Íker Denaro
Volví como cada año, me tomé una copa en el César Palace, renté la misma villa y me atoré viendo algunas películas. Había aprendido a hablar en español, pero ¿qué sacaba con todo esto? No la había encontrado, ni siquiera se había dado el tiempo de rechazarme, solo se marchó.
¿Cómo una noche pudo haberme marcado tanto? ¿Cómo esa noche pudo haber grabado sus besos en mí? Había estado con muchas mujeres en el último tiempo, me había encerrado a trabajar, me fui de viaje, investigué, supe cada movimiento que dio antes de esa noche, pero después, después no había nada. Solo tenía una pista, una que no me sirve de nada, una licencia de conducir, una que había sacado en un condado donde nadie la conocía.
Restregué mis ojos, la luz los hacía doler. Llevaba dos días y dos noches encerrado en Las Vegas, era la tercera vez que hacía esto y mi límite eran siete días y seis noches. Solté un suspiro mientras en mis manos bailaban los anillos que le había dado. Millones de veces traté de olvidarme de todo esto, me traté con diferentes psicólogos, incluso psiquiatras, que me decían que era algo natural, que no podían tratarme, incluso que podía ser una obsesión. Pero, ¿cómo puede ser una obsesión si para eso necesito mantenerme cerca de ella y no la he visto en dos años?
Dos malditos años.
Desperté en mi cama. No recuerdo haber llegado la noche anterior hasta aquí. Me levanté y fui directo al baño, necesitaba una ducha. Apestaba a alcohol, cigarrillos y tenía brillantina barata en mis brazos y en mi cabello, eran del bar de strippers al que había ido la noche anterior.
Una vez listo, salí y me encontré con Verona y Franko, ellos tomaban café en el desayunador de la cocina. Si supieran lo que hice alguna vez allí, rodé los ojos. Se notaban molestos, y sin decir palabra me fui directo a la cafetera, necesitaba mi dosis diaria de ese exquisito néctar, augurándome un día no muy bueno.
— Este es tu escondite —dijo mi tía, calmadamente. Pensé que sería algo más ostentoso. Sonrió mientras Franko la observaba—. ¿Qué pasa, sobrino mío? ¿Qué tienes? Ella no lo sabía. Nunca le había contado que había logrado realizar mi plan, pero que la brillante novia se había escabullido y arrancado de mí.
— Déjale que se recupere, disfrutemos el día —mi primo siempre tratando de zafarse de las preguntas directas—. Recuerda que debemos regresar a Nueva York y allá hace mucho frío en esta época. Los dos asintieron.
No hablé, solo los vi moverse por la villa. De pronto, Verona abrió las ventanas y salió a sentarse. Mi primo se me quedó viendo y asintió. Esa era mi señal, debía hablar con ella. Ella era quien nos traía paz y se merecía saber por lo que estaba pasando. Me armé de valor y llené nuevamente mi taza, descalzo aún, salí a sentarme a su lado y ella se quedó en silencio, esperando a que yo hablara.
— Sé que no lo aprobarás, pero creo que me enamoré —ella abrió los ojos, pero luego de unos segundos trató de disimular su estupor—. No estoy seguro de cómo fue o de qué fue, solo que me siento un miserable por lo que hice.
— ¿Por eso has estado deprimido? —preguntó—. Siempre pensé que era porque tu plan no salió bien hace algunos años. Negué con la cabeza.
— La verdad es que ese plan sí salió bien. Conocí a la chica, puje por su pureza, tuve una noche con ella en donde la llevé a cenar, fuimos a un casino, pasamos un muy buen rato y... —guardé silencio—. Pero la engañé, jugué un juego sucio y la hice firmar un documento que luego se convirtió en nuestra acta de patrimonio. Una bofetada me dio vuelta la cabeza. Nunca pensé que golpeara de esa forma.
— ¿Cómo te atreves? ¿Cómo fuiste capaz de hacerle algo así a una mujer? —Ella está roja. No gritó ni levantó la voz, pero con la mirada y el golpe dejó claro que estaba molesta—. ¡¿Dónde está ella?! ¡¿Dónde la escondiste?! Juro que si la tienes encerrada en algún lugar estrujaré tu alma y te dejaré sin genitales ¡CON MIS PROPIAS MANOS! —Terminó gritando.
— Ella me dejó —el silencio se hizo. Mi tía se sentó a mi lado y pasó su brazo por mi espalda—. Se fue, y como decías, si la encerré, pero solo en el cuarto de hotel, aquí, justo aquí, para que esperara por mí. Ella no sabía que había firmado ese papel y esperaba decírselo por la mañana, pero no sé qué pasó. Solo sé que ella se las arregló para irse. Repasé las imágenes de las cámaras de seguridad en mi mente. La busqué, fui a donde la encontré y nada, fui a la organizadora del evento y ella no me dijo nada. Ella solo me contó...
— La historia de tu madre —asentí—. Lo sé, Isela era de aquí. Ella aquí era feliz. Yo era pequeña cuando ella llegó, pero sabía que no era feliz en nuestra casa, nunca lo fue. La señora Fiorella —dijo con un dejo de desprecio—. Jamás hizo nada porque se sintiera en casa, incluso dudaba que tú fueras hijo de mi hermano, pero al verte, no quedó duda. Suspiró—. Traté de estar para ella, tu madre era única, pero su estabilidad emocional pendía de un hilo. Los dos nos lamentamos.
Luego de eso, recibí un golpe de su parte, un par de consejos y una reprimenda. Debía darle la razón. Ella conocía muy bien e incluso había vivido la historia de mis padres. ¿En qué momento a mí se me había ocurrido hacer algo como esto? Aunque en este punto debo reconocer que le tenía mucha fe a Esmeralda. Ella se veía fuerte, decidida, con carácter, segura de sí misma.
Luego de hablar con Verona, una paz me invadió. Ella me dio muchos consejos útiles. Incluso me sugirió que detuviera la búsqueda. Si algún día ella se entera de que estamos casados, ella vendrá a mí, estaba segura, y su seguridad contagió la mía.
El día pasó casi volando. Fuimos a comer a un buen restaurante y jugamos un poco. Por la noche, nos pusimos de acuerdo con el resto de la familia. Pasaríamos las festividades de año nuevo en Nueva York, en el apartamento que había adquirido recientemente, ya que el año que viene me instalaría en la ciudad. Había que atender la empresa.