Peter camina por las calles. Lluvia repentina nubla su vista; el frío acecha su cuerpo empapado. Voces empiezan como ecos distantes y se acercan a él cada vez más.
Peter huye.
Peter, desvíate ya.
A la oscura cueva te acercas,
Y de ahí no saldrás.
Las voces se vuelven tan fuertes que retienen su cuerpo, apenas y puede distinguir sus propios pensamientos.
Él no pierde la idea de ir a verlo.
Siente su presencia a cada paso que da. Escucha llaves sonar. Algo cruza por su mente. Reconoce el sonido. Richard, ese día, al lanzarlo a la cueva, las llaves que traía consigo en su bolsillo sonaron en la profundidad al llegar al fondo. Ese mismo sonido lo llamaba. Al llegar a la cueva, temblando de miedo, se asomó a ver. El edor inundó sus fosas nasales. No parecía que hubiese pasado mucho por ahí.
Se da la vuelta. El sonido de las llaves empieza a acurrucarlo. Una mano huesuda se asoma por su hombro.
—Peter, Peter… —Escucho por detrás— Tantas cosas que debiste y no debiste hacer—la cara huesuda de Richard se posó en su hombro— No debiste hostiarme en vida porque yo lo haré en tu muerte. No debiste ahogarme en lodo, porque yo lo haré con tu sangre hirviente. No debiste haberme golpeado sin razón aparente. No debiste haber seguido aquel sonido persistente.
Richard, o lo que quedaba de él, lo tomó de ambos brazos.
—Debiste ser paciente, Peter.
—Perdóname, Richard —se dejó caer al suelo, ya sin ningún tipo de fuerza, totalmente derrotado, cansado del último año.
Richard alzó una ceja en un gesto de desprecio.
—Estoy muerto, Peter. De nada me sirve esto —dijo tomándole del cuello—. Para ti, el dolor ajeno era solo otra forma de entretenimiento, un pequeño alivio a tu propio aburrimiento.
Richard tomo las llaves de su bolsillo, alisto una y la clavó en el ojo de Peter y luego en el otro. El dolor lo hizo soltar un grito inhumano, tan desgarrador que parecía romper el aire alrededor. Peter cayó al suelo. Las gotas de lluvia caían lavando su sangre. Richard tomó su cabeza y la hundió en la mezcla. Al soltarlo, tomo sus piernas y lo arrastro a la cueva. Peter, con el dolor crudo y salvaje, se aferro a la lodosa tierra, sin éxito alguno. Luego envolvió su cuerpo debilitado, como el abrazo de una sombra que nunca se despega y él se deja llevar.
—Lo siento, querido amigo, solo estoy cobrando una deuda. Esto es vida con vida. Debiste dejarme en paz cuando aun podías.
El último grito de Peter se pierde en la oscuridad, como si nunca hubiese estado ahí. La siniestra cueva desprende, entre el silencio que habían dejado, un sonido ahogado.
—¡Peter!
Fin