Una historia cualquiera, donde una joven entusiasta desea ingresar a un gimnasio local, es quizá inútil a largo plazo, pero tiene metas fijas en su desdichada vida, no es la mejor en sentadillas húngaras ni tampoco la peor con la caminadora que se mece cada dos segundos, bueno igual es tiempo pasado, toma el camino de las duchas mientras se coloca una cinta roja en la cabeza, a través de un pequeño conducto en el techo observa como un gélido viento sopla su cabellera, ¿en serio? -esta hecho trizas, intenta cogerla con la mano izquierda, pero no es suficiente, olvídalo mejor, es tiempo de entrenar, el tipo que dirige es un simplón con mayúscula, y no solo presta atención, sino que olvida tu nombre, -estos inútiles no tienen vida social, -así exclamo el palurdo, nuestra protagonista no voltea y se coloca en posición, es la maquina que gira tus brazos hacia atrás, abriendo las alas hacia un destino peor, como lo odia, pero sin ser un martirio, espera, si jalas muy fuerte te puedes lastimar una escapula invertida, -que, quien no sabe eso al empezar mal… otra vez…