Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo IV: Subastada

Íker Denaro

Medio millón de dólares, firmé el cheque y luego lo entregué. Pujé hasta que gané; no tenía límites. Podía adivinar que aquellos intensos ojos verdes estaban a la altura de cualquier fortuna. Miré y dejé una propina sobre el cheque cuando se lo di a la cajera. Ella lo tomó y agradeció mi amabilidad.

Decir que estaba sorprendido por lo rápido que subió el dinero en esa subasta es quedarme corto. Fue impresionante cómo los hombres se interesaban por ella. Su cuerpo era divino, y se notaba que era una mujer de carácter. Sinceramente hablando, podía apostar que aquella mujer de ojos hechiceros era capaz de salir airosa de cualquier escenario posible.

Una vez todo terminó, me tomé un par de copas con los chicos y luego nos fuimos a nuestra villa. Allí, cada uno se ocupó de sus cosas. Yo revisé algunos correos y traté de distraerme, pero cada vez que intentaba descansar o cerrar mis ojos, aquella intensa mirada se hacía presente. Jamás pensé que esto me pasaría a mí. Siempre fui sensato y creo que mis gustos, físicamente hablando, fueran así.

Me autoconvencí de que todo era cansancio. Por lo que me acosté y puse algo en la televisión. Pronto mis ojos se fueron cerrando, pero allí solo podía recorrer su figura, esa delicada línea que va desde sus muslos, se paseaba por sus caderas, llegando a una pequeña cintura. Hacía calor aquella noche, como si fuera un niñato, tuve que complacerme, ya que cada vez que cerraba los ojos, la veía con esos gruesos labios dejando besos sobre mi pecho y como niña buena me miraba con sus profundos ojos, mientras sus manos desenfundaban una espada.

Suspiré y me volví a levantar, esta vez para darme un baño con agua fría. Pero, en cambio, opté por usar el gimnasio privado que había en la villa. Allí me encontré con Vitali, al parecer tenía mucho que descargar. Podía ver cómo no daba tregua a su saco de boxeo.

— ¿Mucho en qué pensar? —pregunté, sobresaltándolo. Se giró y me regaló una sonrisa.

— Veo que no soy el único —se sacó los guantes y se colocó a mi lado—. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó y negué con la cabeza.

— Yo soy el que hace las preguntas, primero —los dos sonreímos y finalmente terminamos en la terraza bebiendo café.

— Tengo que volver a Rusia —dijo mi amigo—. Hay algunos deberes familiares de los que debo ocuparme —entendía muy bien su problema—. Tú, ¿qué harás?

— No lo sé —me encogí de hombros—. Por un lado, está todo esto de mi familia, las tradiciones y un matrimonio que no sé si funcionará. Por otro lado... —me quedé en silencio.

— La chica te atrajo, lo sé —eso me sorprendió—. Nadie regala medio millón de dólares, no te sorprendas —solo negué con la cabeza—. Pero, en serio, ¿te ves futuro con esa mujer?

Su pregunta se quedó en mi mente por lo que restaba de la mañana. Él se retiró luego del almuerzo, al igual que los demás. Esa tarde tuve la villa para mí solo. Franko había tenido cosas que hacer y mi hermano Massimo se quedaría en Las Vegas, pero se había ido a un lugar menos ostentoso, dándome el espacio para preparar todo dentro de la villa.

Compré cinco arreglos de flores y los envié a la dirección que la tarjeta de Madame Gema me había dado. Junto a eso envié un juego de anillos, como se debía: el de promesa, el de compromiso y el de matrimonio. En una nota, le pedí que los usara. Esperaba que no fuera demasiado atrevido. A media tarde, mandé a que arreglaran todo en mi sala de estar y que la habitación principal estuviera a tono. Yo me puse a trabajar en el despacho y ocupé una habitación secundaria.

La visita inesperada de Madame Gema y su guardaespaldas me sorprendió, poco antes de las 7 de la tarde. Ella, con una sonrisa en el rostro, me pidió privacidad y yo pedí que me acompañara al despacho.

— Ya sabes, querido muchacho, el porqué de mi visita —me quedé viéndola—. Aquí está —dijo, entregándome un documento de dos hojas—. Esto es un acuerdo de privacidad. Aquí estipula las reglas de este encuentro.

— Ok, ¿me podría dejar revisarlo? —ella asintió y yo tomé el papel.

Era simple; allí se ponían algunas reglas, como que no podía sacar a la chica del país, no habría práctica de sexo sin consentimiento, no se permitían los golpes, cosas básicas que hoy en día ningún hombre que atreva a llamarse caballero haría. Me gustaba el cuidado que ponía con sus pupilas. Por otra parte, había una cláusula de confidencialidad que cuidaba tanto mi nombre como el de la chica; se notaba el profesionalismo.

Por último, y algo que llamó aún más mi atención, era el horario. Ellas tenían un máximo de 12 horas para volver al Caesar Palace, ya que después de eso no podíamos volvernos a ver, a menos que ambos, "Esmeralda" y yo, lo quisiéramos o lo hubiésemos acordado.

— Me impresiona. No creí que cuidara de esta forma a sus pupilas —ella puso una pierna sobre la otra, imponiéndose en la habitación.

— Debe saber, señor Denaro, que no me tomo mi trabajo a la ligera —asentí—. Esas muchachas confiaron en mí y yo debo corresponderles. Ninguna de las cuatro es una prostituta, ni pretendo convertirlas en una. De lo contrario, no cuidaría de ellas — poniéndolo de esa forma, tenía razón—. Ellas están sacrificando una parte de su vida por un futuro bastante bueno. Aquí se lucha por las metas, pero de manera más... —hizo una mueca— carnal —. Volví a asentir y estuve de acuerdo con ella. Por lo que firmé el documento, se lo pasé y ella me devolvió una copia.

Ella se fue, dejándome pensativo, pero no había tiempo para ello. Me puse mi mejor traje y, después de dar algunas órdenes a mi equipo de seguridad, fui al restaurante Picasso, uno de los mejores de Las Vegas. Allí, en una terraza privada, estaba citada la chica. Quise pasar por ella, pero ella me había dejado claro que prefería verme allí, mediante un mensaje, el único que podía enviarle.

Me llamó la atención su independencia. Otro punto; eso significaba que no dependería de mí para hacer sus cosas personales. Se sabía defender. Sonreí mientras manejaba. Un mensaje del abogado me volvió a la realidad. Mientras estacionaba, le contesté y entré al lugar. Una mesera me guio hasta mi destino y, al observar la hora, aún me quedaban cinco minutos. Me dediqué a saludar a tía Verona y a preguntarle a mi hermano cómo estaba.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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