Esmeralda
Desperté adolorida, con un amargo sabor en la boca y un ruido en los oídos que cada vez se hacía más fuerte. Abrí los ojos y las paredes blancas me abrumaron. Traté de sentarme, pero uno de los costados de mi cuerpo dolía y a la vez estaba entumecido. Me quedé recostada por un momento, tratando de recordar dónde estaba, y de repente el sonido de un disparo me sobresaltó. Lo recordé.
Inquirí y me di cuenta de que estaba en un hospital. Busqué el timbre para llamar a la enfermera, y no me costó encontrarlo. Cuando ella entró, enseguida llamó al doctor, quien luego de revisarme, me comentó lo que había sucedido. Un disparo rozó mi costado derecho, provocando que perdiera algo de sangre, lo cual no ayudó a que estuviera algo bajo en mi peso.
Luego de reprenderme por no llevar una dieta saludable, siendo chef, me comentó que debía guardar algo de reposo. Además, me informó que mi familia había pedido que me sedaran por la noche. Asentí, sabía que si las chicas habían decidido eso era porque me conocían lo suficiente como para saber que querría salir, apenas curaran mi herida.
— Debo preguntar —, dijo el médico cuando la enfermera salió. — Cuando ingresó a la clínica, supimos enseguida de quién se trataba porque su hombre de seguridad nos dio el código de atención. Ustedes se habían atendido antes, pero luego una enfermera dijo que debía notificarle a su esposo —. Sonreí.
— A las chicas, ellas son mi familia, como mis hermanas —, respondí. Él asintió. — Le agradezco la atención y que se haya tomado el tiempo para preguntarme esto –, añadí.
— Debía hacerlo. No es la primera vez que algo como esto me sucede, pero en mi experiencia siempre se prioriza al esposo —. Sí, lo sabía, pero nuestra situación es distinta, muy distinta, pensé de inmediato.
— Esta vez es diferente —, solté un suspiro, sintiendo mi cuerpo cansado. - Cada vez que ingresé con el código de paciente que manejamos con las chicas, es a ellas a quienes se les debe notificar -, aclaré. Él volvió a asentir.
— Sí, lo sé —, dijo el médico, hojeadas las notas en su mano. – Diamante, raro nombre —, añadió, sonriendo. — Nos dejó muy claro eso. Ella es algo... intensa —. Rodé los ojos, consciente de que las chicas habían hecho una escena.
— ¿Intensa? —, pregunté, y él asintió. – Es la menor, pero se comporta como una madre —, añadí con un suspiro.
El hombre salió del cuarto, dejándome la prescripción para un par de medicamentos y un documento firmado para mi alta. Tuve que esperar dos horas más para que me dieran el alta definitiva, ya que debía esperar el resultado de un examen y seguir una dieta especial proporcionada por un nutricionista.
El camino a casa no fue largo, pero subir y bajar del carro me dolía debido a los puntos en mi costado derecho y la orden de reposo total. Dado mi estado y los medicamentos, pasé gran parte del día durmiendo. Cuando desperté ya estaba oscuro, y mi teléfono indicaba que eran más de las 10 de la noche.
Aunque no tenía sueño, si tenía mucha hambre, así que me levanté y fui directo a la cocina, donde encontré a Vodka, quien me sonrió. Hablamos un poco sobre lo sucedido la noche anterior mientras yo cocinaba, y poco a poco las chicas fueron llegando atraídas por el aroma de la comida.
Nos acomodamos para cenar y hablar. La seguridad del restaurante había aumentado, y estábamos considerando la posibilidad de ampliar el equipo de seguridad. Por ahora, teníamos tres guardias aparte de Vodka, quien podía lidiar con más de uno solo, pero no podía estar las 24 horas del día con cada una.
— Si pudiera dividirse en cuatro y acompañar a cada una durante todo el día, lo haría —, se lamentó. - Pero no es así, por lo que contrataremos más seguridad -, anunció. Todas lo miramos. — Sin quejas ni reclamos, cada una tendrá seguridad, a menos que rechacen la oferta —, dijo, sacando una caja con cuatro colgantes.
— ¿De dónde sacaste esto? —, pregunté, sorprendida.
— Todos teníamos una vida antes de trabajar para Gema —, sonrió. - Quizás no la que queríamos, pero una vida -.
Acordamos que cada una llevaría su colgante y recordamos nuestros inicios en Nueva York, cuando decidimos abrir el restaurante. Diamante nos había dado algunas sugerencias y nos regaló un paralizante a cada una. Nos reímos y continuamos compartiendo historias.
Ese fin de semana decidimos no abrir el local, excusándonos por el accidente que había ocurrido. Pasamos los días comiendo comida rápida, viendo películas antiguas y románticas, escuchando música y haciendo una limpieza general en el apartamento.
El lunes por la mañana recibimos a proveedores para abastecernos durante el resto del año. Teníamos reservaciones para esa noche, pero el 1 de enero sería el único día libre que nos tomaríamos, ya que nunca trabajábamos ese día.
La mañana estaba fría y los cinco nos dirigimos al local. Una vez que terminamos de recibir los productos, desayunamos como solíamos hacerlo en estas fechas, como una loca familia de adolescentes.
— Esmeralda —, me llamaron por el radio mientras descongelaba carne. – Esmeralda, tienes visita, está en la entrada general –, informó Vodka. Diamante bajó conmigo.
— Déjalo entrar, dile que estoy en la cocina —, pedí.
— ¿Te dejo sola? —, preguntó mi amiga.
— Sí, grita, si me necesitas —, asentí. Cuando Iker entró, Diamante salió.
— Estamos en el salón —, dijo mi amiga antes de salir, y él se quedó mirándome.
— Señor Denaro, ¿qué hace aquí tan temprano? —, pregunté.
— ¿Estás bien? Quería saber tu estado, no contestas a mis mensajes, a mis llamadas. En tu edificio me dijeron que habías salido el sábado y no volviste hasta anoche. Estaba preocupado. No había forma de comunicarme contigo. No entiendo. Dijiste que podríamos hablar, que podríamos comunicarnos —, expresó con preocupación.
— A ver —, lo interrumpí. - En el momento en que ingresé a la clínica, trataron de notificarte de que estaba allí. No pudieron localizarte y finalmente llamaron a tu familia. Se intentó avisarte, no es mi culpa que hayas tenido cosas más importantes que hacer -, respondí, lo cual pareció dejarlo sin aliento y le molestó el pecho. El frío no me hacía bien.