de luto? A un par de metros de allá, diviso a Pavel, aun estando lejos lo reconozco. Se encuentra entre un grupo de cuatro universitarios que discuten acaloradamente, Pavel parece distante, sus ojos ven más allá de sus amigos, más allá de la portería, me ve a mí. Y entonces me reconoce.
Se tensa de hombros y las venas de su cuello se marcan con fuerza, pero no parece enojado. Me contengo de alzar la mano y saludarlo como si esto se tratara de una puta reunión de amigos. Trago saliva, le lanzo una última mirada y me siento en una banca incómoda.
A los tres segundos, alguien toma asiento a mi lado, no tan cerca para no levantar sospechas. Por un demonio, que se quite la maldita sudadera.
―¿Qué te pasó en la cara?
Una parte de mí tenía la esperanza de que Juan Pablo lo notara. La parte racional que se supone es la dominante, quería que mi ex se preocupara un poco. Pero no, es Dalia quien pregunta. Medito muy bien mis palabras antes de hablar, esta chica es de las que entran en pánico fácilmente.
―Estamos en público, hay que ser discretos ―utilizo una voz pausada y despreocupada―. No es para asustarse, pero alguien me atacó en la mañana.
Y me robó la bolsa que contenía la ropa con sangre y mi ADN.
―¡¿No es para asustarse?! ―se abanica la cara con las manos―. ¿Quién era? ¿Qué te hizo? Si quieres ir a denunciar, puedo acompañarte.
Esta chica no entiende. Y su voz chillona comienza a exasperarme. Me debato entre mostrarle el mensaje o no, por lo que ha dicho, a ella no la han acosado, nadie le mandó fotos de ella dormida ni la atacaron a plena luz del día. Si eres la única persona a la que le ocurren cosas "raras", es normal que piensen que escondes algo, algo más incluso que despertar con muertos. Y a juzgar por la actitud de Dalia, pensará que tengo algo que ver.
―Díganme que tampoco durmieron una mierda ―Pavel toma asiento entre las dos, adiós discreción―. Cada vez que cerraba los ojos veía la garganta rajada del tipo del sillón. Opté por no cerrar los ojos.
―Dijiste que había muertos en la sala ―Pavel se cruza de hombros cuando le pregunto―. ¿Viste a los dos?
Pavel niega lentamente con la cabeza.
―El pendejo escuálido salió de la nada antes de que pudiera revisar al otro ―a lo lejos veo una sombra, parpadeo y ha desaparecido―. Pero estaba muerto, si no, habría despertado.
No a fuerzas, tal vez estaba muy drogado o muy ebrio o ambas. Hicimos ruido cuando limpiamos, también cuando Sebastián y Pavel pelearon, pero si estás noqueado, no te despiertas.
―Es que hay seis muertos.
Pavel no cree hasta que le muestro la noticia; Dalia, como era de esperarse, se abraza a sí misma y se hace bolita en la banca. Estoy segura de qué de haber estado en un lugar un poco más privado, Pavel habría mostrado su repertorio de groserías sin dudar, ahora solo maldice mientras jura que daría una pierna por volver el tiempo para evitar ir a la fiesta.
Mete la mano en la mochila y saca una botella de agua. Nada raro, ¿cierto? Excepto porque el líquido es rojo y espeso. Pavel, asustado, la aviente de regreso a la mochila. Miro alrededor, pero creo que nadie vio. Unos jugadores bromean más allá, dos porristas se abrazan, un entrenador habla con un chico.
―¿Era sangre?
Dalia chilla al hacer la pregunta, joder, me pegó un susto. Pavel se mira las manos como pensando si acaso se ha manchado, luego se levanta de un salto.
―Juro que no es mío ―balbucea nervioso―. La botella sí, pero no le metí eso.
―No sabemos si es sangre ―me va a dar un ataque o algo―. Es rojo, viscoso... Pero podría ser de animal.
O de humano, claro ¿de alguna víctima muy reciente? Espero que no. Vale, esto me da un poco de esperanza porque no soy la única a la que le ocurren cosas.
―¿De quién mierda es esto?
Ya. No más sorpresas por favor. Pavel alza una tanga color rosa y la mira con una mezcla de impresión y asco. No entiendo el por qué hasta que noto unas manchas de sangre. Dalia brinca desde su lugar, toma la tanga, la arruga y la mete en el bolsillo de la sudadera.
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Editado: 01.11.2024