Esmeralda.
México
Un fuerte portazo me despierta. Me levanto de golpe y veo a mi abuela empacando mi ropa en un antiguo bolso. Sus ojos están rojos e hinchados; puedo adivinar que ha estado llorando. Escucho un estruendo afuera, seguramente mis hermanos se emborracharon y ahora quieren sacarnos de la casa.
Me levanto y abrazo a mi única compañía en estos casos. Suspiro y me dejo acariciar, ella solo asiente y luego me jala hacia su cuerpo.
— Arregla tus cosas, toma lo que más necesites, no volveremos, - declara, y me le quedo viendo. - Apúrate, mi niña, no tenemos mucho tiempo. - Asiento y hago lo que me pide.
Tomo la poca ropa que tengo, coloco todo en el bolso que ella me da y luego me lavo. Me visto y le ayudo a tomar sus cosas. Escucho cómo poco a poco el ruido se va calmando, cómo la música ya no se escucha. Respiro más tranquila; al menos esta vez no duró todo el día. Mis hermanos están acostumbrados a salir, volver borrachos y comenzar a gritar y maltratar en casa. Ya no tienen respeto por nada.
Han perdido el respeto, al igual que perdimos a nuestros padres. Ellos no entienden que abuela María solo quiere lo mejor para nosotros. Perdida en mis pensamientos, solo reacciono cuando ella me hace un gesto. Me preparo mentalmente y salimos rápidamente, bajando por las escaleras y llegando casi corriendo a la puerta de entrada, que está abierta de par en par. Veo a Javier y Antonio dormidos en el sillón, apestando a alcohol; era obvio lo que habían estado haciendo.
Mi abuela jala mi mano y me saca del lugar; yo la sigo unas cuantas calles sin decir nada. Pronto llegamos hasta donde una de sus amigas. Ella le da un par de cartas y luego saca de un atadito un rollito de billetes. Las dos se dan la bendición y seguimos caminando. No quiero preguntar, pero mi curiosidad me mata, más cuando entramos al terminal de autobuses. Mi abuela me pide que la espere y se acerca a una de las cabinas. La veo comprar un par de pasajes y luego vuelve a mi lado, mira hacia unos asientos vacíos, y nos colocamos allí.
— ¿Tienes hambre? -, pregunta, y yo niego. Es la verdad; solo tengo dudas, pero aún no quiero preguntar nada. Ella ya me dirá todo una vez que esté más calmada. — Mi niña —, dice con cierta nostalgia, mientras yo coloco mi cabeza sobre su hombro. - Te pareces tanto a tu madre, eres bella, inteligente, una joya, solo falta que te pulas, que saques lo mejor de ti -. Asiento. - Perdóname por esperar tanto para salir de la casa, pero no podía hacerlo con las manos vacías -.
— No te preocupes, es lo de menos -, le digo. Mi interior gritaba por preguntar todo lo que mi mente necesitaba saber, pero no era el momento. Por lo que me limito a disfrutar del momento. - Tuve lo que necesitaba, incluso un poco más -, le sonrío, y nos quedamos en silencio por algunos minutos.
— Vamos a encontrarnos con tu tía Gloria. Cuando estemos con ella, veremos qué hacemos -, vuelvo a asentir, y nos quedamos allí, sentadas, en silencio, esperando nuestro autobús.
Si nuestro destino era juntarnos con tía Gloria, eso quería decir que íbamos al DF. Nuestro viaje duraría casi 8 horas. Me pongo de pie y ayudo a mi abuela con sus cosas. Nos dirigimos al baño, y allí lleno una botella de agua para el viaje y la meto en mi vieja cartera, mientras ella está en el inodoro. Me apresuro a ir a una pequeña tienda, compro pan y algo para hacer algunos sándwiches. La idea es no pasar hambre, aunque no quisiéramos comer ahora, sé que más tarde lo necesitaremos.
Me muevo rápido porque el altavoz ya ha anunciado nuestro autobús, por lo que en 5 minutos este partirá. Una vez que todo está listo, caminamos hasta el andén correspondiente para hacer la fila y colocar nuestros bolsos. Termino por instalarnos en nuestros asientos. Abuela María se ve cansada, por lo que la insto a que trate de conciliar el sueño. Poco después de que salimos de Jalisco, lo hace, y yo puedo relajarme.
El viaje es cómodo y agradable, pero misterioso. Mi abuela duerme gran parte del tiempo, y solo una vez baja del autobús, aprovechando los 10 minutos de cada parada. Ella se dirige a un teléfono público, pidiéndome que marque un número al que le dice que vamos en camino y que llegaríamos a la casa mientras todavía estuviera claro.
Ella conoce el camino. Eso me desconcierta. Si su hermana nos recibiría, ¿por qué tanto misterio? ¿Por qué no quiere que nos vengan a recoger?
Apenas tocamos el terminal, tomamos nuestros bolsos y salimos rápidamente del lugar repleto de gente. Casi corremos por las primeras tres calles, pero luego caminamos otras cuatro hasta llegar a lo que parecía ser nuestro destino. Tocamos el timbre, y una mujer, similar a la abuela, nos abrió y nos recibió con lágrimas, abrazos y besos. Nos hizo pasar, y algo me dijo que estaríamos tranquilas.
Ellas tenían un plan, y después de la comida, comenzaron a hablar de ello. Abuela María había planeado esta salida una vez que cumpliera mis 18 años. No quería que viviera con mis hermanos; ella quería que me fuera con tía Gloria. Ella se quedaría con su casa, mientras que nosotras nos iríamos a Estados Unidos a trabajar.
— Mi niña -, tomó mi mano, - a mí no me queda mucho. Yo quiero que tú vivas, que seas libre. Sé que es duro de escuchar, pero tú estarás mejor allá, estarás con tu tía, ella te acompañará, como yo lo hice, como tu madre lo hubiera deseado -. Asiento. - Sabes que no podía dejarte con tus hermanos. Ellos jamás te querrían como su familia. Sé que no lo entiendes, pero también sé que eres lo bastante inteligente para entender por qué -. Asiento de nuevo. Ellos solo son mis medios hermanos, sé ese oscuro secreto que abuela María adora. - Esto es lo mejor para ti -.
— Ella tiene razón -, interviene tía Gloria, abrazándome. - Nosotras estaremos mejor al otro lado. Allá hay más oportunidades. Allá puedes dar algunas pruebas y luego estudiar o especializarte -. Sus palabras me alientan y animan, incluso me tranquilizan, pero no puedo evitar preguntarme qué pasará con mi abuela. Ellas no hablan de eso.