Giuli y Hernán me abrazan y dicen palabras de aliento. Joan se queda a mi lado y solo pone una mano reconfortante en mi hombro. Por alguna extraña razón siento que van a sacar el tema de mi desmayo de la mañana, pero no.
El lunes por la mañana nos reúnen a todos en El Queso, me entero por las redes sociales. Camino con Giuli como compañía, varios estudiantes caminamos bajo el cielo oscuro, parece una manifestación. Si el primer día el coliseo me pareció repleto de gente, ahora está abarrotado. Apenas se puede caminar, es más, ni siquiera podemos caminar. Nos hacemos un lugar entre dos chicos y esperamos, pacientes, las palabras del director.
―Estimados alumnos, sé que se han enterado de los hechos recientes ―dice por los altavoces―. Lamento cada deceso de sus compañeros, en cuanto a los seis encontrados en casa del difunto alumno de Ingeniería Química: Silvio Mazo, la policía está haciendo todo por llegar al fondo del asunto. Los padres de los alumnos fallecidos organizaron los funerales el día de ayer, excepto el de Neli Torres que será hoy por la tarde. Su compañero Gibrán Lozano cursaba con depresión, lo atendían particularmente y me temo que no fue suficiente, pues el día de ayer se quitó la vida. Para nosotros, lo más importante es que estén en buen estado de salud física y emocional, por lo que, si creen que necesitan ayuda psicológica, les pido que se acerquen a los consejeros para que reciban la atención adecuada.
El director sigue hablando, pero ya no escucho pues un zumbido se adueña de mis oídos y un mareo se apodera de mi cabeza. Me suelto del brazo de Giuli y me salgo del mar de gente, de un momento a otro me empiezo a sofocar. El funeral de Raquel fue ayer, y no fui porque ni siquiera me enteré.
Maldito infierno el que vivo en este momento, me odio más por haberme dejado convencer por Juan Pablo, jodido imbécil, no merecía nada de lo que le di, por creerle me metí en este enredo. Lo odio, lo detesto, quisiera...
―Ven acá.
Susurra una voz familiar. Sebastián me toma del brazo y me guía hacia la sombra de un árbol bajo la que reposan Dalia y Pavel. No sé si estoy preparada para enfrentarme a ellos de nuevo y menos aún a Sebastián cuyo agarre me aprieta a tal punto de que comienza a dolerme.
―Ahora que estamos aquí reunidos como una puta familia disfuncional ―dice Sebastián con sarcasmo―. Explíquenme esto y esto.
Nos muestra un sobre cerrado color azul con un sello en la parte de atrás y el maldito vidrio que me enterré el cual está dentro de una bolsa de plástico transparente. No sé si sentirme aliviada o aterrorizada. Pavel se levanta de un salto y le arrebata el sobre azul, mira a nuestro alrededor con paranoia y lo guarda dentro de su sudadera. Por mi parte, tomo el vidrio.
―Es evidencia, olvidé esto en la casa y es lo único que podía conectarme con el crimen ―siento unas inmensas ganas de reír de puro alivio―. ¿Por qué lo tienes tú?
―Estaba en mi habitación, sobre mi cama ―sisea cerca de mi rostro―. El sobre estaba dentro de mi libro de Economía. ¿A qué están jugando?
Tomo un respiro y le cuento todo lo que ha ocurrido. Pavel y Dalia siguen enojados conmigo, apenas me miran, pero aportan detalles que me faltan o sus mismas experiencias como que alguien se metió a la habitación de Dalia. Sebastián nos mira entre enfadado, impactado y desconcertado. Al final, parece creernos. Se cruza de brazos, mira sobre su hombro y habla en voz baja.
―Creí que estaba siendo exagerado, pero miren ―alza la pantalla de su teléfono y lo vemos dentro del clóset, amordazado, amarrado y noqueado―. Es un PDF, pero antes era fotografía. Un enfermo me tomó una foto, la convirtió y la guardó en mi teléfono.
Oh, bueno, no soy la única. Tal vez sea buen momento para decirles que yo también tengo una. Dalia suelta una exclamación cuando ve mi foto sobre el sofá. Rápidamente, busca en su teléfono y lo mismo hace Pavel.
La primera jadea al encontrar el archivo, el segundo suelta una maldición. El PDF de Pavel es él dormido en el suelo del comedor, el sobre azul está sobre su pecho cubierto. No es por nada, pero parece muerto. Sebastián abre los ojos con sorpresa y soba sus sienes. Volteamos a ver a Dalia, pero se rehúsa a enseñar la foto, Pavel la sostiene y yo le quito el teléfono. Me quedo estática cuando veo la imagen, mierda. Es Dalia en posición fetal, en su cabeza, amarrando su melena rizada, tiene la tanga color rosa. Ahora entiendo por qué está lloriqueando. Pavel me quita el teléfono para ver la imagen.
―Quien hizo esto nos quiere hacer sufrir ―afirma Sebastián―. Es un puto loco, apuesto a que son dos...o tres.
Y ahí vamos otra vez. Decido pasar por alto el hecho de que usó la palabra "loco", es molesto.
―¿Insinúas que son los Diener? ―cuestiona Pavel quien devuelve el teléfono a Dalia―. No tiene sentido. Estuvimos en su casa, pero amanecimos en casa de un tal Silvio. No creo que los Diener dejaran su casa, fueran a la de Silvio y mataran a casi todos.
―¿Por qué nos quisieron vivos? ―chilla Dalia―. Odio no recordar nada.
Exacto, esa es la clave, recordar. Y si no tenemos memoria, hay otras formas de averiguar. Si la amiga de Juan Pablo me reconoció por la historia del chico de la tina, bien podemos aparecer en otras historias. Les comparto la idea y les parece bien.
La masa comienza a moverse y me doy cuenta de que el director ha terminado su discurso. Es momento de volver a clases.
―Hacemos la investigación ―dice Sebastián―. Hagan todas las anotaciones posibles y hablamos en el funeral.
―¿El funeral?
―De Neli ―responde como si fuera obvio―. Algo esconden los Diener, lo sé, tengo una corazonada. Y si me equivoco, al menos servirá para observar. El asesino irá al funeral, lo tengo por seguro y el acosador también. Miren, no me voy a quedar con los brazos cruzados.
Es la peor maldita idea del mundo, pero no me queda de otra, al menos me sentiré útil.
#801 en Novela romántica
#22 en Joven Adulto
romance accion secretos, ceo dominante millonario celos intriga, secretos divorcios embarazo mentiras
Editado: 01.11.2024