Íker Denaro
El recorrido desde mis oficinas hasta el lobby del edificio se me hizo eterno. Ella estaba aquí, no podía dejarlo pasar. Esmeralda estaba aquí, un cúmulo de sensaciones y sentimientos tenía en el pecho; sentía que explotaría. Había muchas preguntas en mi cabeza.
De pronto se abrió el elevador y, para mi mala suerte, allí también estaba Milenka. Ella se puso de pie y caminó hacia mí, mientras que mi esposa se dirigía hacia la salida. Me apresuré a detenerla, pero la rubia se me atravesó.
— Íker, hola, no pensé que me bajaras a recibir – dijo totalmente calmada, como nunca.
— Hola, Milenka. Discúlpame esta vez. Debo hablar con la señorita Esmeralda – me excusé y, sin tan siquiera volverla a mirar, fui directo a la puerta. - ¡Esmeralda! – grité y vi que se detuvo – Esmeralda, espera por favor – traté de tomarla del brazo, pero el gran hombre con el que estaba no me lo permitió.
— ¿Señorita? – preguntó el gorila, y ella asintió.
— Señor Denaro – me saludó. Me quedé viéndola. Físicamente no había cambiado, me atrevo a decir que prácticamente nada. Solo su cabello está más largo, pero tiene los mismos ojos que me hechizaron en aquella subasta. – No tenía idea de que mi esposo tenía novia. – Esas palabras provocaron que un escalofrío recorriera mi espalda. - ¿Podemos hablar o debo hacer fila?
— No, discúlpame – traté de excusarme, pero no me salían las palabras. – Ella, bueno… – Nada ayudó a que Milenka estuviera allí mismo. – Hablemos, por favor. No te vayas, ven conmigo – le pedí, casi le rogué. Ella asintió, pero no tomó mi mano. Solté un suspiro y me encaminé hacia el elevador.
— Te sigo – escuché y, sin poner atención a nada más, seguí caminando.
Sé que fue una falta de respeto dejar a Milenka hablando sola, pero ella sabe que aquí no debe venir. Nuestra relación terminó hace años, y aún se presenta como mi novia. Sé que para ella ha sido difícil, pero con todo lo que está pasando, no puedo permitir que ella lo siga haciendo. Nota mental: hablar con Milenka y, si es necesario, con Vitali, para que hable con su prima, pensé inmediatamente.
En el elevador íbamos ella, el gorila y yo. Ahora solo debía saber si ella estaba molesta o no. Torpe me gritaba mi cabeza. ¿Cómo no va a estar molesta? Nos casamos y ella ni siquiera lo sabía. ¿Qué sabía yo si tenía algún pretendiente? ¿Si tenía otros intereses? Es ahora cuando pienso en todo lo que debí pensar en ese momento y no tomar aquella decisión tan egoísta.
Ahora que sé todo lo que sufrió mi madre, todo lo que le hicieron y las causas de su muerte, sopesar la situación. Una situación que de seguro igual se hubiese salido de mis manos. Al verla hoy, ahora, al tener a Esmeralda a mi lado, pienso lo difícil que hubiese sido para ella irse al otro lado del mundo, convivir con gente que no hablaba su idioma. Quizás alguien de mi familia no la aceptaba, quizás ella quería otro futuro, no solo ser la señora de…
El timbre del elevador suena, anunciando que llegamos a destino y sacándome de la burbuja en la que venía. La dejo pasar primero. Ella mira al gorila que trae, y este asiente. Ella pasa, y yo la sigo, con la mirada de aquel hombre casi quemándome la nuca.
— Puede tomar asiento aquí – le digo al hombre. – Puedes traerle lo que pida al hombre - Mi secretaria asiente. Ella amablemente acepta quedarse, y ahora se lo agradezco.
— El hombre – Esmeralda se gira a mirarme. – Entra conmigo – yo solo puedo asentir y maldecir por lo bajo, por mi mala, mala, mala suerte.
Ellos entran a la oficina, y le encargo tres cafés a mi secretaria. Ella se mueve rápido. Yo entro en la oficina y me detengo en seco cuando veo que aquel gorila corre la silla para Esmeralda, para que ella se siente. Mi sangre hierve por dentro. Ellos se dicen algo que no escucho, pero lo paso por alto. La pequeña sonrisa que ella le regala me hace reír por dentro. Mi subconsciente me grita que me controle, y esbozo una sonrisa.
No podía explotar. Ella fue la que vino a hablar conmigo. Respiré profundo y caminé hasta mi escritorio, donde me senté enfrente de ella. Sus ojos perdidos en la vista que regalaba mi oficina la hacían ver preciosa. Me quedé en silencio, esperando que ella hablara y admirando su perfil. Sus ojos tan bellos y verdes, ese cabello negro que le daba el misterio que una mujer como ella merecía. Me estaba volviendo loco.
Sacudí mi cabeza para poder pensar con claridad, pero cuando volví mi mirada hacia ella, ella me observaba fijamente, me analizaba y, despectivamente, entrecerró sus ojos. Sabía que estaba molesta.
— ¿Por qué portas un anillo de casado y la ilusión? – preguntó y fue un golpe bajo.
— Soy un hombre casado…
— Pero con una novia – traté de defenderme, pero no me dejó.
— Es un malentendido – sentía que estaba frente a un juez.
— Ok. ¿Cómo nuestro matrimonio? ¿O real? – preguntó, y nuevamente me dejó sin palabras.
— Nuestro matrimonio no es un malentendido…
— Ok. Entonces solo fue en contra de mi voluntad, sin haberme explicado de qué se trataba y luego queriendo secuestrarme – levantó una ceja, el enojo le sentaba bien. - ¿así o más claro? – se notaba que había mucho que quería decir, cerró los ojos y respiró profundo. En ese minuto su gorila se le acercó. – Estoy bien, estoy bien. – le dijo sin dejar que la tocara. – Señor Denaro, estoy aquí para que me diga algo en su defensa y no lo demande, aparte de ponerle una orden de restricción. ¿Me puede explicar todo esto o me marcho y que nuestros abogados se entiendan? – preguntó y yo me puse de pie, mis manos sudaban, ella me observaba fijamente, por lo que caminé hasta mi caja fuerte y saqué la carpeta de nuestro matrimonio.
— Aquí, está nuestra acta de matrimonio. Yo mandé que se hiciera legal hace dos años. – Tomé una pausa para que ella revisara los documentos. – Lo siento, fue un impulso egoísta e imprudente. Estaba pasando por una etapa en la que creía que todo lo que me quedaba era cumplir un viejo legado familiar. – Me sinceré. – Pensé que, como estabas en esa subasta, no tenías nada que perder. – Ella se rió y fue claramente sarcástica. – Luego de que todo eso pasó, de que te fuiste y yo me volví casi loco buscándote…