Esmeralda
Llevaba un par de horas trabajando. Rubí y Zafiro habían vuelto a la universidad, por lo que la carga de trabajo había vuelto a ser la misma. En la oficina, Diamante entrevistaba a un par de personas; necesitábamos un administrador nuevo y una segunda chef. Desde hace un tiempo, he querido tomar un curso de cocina, por lo que necesitaré más tardes libres. Además, me gustaría descansar un poco.
Por otra parte, me había comprometido con Iker a tener más tiempo para salir. Últimamente, salíamos, pero solo porque él pasaba por mí en el restaurante, salíamos a caminar por ahí o a tomar un café, y con eso nos conformábamos. Pero quería más, y era evidente que él también lo deseaba.
Poco a poco me había acostumbrado a él, a tenerlo cerca, a contestar sus mensajes, sus llamadas, o simplemente hablar y apreciar su compañía. Me parecía algo increíble que, en tan poco tiempo, me hubiera acostumbrado a él y que aún me sorprendiera con sus detalles o sus llamadas. Siendo sincera, pensé que después de un par de semanas, perdería el interés en mí.
Contrario a eso, cada vez era más intenso, y no me molestaba en absoluto. Se notaba su interés, y para ser la primera vez que me sentía así, se sentía genial, casi como estar en las nubes. Sonreí como una tonta, pero una de las meseras me sacó de mi burbuja.
— Jefa —, me quedé mirándola. – Hay un paquete en la recepción para usted –, me miró de manera extraña, y pronto entró Diamante.
— ¡Flor-es! —, canturreó mi amiga, y yo me carcajeé. Salí rumbo a la entrada y vi un enorme arreglo de rosas, en donde había una nota, algo escrito de su puño y letra.
— Una, por cada día que llevas dándome una oportunidad. ¿Una cita? —, decía la tarjeta, y escuché a Diamante gritar.
— Pero qué romántico —, me reí junto a ella y luego tomé mi móvil, contestándole con un "Sí" mediante un mensaje. – No puedes negar que esto te sorprendió –, negué con la cabeza.
— Una cita —, esas simples dos palabras provocaron que un escalofrío recorriera mi espalda. – Mi primera cita –, Dia me abrazó y me pidió que me arreglara rápido, ya que saldríamos hacia el apartamento.
Pasado el mediodía, ya teníamos nuevo personal. De hecho, el segundo chef ya había trabajado con nosotros y estaba con licencia, pero volvió antes, puesto que, según lo que dijo, estaba aburrida en casa. Eso me quitó un poco de carga de encima, y pude destinar mi tarde a buscar qué podía ponerme para la cita, no sin antes llamarlo a él.
— ¿Estás ocupado? —, pregunté.
— Para ti, jamás —, sonreí como una niña; esto me hacía sentir como en secundaria. Dime, bonita, – ¿qué necesitas? –, preguntó.
— La cita —, pronuncié nerviosa. – ¿Es elegante, relajada o más deportiva? –
— Elegante, quiero que sea oficialmente nuestra primera cita —, confesó, algo bajito, podía apostar que estaba apenado. – Nunca tuvimos una, puede ser que quiera hacerlo especial, ¿estás de acuerdo? – Me encantaba, me emocionaba, me volvía loca, pero me calmé.
— Está bien, tú invitas, tú propones —, lo escuché reírse, con ese tono ronco que volvía mis piernas como gelatina.
Pronto nos despedimos, y terminé colgando. Decir que tenía altas expectativas era poco. Dejé todo listo en el restaurante, y junto a mi amiga salimos rumbo al apartamento. Allí nos pusimos a hablar sobre las citas, sobre los regalos que en algún momento nos han hecho, no son pocos. Tiempo atrás, Diamante tenía a alguien que le enviaba flores, Zafiro recibía rosas azules cada vez que tenía una presentación y en su cumpleaños. A Rubí le habían llovido los pretendientes, desde compañeros de universidad hasta algunos clientes del restaurante. Pero yo, yo siempre fui esquiva, jamás dejé que siquiera existiera la ilusión de un hombre hacia mí, simplemente los rechazaba.
Pero hoy, hoy estaba nerviosa. Si deseaba esta cita, me gustaba cómo nos complementábamos. Luego de tantas veces que discutí con él, ahora verlo tan caballero, siendo tan comprensivo, me mataba, me traía loca. Pero no como para demostrárselo. Me carcajeé cuando se lo confesé a mi amiga, pero pronto nos concentramos en buscar qué ponerme.
Dos horas después, cuatro armarios recorridos, y nosotras cuatro sentadas en el suelo de la habitación de Rubí, decidíamos qué hacer. Nada nos había convencido. Me probé cuantos vestidos pude encontrar en el armario de las chicas, pero todos tenían algún detalle que no nos convencía.
— Podríamos ir al centro comercial, ¿les parece? —, pregunté, y todas aceptaron.
Salimos escoltadas por Vodka, recorrimos seis tiendas completas, y nada me convencía. Se suponía que era una cita formal. Me gustaba mucho la temática, pero qué difícil era encontrar algo que me gustara y que me quedara bien sin necesidad de hacerle arreglos.
La última opción fue una tienda que parecía más de novias que otra cosa, pero allí, entre algunos vestidos de satén, encontré algo. El color no me convencía, pero después de ponerlo en perspectiva, me convencí. Me lo probé, me quedó, lo pagué y, por fin, pudimos irnos a casa.
— ¿Cuánto tiempo te queda? —, preguntó Rubí una vez que estuvimos solas, ya que las chicas se habían ido al restaurante.
— Pasará por mí a las siete. ¿Por qué? —, pregunté.
— Hay que arreglarte, y quiero saber si cuento con el tiempo suficiente —, asentí. – Cabello recogido, pero no completamente –.
— Me gusta tu idea —, las dos nos carcajeamos.
Pronto llegamos a nuestro apartamento, y mientras mi amiga buscaba sus aparatos para el cabello, yo me daba una ducha rápida. Bromeamos mientras me arreglaba, y pronto ella sugirió un cambio en mi ropa interior.
— La última vez que se vieron desnudos —, dijo, y yo enrojecí enseguida. – ¿Qué tipo de ropa interior llevaba? –, terminó por preguntar.
— Solo una braga de encaje en color negro —, respondí automáticamente, lo recordaba perfectamente. - ¿Por qué? -