El niño que un día fue, hoy lo mira compasivo. A la espera del desenlace final de una historia que inconscientemente sabe, llegó a su final. Porque desde hace 3 noches un ángel viene verlo, en otros circunstancias quizás esto sería bueno, pero este ángel en particular no viene a darle dones ni a salvarlo, viene a cobrar una deuda. El alma es lo único que un mortal puede ofrecerle a una deidad como moneda de cambio. Pero normalmente los humanos al momento de pagar con algo tan caro no están dispuestos, por lo menos lo más aferrados a la vida, por cualquier motivo que este sea. Siempre buscan eludir el pago.
En este caso no sería la excepción, pero involuntariamente puede librarse de pagar por esta ocasión él no lo sabe pero el ángel sí. La deuda puede evadirse por el momento, pero aun así cuando cualquier humano se cruza con este ángel, nunca vuelven, no de la misma forma. La muerte siempre se lleva algo a cambio de dejarte ir.
No en esta vida pero en la siguiente sí podrá cobrarse el pago.
El ángel es paciente siempre espera a que vivas hasta tu último minuto antes venir a buscarte, pero siempre se puede huir de él sí él así lo quiere, pero nunca es gratis. Cada persona debe ganarse huir de la muerte.
Tu alma es tuya. Mientras tu cuerpo viva. Dijo el sonriente ángel. — al final del camino, está tu libertad.
El hombre con la frente en alta, avanza, no tiembla ante la imponente presencia que tiene delante. Con la cara del cerdo que va camino al matadero paso a paso camina. Solo se detiene para preguntar
¿Qué pasa si no puedo?
La respuesta se queda en silencio, aunque antes de dejar el ambiente precisamente en silencio hacia más ruido que nunca. ¿Pero qué más podía hacer?
Al no escuchar respuesta. Avanza, imaginando las consecuencias de lo que ese silencio significaba. Por eso, Aunque sus pies pesan, él seguirá caminando y si sus pies se rompen, continuará arrastrándose. Después de todo, esa deuda no era suya, él nunca pidió nada a cambio, por lo menos no esta vida. La prueba es difícil, pero seguir viviendo lo vale. Caminar por el mismísimo limbo, hasta su plano existencial, no es algo que cualquiera pueda hacer.
Mientras la ansiedad lo guía en la oscuridad y las almas en pena le gritan por ayuda, el frío sólo hace que el trayecto sea más largo. Su cuerpo pesa 10 veces más que antes y visión no es nada clara. Sus pies descalzos sangran y la sangre se evapora a una velocidad considerable, como si se estuviese volviendo parte del lugar. Con todas las de perder, pensaba en si vivió lo suficiente, si se arrepentía de algo y así miles de pensamientos más, poco pensó en la injusticia que estaba viviendo. Ahora solo se tiene así mismo, algo que no es para nada alentador. Pero hay pequeña esperanza en la que todavía quiere creer. Con gesto cansado, recarga energía solo de la voluntad que guarda. Pero aunque su voluntad sea inquebrantable su cuerpo no lo es. Tarde o temprano ocurrirá, pero mientras siga viendo la pequeña luz esa luz de una en el horizonte que se visualiza a pocos metros, seguirá. Aunque, la vida a la que se aferra con tanta fuerza a paso ligero, pero constante se irá. Tambaleante por el sonido ensordecedor de los gritos de los no vivientes pero no muertos a la misma vez, desorientado por la niebla que su propia sangre creaba y cansado por el insostenible peso de su cuerpo terminó por tropezar y caer, en el suelo rendido, espera un milagro.
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Mientras un relámpago ilumina la noche, el verde de sus ojos pierde brillo de a poco hasta apagarse, hasta que no queda nada más que paz.
Mientras la tormenta se desata y azota con fuerza el techo de un hospital al otro lado del mundo. El llanto de un bebé recién nacido opaca el estruendo generado por los lamentos del cielo.
Una vida se pierde, otra se gana. Este es el ciclo interminable, los mortales por ser mortales deben reencarnar sus almas, para toda la eternidad, hasta lo que hoy conocemos como todo termine convertido en nada. Hasta todo se extinga.