Iker Denaro
Algunos días habían pasado desde que hablé con Esmeralda, y aunque me doliera aceptarlo, ella tenía razón; no puedo pretender que mienta cuando se trata de nuestro matrimonio. Ella no lo sabía, creo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza casarse en algún momento. Solté un suspiro y seguí revisando mis documentos. A pesar de estar casi al final del año, los negocios no descansan, por eso prefiero estar en mi oficina.
Tengo pendientes varias reuniones. No he querido salir del país por ella, pero creo que esto no avanzará. Ella tiene su carácter y yo el mío. Chocamos en muchas cosas. Creo que lo mejor sería abordar este tema lo más pasivamente posible.
Por lo pronto, me sumiría en mi trabajo. No quería estar en casa, había invitados que no deseaba ver. Mi padre había invitado a los Petrov a cenar con nosotros el día de año nuevo, por lo que tendría a Vitali, mi amigo, y a Milenka, prima de él e hija del amigo de mi padre.
— Te veo distraído, ¿pasa algo, querido primo? — Es Franko quien llega y entra a mi despacho. — No toques, lo siento, pero no levantes las cejas de esa manera —, se carcajea mientras camina hacia los sofás, allí se deja caer.
Mi primo estaba aquí por las fiestas de fin de año. Por lo general, no asistía, pero este año Verona se lo había exigido, y a nuestra tía nadie le decía que no.
En silencio permaneció un instante, luego se volvió a poner de pie y recorrió todo el despacho. No quitaba los ojos del móvil y eso me causó curiosidad. Siempre he sabido que mi primo guarda un compromiso muy grande, pero con quien, nadie lo sabe.
— ¿Qué te trae por aquí? — Pregunté finalmente. - Te demoraste, bien sabía que si me quedaba en silencio te entraría la duda -, se volvió a carcajear. Esto me estaba molestando. — ¿Me vas a decir o no? — No aparté la vista de mis documentos. No quería demostrarle tanto interés. No estaba de humor para juegos.
— Está bien, está bien, te contaré —, se sentó enfrente de mí y dejó su móvil sobre la mesa. - Ha pasado un tiempo desde la última vez que le hice un regalo -, sabía que se trataba de esa misteriosa mujer. - La verdad es que quería saber si ella me buscaría, si yo dejaba de hacerlo y me llevé una grata sorpresa.-
— ¿Ella te buscó? — Pregunté, y él asintió en respuesta. – Hizo más que eso –, se balanceó hacia mí con la silla. - Me encontró, me dio un susto y luego desapareció. -
— ¿Una psicópata? ¿Cómo tú? —, preguntó y él volvió a reír. - No soy un psicópata, pero sí, ella me encontró sin reparo y luego me dejó, sin demostrar cómo había sabido dónde estaba -, soltó un suspiro que casi me conmovió. - Ahora me pregunto si sabe dónde estoy siempre. Me gustó, pero me asustó -.
— ¿Sustos que dan gustos? — preguntó y se carcajeó, pero finalmente asintió orgulloso.
Pasamos la tarde los dos en la oficina. Poco antes de irnos a casa, Massimo, mi hermano, llegó a la empresa. Otro más que estaba molesto. Ese día había ido a buscar su lista de materias, y para su suerte solo le tocaba impartir un ramo. Lo que no le había gustado era su lista de alumnos. No nos explicó más allá, pero la molestia en el rostro no se la podíamos quitar.
La llamada de Verona nos sacó de nuestra comodidad. La comida de la noche iba a ser tarde. Ella había organizado todo, pero quería que estuviéramos en casa temprano. Las visitas ya estaban instaladas, y de paso nos encargó pasar por un pedido a una pastelería, que para mi mala suerte quedaba al lado del restaurante de Esmeralda. Creo que era su otro negocio.
Nos adentramos en el tránsito de ese día. Era mucho. Incluso tuvimos que dejar los carros a un par de calles. Había una fila para entrar a la pastelería, así que no nos quedó nada más que esperar. Lo que nos llevó casi una hora, en donde nos turnábamos para estar de pie. Cuando por fin pudimos entrar, solo quedaban algunos pedidos que entregar, ya que los escaparates y mostradores estaban totalmente vacíos.
Una chica preciosa atendía. Fue Franko quien se adelantó. En sus ojos vi que la conocía, pero ella no se inmutó.
— Señores, Franko —, dijo, haciéndonos reír. —¿En qué les puedo ayudar? — preguntó mientras no dejaba de mirar la pantalla.
— ¿Cerramos? – Un gorila conocido entró. — Buenas tardes, señores —, asintió el hombre que siempre acompaña a Esmeralda. – ¿Quedan más pedidos, Zafi? — ella negó.
— Cierra, entrego lo de los señores y listo —, él se acercó a ella y tomó las llaves, no sin antes quedarse de pie tras ella y mirar la pantalla, cosa que hizo que mi primo se aclarara la garganta. ¿Celoso? — Bien, señores, ¿en qué les puedo ayudar? — volvió a decir.
— Verona Denaro —, dije. — Ella hizo un pedido —.
— Ok, enseguida —, ella se perdió entre algunas puertas. Se escuchaban algunas voces, y luego volvió con dos cajas de pasteles. Ella nos los entregó y me hizo firmar un recibo, luego nos despidió.
Se veía simpática, pero sería. Salimos de allí liderados por mi primo, quien evidentemente estaba molesto. Casi corrió hasta el carro. Me subí junto a él mientras Massimo se iba en su carro, pero contrario a lo que pensé, mi primo avanzó hasta casi quedar frente a la pastelería. Allí esperó en silencio y yo también. No iba a preguntar nada, se notaba su molestia.
Luego de unos minutos vimos salir a un grupo de tres hombres vestidos de blanco. Eran pasteleros. La chica que nos había atendido antes los despidió, mientras el gorila cerraba el local. Luego ellos dos avanzaron jugando con la nieve. De pronto, por la acera, salió una chica de cabello casi castaño y mi esposa. Me quedé atento mirando cómo los cuatro jugaban con la nieve.
Mi esposa era muy feliz en ese momento. Parecían niños pequeños tirándose la nieve. Me podía dar cuenta de que todas estaban contra el grandote, pero él tomó en brazos y cargó sobre su espalda a dos de las chicas y luego corrió a la siga de Esmeralda, quien corría hacia el restaurante. Allí los vimos perderse cuando la puerta del lugar fue abierta por una cuarta chica.