El frío del viento golpea mi rostro. Dia me pide que la espere por un mensaje de WhatsApp. Son las 5 de la mañana en Nueva York y debemos recibir a algunos proveedores. La Navidad está cerca y, como en los dos años que llevamos con nuestro restaurante-bar, tenemos muchas reservaciones. La ubicación del lugar nos ha dado un éxito que nos sorprendió a todos.
Subo a mi carro y enciendo la calefacción. Veo a lo lejos a mi amiga abrazándose sola. El invierno ha sido duro, demasiado para dos personas que apenas han experimentado un invierno antes de llegar a esta ciudad. Me río al recordar esos momentos, ya que estas fechas siempre nos ponen melancólicas.
— ¿Por qué te estacionas tan lejos? —reclama Dia cuando sube al carro—. Hace un frío terrible aquí, ¿cómo podemos estar a -5 grados? —No le gusta ni el calor ni el frío, quien la entiende.
— ¿Vamos? —pregunto, y ella niega.
— Esperemos a Vodka, venía detrás de mí, pero se le quedó su "palito" —las dos nos reímos, porque él nunca sale sin su bastón retráctil, que es un pequeño instrumento de hierro que puede extenderse y golpear como un golpe directo.
— ¿Tenemos algo que hacer hoy? —pregunto y ella niega con la cabeza—. Las chicas ya están de vacaciones y llegarán al local pasadas las doce —la noche anterior habían estado muy ocupadas.
— Al menos ya no les queda mucho en la universidad. A Rubí le queda medio año y a Zafi un año en el conservatorio —asiento.
Desde que llegamos a esta ciudad, las chicas comenzaron a estudiar. Yo obtuve mi título de chef internacional y abrimos el local. Dia hizo un curso de finanzas y se desenvuelve muy bien en esa área. Rubí siguió estudiando leyes, y hemos estado apoyándola durante todos estos años. Ha progresado mucho, especialmente en su salud emocional. Por otro lado, Zafiro ingresó al conservatorio después de pasar una sola prueba. Baila, canta y toca el violín; es su pasión. Como buenas amigas, la hemos apoyado y no nos hemos perdido ningún evento.
Han pasado dos años desde la subasta, dos años en los que hemos crecido como personas, hemos sanado heridas pasadas y hemos mejorado emocionalmente. Todas teníamos un pasado que queríamos olvidar, algunos más oscuros que otros. Fue una de las razones por las que nos quedamos las cuatro juntas, y hemos avanzado poco a poco.
Sobre Madame Gema, hemos sabido poco. Hace un año fuimos a visitarla cuando cerró su local en Baja California porque nos pareció extraño. Sin embargo, ella solo quería volver a estar tranquila. Las personas guardan mucho y, cuando finalmente deciden soltarlo, a veces se sienten abrumadas. Eso fue lo que nos dijo. Nos quedamos con ella una semana y pudimos verla de una manera que nadie más lo hizo. Nos enteramos de muchas cosas, y finalmente, ella decidió marcharse a Europa, donde recorrerá varios países antes de despedirse de este mundo, según decía en la tarjeta que nos dejó.
Después de eso, volvimos a Nueva York y trajimos a Vodka con nosotros. Había trabajado más de 10 años en seguridad para Gema, así que pensamos que sería útil aquí. El negocio crecía rápidamente, y nuestra privacidad era algo que no podíamos tomar a la ligera. Yo había sido un fantasma desde que salí de Las Vegas, y quería que eso siguiera siendo así. Por eso, lo mantuvimos como nuestra seguridad principal, entre otras cosas.
Cuando el musculoso se subió al carro, partimos hacia la Quinta Avenida. Estacionamos cerca; nuestro restaurante-bar estaba a media cuadra de Central Park, y uno de los proveedores ya había llegado.
— Yo lo recibiré —dije al bajar del carro—. Son frutas y verduras. Hace unos días me dejaron una caja de lechugas muy abiertas —mi amiga rodó los ojos.
— Iré a hacer café. Tengo que hacer algunos arreglos para Navidad —asentí—. Me quedaré en la barra.
— Tengo que ordenar la bodega. En una hora comenzará a llegar el personal —gritó el grandote mientras saltaba de mi camioneta.
Cada uno se dedicó a sus tareas hasta casi el mediodía. Fue entonces cuando comencé a cocinar. Por estos días, el local se llenaba tanto en la hora del almuerzo como en la cena, incluso los reservados. Pasé el día metida en la cocina, pero esta noche teníamos un compromiso que cumplir, algo que celebrar. Las puertas del local solo recibirían comensales hasta las 9 de la noche, después de lo cual desocupamos gradualmente el lugar.
Preparé una pizza para las cuatro y luego adorné una mesa en el segundo piso. Allí nos sentamos Rubí, Zafiro, Diamante y yo, brindando por otro año juntas, por un año de logros y avances en nuestras metas. Esa noche, se cumplían dos años, y me permití recordar esas manos que habían recorrido mi cuerpo. Mordí mi labio inferior sin querer y solté un suspiro.
Después de eso, se unió nuestro amigo con una sorpresa para nosotras: una carta para cada una de parte de Madame Gema. Ella estaba en Venecia, donde había comprado una casa que había convertido en un hospedaje, donde se sentía en paz.
— Estas —dice el grandote, que parecía un niño que necesitaba ser cuidado cuando sonreía— son para ustedes. Yo ya tengo las mías. Ella quería que las leyeran... por separado. Dijo que eran cosas difíciles, pero que aun así nos mantuviéramos unidas. Cerré los ojos porque todo se había nublado.
Una carta de Gema para cada una, en privado. No podía significar nada bueno. Después de terminar nuestra pizza, cada una tomó su sobre correspondiente y nos fuimos a un lugar. Dia subió a su oficina, Rubí bajó a las mesas junto a los ventanales, Zafiro se fue a la terraza y yo, bueno, me fui a mi lugar seguro, la cocina.
Todo comenzó de manera normal. Ella estaba viviendo nuevas experiencias, tratando de hacer el bien a la sociedad, remediar culpas pasadas, sanar heridas y liberarse de sus demonios. Me alegraba mucho por ella. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando mencionó a mi abuela y a mi tía, pidiéndome que llevara flores a sus tumbas cuando pudiera, y eso haría, en su nombre.