Pesadillas de una mente perturbada

Pesadilla 3: La mujer del rincón

¿Qué harías si sientes que algo te persigue?, sabes que algo acecha detrás de cada paso que das…

El día había sido largo y la jornada de trabajo pesada. A unos cuantos metros de mi casa, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, pude sentir como se erizaban los vellos de mis brazos y un escalo frío recorrió mi espalda, la sensación de que algo estaba posado encima de mí como si fuera un costal de rocas, era molesta.

Rondaban las seis de la tarde y el sol se mostraba color naranja, pronto oscurecería.

«¡Otra vez!» Susurré enfadada, siendo consciente que de algo malo se trataba, después de todo, no era la primera vez que sucedía. La oscuridad llego y aquella sensación no desaparecía. No quería dormir, sabía que, en el mundo de los sueños fuera lo que fuera, me fastidiaría.

Pasaron un par de horas, ya casi eran las nueve de la noche y el cansancio era más fuerte. Decidí ir a “descansar”:

Me adentro en el mundo onírico, la oscuridad abrazaba la habitación, solo la luz de la luna permitía algo de claridad en la alcoba, otra vez estoy teniendo un sueño lucido. Me siento en la cama deslizando mis pies fuera de esta, un aire gélido inunda el lugar y observo detenidamente todo a mi alrededor, buscando indicios de algo diferente, por lo regular, siempre hay algún detalle que marca la diferencia entre la realidad y los sueños, pero todo estaba igual o eso creí…

Pude sentir un escalofrío cubrir mi cuerpo, mis pies temblaban ligeramente y mi espalda pesaba, otra vez esa sensación me perturbaba.

«¡Despierta!, ¡Despierta!» Pensé sobresaltada cerrando mis ojos con fuerza, en un intento desesperado de querer despertar antes de que cualquier cosa apareciera.

Fue inútil, abrí mis ojos y observé entre las sombras. Algo está ahí, en un rincón de la alcoba observándome. Una silueta femenina se difuminaba entre la oscuridad y algunos rayos lunares, se estaba materializando: Era una mujer alta, su cabeza estaba inclinada dejando caer en su rostro una extensa cabellera que se deslizaba hasta sus pies al igual que un vestido espectral de color blanco que cubría su silueta.

Yo estaba paralizada, intentaba moverme, pero era imposible, quería hablar, pero palabras sin sentido salían de mi boca en forma de murmullo.

«¡Despierta!» pensaba casi como una súplica a mí misma. Intentaba recordar esa frase milagrosa que siempre me ayudaba, una frase que en momentos así era bloqueada de mi mente por algún motivo.

En medio del terror que me oprimía, no percibí el momento en que aquel espectro dejó ver su cara. Tenía un rostro delicado, facciones finas y piel pálida. Una mujer hermosa, exceptuando por dos detalles: Su mirada era diabólica, sus ojos parecían brazas ardiendo que chisporroteaban odio y de sus labios finos se asomaban dos extensos colmillos punzantes.

«¿Qué quiere esta mujer?» Me pregunte frustrada, otra vez estaba envuelta en una situación aterradora. Mi corazón se aceleraba y sentí el frio congelar mis pies.

—¿Qué quieres? —dije finalmente titubeando con mucho esfuerzo.

De la nada, aquel demonio estaba a solo centímetros de mí, mis ojos giraban de un lado a otro tratando de percibir cualquier movimiento inesperado de la mujer.

Del vestido blanco emergieron dos manos pálidas, sonidos de lamentos se empezaron a escuchar, ella estaba llorando, sus ojos reverberaban en lágrimas de sangre mientras que sus manos se dirigían a mi cuello. Pude sentir un frio abrazador que me ahorcaba, era asfixiante.

La desesperación me dominaba y aún seguía intentando recordar la frase sagrada, después de unos cuantos segundos pude evocarla y repetirla constantemente en mi cabeza. Aquellas manos heladas desistieron al pasar los segundos, la mujer había dejado de llorar y ahora me veía con un odio amenazador.

La movilidad de mi cuerpo y la fluidez de mis palabras estaban volviendo, y empecé a susurrar la frase como una plegaria. Todo paso demasiado rápido, un grito ensordecedor rompió el ambiente y aquella mujer desapareció dejando detrás un lamento y una ráfaga de viento que agitaba las cortinas del ventanal. Al unísono, desperté… Estaba sentada en la orilla de mi cama con los pies de fuera, el silencio era inminente y la luna seguía iluminando la alcoba mientras que las cortinas se agitaban inexplicablemente…

«¿De verdad fue un sueño?»




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.