Esmeralda
Algunos meses habían pasado después de los exámenes. Madame Gema había dado un lugar a Rubí, quien, feliz por todo, me agradeció y se ha vuelto mi amiga, al igual que Zafiro y Diamante. Pero una de las cosas que más me sorprendió es que las chicas quisieron cambiar sus nombres, tanto Rubí como Zafiro, mientras que Diamante y yo no lo hicimos. No lo necesitábamos.
En este mismo momento estábamos acompañándolas a buscar sus nuevos documentos. Gracias a Gema, nos habíamos vuelto muy amigas y estábamos muy unidas. Hacíamos muchas cosas juntas, sobre todo porque estábamos en San Francisco. Cuando llegamos al apartamento que compartían, ninguna conocía la ciudad, así que fuimos descubriendo todo juntas.
Pero este día era especial; era uno de nuestros últimos días allí. Desde hoy en adelante, como dijo nuestra jefa, nuestras vidas cambiarían y seríamos dueñas de nuestro destino. Las clases de modales se habían acabado, pero Vodka aún estaba con nosotras. Él nos había enseñado defensa personal e incluso nos había ayudado con un par de traumas que cada una traía, sobre todo Rubí, que no solo cambió su nombre, sino que también se despidió de todo; solo su carrera le quedó.
Ese día debíamos juntarnos con Gema. Ella se debía ir a Las Vegas dos días antes que nosotras y quería que almorzáramos juntas en el apartamento. Pero primero, queríamos que las chicas recibieran su documentación para luego irnos hasta el lugar que llamamos hogar por un par de meses.
— Buenas tardes —escuchamos, apenas entramos al apartamento, ya estábamos de vuelta. Todas respondimos al unísono y, mientras dejábamos nuestras cosas, escuchamos el menú: carne asada y algunas ensaladas preparadas. Todas nos sentamos a la mesa después de lavarnos las manos. Parecíamos niñas pequeñas, pero así nos llevábamos y hasta el momento nos había funcionado.
Comimos relativamente en silencio, solo hablando del evento y puntualmente sobre la pérdida de la virginidad. Esas conversaciones que tu madre debería darte. Gema lo había hecho, pero nos lo repetía; nos trataba como si fuéramos unas niñatas de 15 o 16 años, pero en el fondo se lo agradecíamos.
Pronto nos sugirió que nos divirtiéramos por dos días y que tratáramos de ser prácticas, tanto con lo que pasaría el fin de semana como con lo que haríamos después de que todo este proceso llegara a su fin.
— Nunca había reconocido esto, pero ustedes son las primeras a las que recibo de esta forma —ya estábamos sirviendo café—. Como saben, a Diamante la críe, ella llegó conmigo con solo 5 años y traté de darle todo. Jamás la obligué a esto, pero ella eligió su camino.
— Y siempre te agradecí todo, pero mis metas están en otro lado —dijo la aludida, quien se destacaba por ser de pocas palabras.
— Luego llegó Zafi. Ella fue un pegamento para nuestra pequeña familia de tres —asentimos—. Espero lo mejor para las cuatro; han sido las que más me ha costado soltar. De hecho, este año fue la primera vez que retrasé dos meses, este evento —terminó por soltar el aire—. Les deseo y siempre les desearé lo mejor. Les confieso que ustedes son mi último grupo —sorprendidas, todas nos quedamos en silencio—. Y serán las únicas que siempre sabrán dónde encontrarme.
Poco a poco la conversación decayó. Pronto se despidió de nosotras, prometiendo que estaría el viernes por la mañana en el aeropuerto esperándonos y que pensáramos muy bien en qué haríamos después del fin de semana.
Lo hicimos, disfrutamos los dos días y la noche antes de partir hacia Las Vegas. Nos juntamos en una sola habitación para poder conversar y ver una que otra película, o eso era lo que trataríamos de hacer.
— ¡Salud! —dijo Zafiro, ella con su hermosa sonrisa—. Por todo, por conocerlas, por lo que vamos a lograr y por nuestras metas.
Hicimos chocar nuestros vasos de plástico con algo de sidra, porque era lo único que pudimos conseguir a última hora.
— Mañana a esta hora estaremos vestidas de gala —sonrió amargamente Rubí, pero yo tomé su mano.
— Mañana será el principio de nuestras vidas como adultas y el final de nuestras vivencias como jóvenes —todas asintieron.
— El domingo para esta hora, ya nos habremos marchado —un sí a coro fue el resultado de las palabras de Diamante—. ¿Qué quieren hacer? Lo hemos hablado, pero me gusta escucharlas —sonrió sinceramente, como pocas veces.
— Terminar mi carrera. Convertirme en abogada es lo que más deseo en este momento —suspiró al verla mejor que hace unos meses—. Fue mi meta desde que tuve uso de razón y con eso siento que todo lo que pase valió la pena. Es lo único que nadie me ha podido quitar —todas pusimos una mano sobre la de ella y sacamos los pañuelos.
— Como saben, la trata de blancas me quitó todo. No sé si aún me queda familia a la que volver —Zafi habló; siempre lo hacía para que avanzáramos y no nos hundiéramos en las lágrimas, aunque su historia no fuera feliz—. Agradezco a Gema lo que hizo por mí, pero también quiero perseguir una meta y, por qué no, algún día volver a Francia y buscar a mi padre, aunque no creo que me quiera ver —recargó su cabeza en el hombro de Diamante. Ellas siempre se consolaban.
— Lo mío es construir un futuro. Ya sé lo que quiero, ya sé lo que me gusta —ahora la que hablaba era yo—. Perdí a mucha gente en mi camino, también gané a algunas, y pretendo preservar algunas relaciones, pero definitivamente me gustaría tener algo propio, algo a lo que pueda llamar mío.
— Un restaurante. Yo te veo siendo feliz en uno —le sonreí a la de ojos plata enfrente de mí; Diamante siempre sabía qué decir—. Ustedes saben que lo mío es encontrar. No sé quién es mi padre; mi madre partió de este mundo hace mucho, pero quiero saber qué pasó —sé cómo se siente eso. Estiré mi mano tomando la de ella.
Y allí, en esa habitación, entre sollozos, algunas risas, una pobre botella de licor suave y una serie que ninguna vio, pasamos nuestra última noche en San Francisco.