Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo XIII: Peligro.

Esmeralda

Desperté algo desorientada, pero cómoda. Luego me di cuenta de que una mano acariciaba mi abdomen. Me levanté y me di vuelta, y allí estaba; no había sido un sueño. Cerré los ojos y me dejé caer en la cama.

— Buenos días — saludó, y yo no sabía qué decir. Me corrí un poco para que no me tocara, y luego recordé cuando se quedó dormida.

— Buenos días — correspondí — recuerdo una almohada entre nosotros — dije mientras buscaba mi móvil con la mirada.

— Yo también la recuerdo, pero en este momento no sé dónde está — los dos nos reímos y luego volvimos al silencio — lo lamento — dijo apenado — no debí venir anoche, bueno, en la madrugada; había bebido, había visto tus fotos — soltó el aire, yo me quedé en silencio — es mejor que me vaya — se levantó buscando su ropa.

— Déjame, te traigo tu ropa — me levanté confiada. Estaba con pijama. Tomé la ropa que estaba en el sillón y se la dejé sobre la cama — iré por café, dejo que te vistas — él asintió, y yo salí de la habitación.

Me encontré con las chicas esperándome en medio de la sala. Ellas preguntaron qué había pasado, y les conté todo. También les pedí algo de tiempo; quería hablar con Iker. Creo que las cosas se estaban moviendo muy rápido, y eso me ponía algo nerviosa, además de la ansiedad que me creaba verlo rondándome, como si estuviera siempre fijándose en mis actos.

Ellas entendieron y no demoraron en dejarme sola, jamás por completo. Vodka, nuestro eterno guardián, se había quedado conmigo. Él estaba desayunando y me dejó claro que de allí no se movería, a menos que saliéramos todos. Acepté, porque era lo mejor que podía hacer.

No pude evitar pensar en lo que sucedía. Increíblemente, me sentía cómoda a su lado. Incluso había podido dormir cerca de él. No quise reclamarle nada, pero yo recordaba haberme dormido en el sillón, pero desperté en la cama a su lado. Solté un suspiro y subí con dos tazones de café.

Abrí la puerta y vi en el momento exacto en que se colocaba la camisa. Definitivamente, tenía el cuerpo de un dios. Sonreí sin querer, no podía quitar los ojos de encima por más que me abofeteé mentalmente.

— Me gusta cuando me miras con esos ojos — dijo. Mientras se abrochaba la camisa, yo solo sonreí y le ofrecí la taza de café — ¿Hablamos? — preguntó, y asentí.

— Primero que nada, agradecerte el regalo. Me encanta ese tipo de carro. No sé cómo lo supiste… — mis palabras quedaron en el aire porque él se me acercó y no me dio tiempo de esquivarlo, dejando libres mis labios para que los suyos los tomaran.

Fue un beso suave, un beso necesitado, algo que no quise dejar ir, algo que tras su impulso aproveché. Habían pasado dos años, pero me podía perder nuevamente en sus labios. Su lengua era igual de juguetona que siempre, me excitaba, lo deseaba. Pero si flaqueaba ahora, ¿qué pasaría? A mi cabeza vinieron muchas escenas: una relación, una familia, amor. Pero, ¿el rechazo? Él venía de una realidad distinta a la mía; él tenía una familia detrás, como había dicho, "un legado familiar".

Me hice a un lado, quité sus manos de mi cintura y luego me aparté. Le pedí que se terminara de vestir y le indiqué que lo esperaba afuera. Me fui a la habitación de Rubí, de allí tomé unos vaqueros, una blusa y una chaqueta. Menos mal había dejado mi ropa limpia allí. Me senté sobre la cama para que el rubor en mis mejillas bajara. Sentía un calor dentro de mí. Moví la cabeza para poder salir de mi aturdimiento.

Una vez lista, salí de la habitación. Él me estaba esperando. Podía sentir los ojos de Iker en mí; él no dejaba de mirarme, en cada movimiento, a cada paso. Cuando estuvimos en el recibidor, se nos unió Vodka. El grandote me sonrió y saludó a mi acompañante. El recorrido hasta el estacionamiento fue silencioso. Nadie dijo nada, creo que ni las moscas volaron.

Una vez cerca de los carros, le di la llave de mi camioneta al gorila y le pedí a mi esposo que se subiera al carro que él me había dado. Ese día yo manejaría.

— ¿A dónde vas? — pregunté, y él se mantuvo en silencio. No volví a hacerle la pregunta y me dispuse a manejar hasta el restaurante.

— Mis oficinas están a unas calles — dijo al fin, y yo solo asentí. El camino fue aún más silencioso y algo tenso. No protestó en ningún momento, pero la vena hinchada en su cuello lo delataba. Estaba molesto.

— ¿Puedes dejarme aquí? — pidió, y yo seguí de largo.

— Bueno, señor — dije — como le decía, me había parecido maravilloso su regalo. De hecho, me impresionó que supiera un poco de mis gustos. Bajé la velocidad un poco cuando divisé el local. — Su gesto fue bello, pero su actitud deja mucho que desear, por lo que prefiero devolvértelo. — Detuve el carro y me dispuse a bajarme. Estiró su mano y cerró la puerta que yo había abierto.

— ¡Esmeralda, detente! — pasó seguro, y no pude volver a abrir la puerta. Pasó su mano por su rostro y trató de contenerse.

— Solo déjame ir, cuando los ánimos se calmen, volvemos a hablar — negó con la cabeza.

— No entiendo, te juro, no entiendo — balbuceó. — ¿Por qué contigo es tan difícil? Eres mi esposa, se supone que deberíamos hablar — me contuve, conté hasta diez y me le quedé viendo.

— ¿Tu esposa? — pregunté. — Soy tu esposa, pero el día en que me presento ante ti, veo a tu novia. Es que vieras lo que disfruté esa escena. Mi esposo tiene una novia. ¡Maravilloso! — grité.

— Ella no es mi novia.

— Qué raro, eso no dijo ella. — Mi sangre hervía. Nos quedamos en silencio, él no sabía qué decirme y yo estaba furiosa. De pronto él desbloquea el coche, yo me bajé y tiré la puerta.

El guardia que estaba en la puerta de nuestro local abrió y me saludó. Le devolví el saludo y me fui directo a la cocina, mientras escuchaba cómo él se iba. Ese día no había mucho tráfico, por lo que se podían escuchar los sonidos de los carros.

Me perdí en mi trabajo. Era el 25 de diciembre por la tarde, el restaurante estaba repleto. Había mesas reservadas, una fila enorme para entrar, y las peticiones para felicitar al chef no paraban. Diamante me había pedido que saliera un par de veces, pero me había negado. Siempre había eso, ellos solo adulaban, pero en la cocina el trabajo no paraba. La última reservación era cerca de las 8 pm, y fue cuando recién los comensales comenzaron a bajar.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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