Esmeralda
Veía una y otra vez la pantalla de mi laptop y no lo podía creer; mis amigas dormían en mi misma habitación. La crisis que habíamos tenido la noche anterior fue grupal; cada una tenía una verdad no contada, cada una tenía un fantasma nuevo en su lista. En mi caso, fue un esposo, un maldito, estúpido y manipulador esposo.
Suspiré y me dejé caer en mi cama. Rubí me abrazaba automáticamente, aun bajo mi propia presión. Podía recordar las primeras noches aquí; ella despertaba gritando y solía terminar durmiendo conmigo. Fue por ello que decidimos tomar terapia. Le costó casi 6 meses dormir sola y un año salir sola. Antes de eso, nos turnábamos para ir a dejarla y recogerla de la universidad.
Miré a mi amiga y me acomodé. Tenía que dormir algo; llevaba en vela desde la mañana anterior. Esto terminaría haciéndome mal, y pensándolo fríamente, si él no me había buscado, ¿por qué debería preocuparme? No creo ser de su incumbencia. Él fue quien nos casó, cabe la posibilidad de que solo necesitara el título de hombre casado.
Solté el aire y decidí dormir. Mi cabeza no paraba de dar vueltas, tenía un largo día por delante. Nuestro restaurante estaría copado el día 24 y la noche de ese mismo día. Había reservaciones hasta pasada las 2 am, y en este momento daba gracias por haber comprado a nuestros proveedores lo suficiente hasta año nuevo.
Con eso en mente y contando ovejas, negué con la cabeza. Traté de dormir y lo logré. Cuando desperté, eran pasadas las 9 am. Me senté sobre la cama y tomé mi laptop, volví a entrar al registro, digité mi número de documento y allí estaba.
— Sigo casada — dije en voz alta y suspiré, volviéndome a acostar. Qué bonito regalo de Navidad. Casi saboreé cada palabra; me sentía miserable, confundida, era un cúmulo de sensaciones.
— ¿Estás bien? — Dia se paró de pronto en mi puerta. Negué con la cabeza; las respuestas hoy no eran lo mío.
— Quiero saberlo todo, quiero saber por qué. — Una lágrima rodó por mi mejilla. Mi amiga se detuvo en seco y se acostó a mi lado, me dio apoyo, me dio lo que necesitaba.
— Somos tu familia; puedes contar con nosotras. — Ella me consoló. — Así como luchamos con las primeras terapias de Rubí, con Zafi fue lo mismo con sus prácticas y cuando se puso en forma, ahora nos toca contigo. — Sonreí. — Por eso te doy la opción que les di a todas. — Me quedé viéndola. — Pídeme lo que quieras. Ahora, ya. — Me senté en la cama y pensé en tantas cosas, hasta que lo decidí.
— Quiero saberlo todo, quiero saber cuándo lo hizo, cómo lo hizo, dónde está ahora y por qué no me buscó. — Asintió, se bebió su café y salió de mi habitación.
Después de unos minutos, me levanté. Las chicas se fueron a despedir de mí; ellas irían al restaurante, había que adornar algunas mesas para la noche, ya que nuestro segundo piso sería un karaoke. Me metí bajo la regadera y allí me quedé, incluso después de terminar, hasta que no me quedó nada de jabón en el cuerpo.
Parecía una pasa cuando salí de debajo del agua. Me arreglé y puse algo de ropa. Saldría a manejar por un momento; quería distraerme, pensar, pero aún tenía esperanza de que Diamante pudiera hacer algo. Ella tiene muchos ases bajo la manga, y necesito que uno sea para mí. Por favor, solo uno.
Cuando llegué a la cocina, me encontré con Vodka. Él me sonrió y preguntó cómo estaba. La conversación fue amena y relajada. Me aclaró que no se separaría de mí; las chicas estaban seguras en el bar y Diamante aún no salía de su estudio. De hecho, cuando salió, lo hizo hablando en otro idioma. Ella tenía talentos ocultos y una intuición exquisita.
— Todo listo — dijo acercándose a nosotros — aquí — dejó un sobre a mi lado — todo lo que necesitas saber, y de hecho si te busco, aún te busca — soltó un suspiro y sacó una tarjeta de esas finas, negra con letras plateadas.
— Yo conozco esta empresa — Vodka se quedó viendo la tarjeta — ellos... — dudó un poco — son italianos, de Sicilia. — Entre cerré los ojos, no sabía bien a qué se refería. — Ellos antes pertenecían a la mafia italiana, una de las familias principales. — Sorprendida, me quedé observando la hoja, donde había direcciones, fotografías y algunos nombres de familiares. Solté un suspiro.
— ¿Qué piensas hacer? — preguntó mi amiga.
— Iré a verlo — sentencié y así fue.
Luego del desayuno y de prometer que me cuidaría, me puse algo simple y tomé las llaves de mi camioneta, pero esta vez tendría chofer. Traté de pensar en otra cosa mientras nos movíamos del apartamento hasta el edificio en la 5ta avenida. Me sorprendió que quedara a tan pocas calles del restaurante y él no me haya encontrado.
Vodka trató de mantenerse sereno. De hecho, fue él quien nos hizo entrar en la recepción. Allí una secretaria estaba en la entrada, le sonrió y caminé directamente hasta ella. Cuando estuve en el mesón, fui interrumpida por una rubia alta, de grandes tacones. Me observó de pies a cabeza, despectivamente, pero antes de decir algo, mi compañero se puso delante de mí, dejándome tomar un poco de aire.
— Puedes decirle al presidente Denaro que su novia está aquí — cerré los ojos; así que tenía novia, por lo menos no me guarda luto. Sonreí, volví a tomar aire.
— Señorita Milenka — la recepcionista se veía ofuscada — el señor Denaro le ha dicho que no la puede recibir aquí — su tranquilidad me sorprendía.
— No seas una inútil — dijo la chica tratando de mantener su tranquilidad y dejando un billete de 100 dólares sobre la barra de la recepción — dile a tu jefe que estoy aquí; a él le dará gusto verme. — La chica rodó los ojos e hizo a un lado el billete.
— No, señorita, por el momento tengo otro trabajo — trató de excusarse.
— No me moveré de aquí...
— Disculpa — hablé algo más fuerte y le pasé mi identificación a la recepcionista — vengo a ver a mi esposo; ¿le podrías decir que estoy aquí? — La chica se sorprendió, pero me devolvió la sonrisa y asintió.