Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo XI: Una sorpresa de Navidad.

Esmeralda

Azoté la puerta y me apresuré al ascensor. Vodka me acompañaba y antes de salir del edificio, me pasó su chaqueta. Estos climas me hacían muy mal; mi hipertensión arterial me afectaba de sobremanera. Pero en este punto, no sabía si era por los hechos actuales o por el frío. Solté un suspiro cuando estuve en la camioneta. Allí me derrumbé y analicé todo lo que recién había pasado.

Cerré mis ojos y traté de relajarme, de no pensar, solo relajarme. Mi día ya era pesado con el trabajo y los preparativos para la Navidad, pero nada resultaba.

— Esmeralda —llamó mi compañero—. El hombre —dijo, mientras mantenía mis ojos cerrados.

— ¿Cuál? —pregunté.

— Tu esposo —abrí los ojos y él me señaló los ascensores. Esto aún no terminaba. Él estaba caminando hacia nuestro carro.

— Creo que viene —dijo y se carcajeó—. ¿Lo detengo? —preguntó, y yo negué con la cabeza. Tomé la chaqueta de mi acompañante y bajé del carro.

— Voy yo. No va a ser que se quiebre una uña por este esfuerzo —Vodka se volvió a carcajear. Pero caminé hasta el hombre que se decía mi esposo.

— ¿Necesita algo más? —él se detuvo en seco.

— No es mi intención que se retire… —pensó sus palabras muy bien—. Molesta —terminó por decir, mientras yo no sabía qué decir—. Sé que no le gusta esta situación, créame. Aunque sea difícil, para mí tampoco es perfecta, pero le pido que lo piense. Lleguemos a un acuerdo.

— ¿Sobre qué? —pregunté, quería que lo reconociera.

— Sobre nuestro matrimonio —escupió, y me sentí victoriosa—. A mí me serviría seguir casado por dos años más —asentí. Se merecía la duda; debía pensarlo.

— Lo pensaré —dije, y él agradeció—. Lo buscaré cuando decida algo, pero le pido que deje de buscarme —asintió no muy convencido—. Es un desperdicio de recursos —le pasé una tarjeta—. Cuando necesite hablar, diríjase a este lugar —allí estaba la dirección del restaurante—. Sé que con eso obtendrá la información que necesita sobre mí —me di la vuelta y caminé hasta el carro. Una vez dentro de este, partimos rumbo al restaurante.

Mi tarde fue caótica, pero me sentía en mi sitio estando en medio de la cocina. Aproveché para despejarme y no pensar en todo lo que había sucedido esa mañana. Las chicas habían ido a verme, pero no preguntaban nada, solo estaban acompañándome por algunos minutos y luego se marchaban a sus actividades.

Me tomé una hora de descanso a eso de las seis de la tarde y me fui con un café a la terraza. Diamante estaba allí, trabajando en su computadora. Le llevé algo de comer, y lo aceptó enseguida. En un cómodo silencio nos mantuvimos hasta que las demás llegaron a la mesa.

Preguntaban muchas cosas, pero me encargué de aclararles que todo había sido cómodo, aunque podía adivinar que Vodka ya les había contado algo.

— No todo fue como yo quería, de hecho, si discutimos —se carcajean; ellas lo veían como algo natural—, negué con la cabeza—. Quedé en que antes de decidir cualquier cosa me pondría en contacto con él.

— Entonces, ¿no te divorciarás? —levanté los hombros—. Creo que la anulación no es una opción —a Rubí no se le escapaba una.

— Según él, no es una opción —respondí.

Todas nos quedamos pensando en lo que estaba pasando, pero pronto cambiamos la conversación. No era muy agradable para ninguna lo que había pasado con Iker Denaro. El nuevo tema de conversación era la Navidad y pasar el fin de semana fuera de Nueva York, ya que luego se nos vendría el Año Nuevo, otra fecha importante.

Ese día cerramos tarde, dejando algunas preparaciones hechas para el día siguiente. Incluso habíamos hecho pedidos para que nos llegaran durante las últimas horas del día. A medianoche estábamos en nuestra casa, cada una en lo suyo, y mi mente volvía a esa oficina. No puedo negar que me sorprendió lo bien que se veía, pero mis piropos se vinieron abajo cuando me gritó. A su favor debo decir que yo también le grité.

Me dormí repasando en mi cabeza la conversación que habíamos tenido. Temprano por la mañana, llamé a Gema. Ella fue quien me terminó de contar la historia de la madre de mi esposo. Reía cada vez que pensaba en esa palabra. Ella fue muy detallista, por eso no me sorprendió que ella fuera amiga de la señora Isela.

— Ella era muy alegre, pero su chispa se apagó cuando se fue con Piero. Él le prometió el paraíso y allá solo la criticaban. No me extraña que todo haya terminado en tragedia —no daba crédito a lo que escuchaba; cómo había gente tan cruel.

— Parece una película. Cuando él me lo contó igual, pensé que se lo había inventado o algo así, pero ahora que me lo dices tú, me sorprende la verdad —las dos nos carcajeamos—.

De todas formas, Isela sí sabía que se casaría con Piero. Cuando ellos se encontraron, sabían que eran marido y mujer. Qué hermoso, se notaba el amor. Fuera como fuera lo que pasó, ellos se conocían, se amaban.

— Algo totalmente diferente a lo nuestro —suspiré y me quedé en silencio.

— Niña, ¿has leído las cartas que te dejó tu abuela? ¿Has visto lo que Gloria dejó para ti? —preguntó de repente.

— No, no lo he hecho. Cada vez que decido hacerlo, algo sucede o simplemente lo olvido —nos quedamos en silencio, pero pronto ella me aconsejó que lo hiciera, y nos despedimos.

Luego de pensarlo por algunos minutos, me acomodé sobre mi cama con la caja con cartas que mi abuela me había dejado. Algunas cartas tenían fechas y nombres, otras eran letras de canciones. Entre todo eso, había algunos datos médicos de mi madre. Al final, había un sobre café que estaba algo grueso y encima un sobre pequeño.

Cuando lo abrí, vi la letra de mi abuela deseándome lo mejor. Eso me emocionó. Luego decía que por favor leyera lo que había dentro del sobre grande, que no me arrepentiría. Había algunos exámenes de ADN. Me les quedé viendo. Entonces había dos hojas con la letra de mi madre, en donde explicaba los exámenes de ADN.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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