Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo XXX: Buscando el perdón.

Iker Denaro

Esperé todo lo que pude esperar. Cuando vi en la prensa que se había hecho daño, quise correr a ver qué pasaba. Sin embargo, al verla en compañía de sus amigas y algo cansada, no quise agregarle más carga emocional. Ella estaba bien y había hecho legalmente lo correcto: una orden de alejamiento para la prensa, especialmente para aquellos que habían causado su accidente.

En menos de dos días, había logrado dejarlos sin trabajo y casi derribar la revista que les habían enviado. ¿Cómo era posible que se lavaran las manos después de casi matar a mi mujer? Mi hermano, un excelente abogado, me aseguró que todo estaría bien. Aunque no podía evitar pensar en ella, estuve muchas veces fuera de lo que sería nuestra casa, incapaz de entrar. Solo iba a ver cómo seguía todo y cómo se comportaba el personal.

—¿Quieres un café? —preguntó Sarah cuando me vio recargado en mi carro. Negué con la cabeza. —Se siente vacía, pero deberías entrar. Aquí está haciendo frío.

—Siempre sabes qué mencionar —ella se quedó a mi lado.

—Podría ir a verla, ¿sabes? Es mejor hablar las cosas que quedarse de brazos cruzados —sin más, desapareció de la escena, no sin antes dejar sus palabras impregnadas en mi mente.

Me subí a mi carro y automáticamente manejé hasta el restaurante. Aunque al principio no me dejaban entrar, una de las chicas salió a recibirme y mencionó que mi esposa estaba esperándome adentro para hablar. Nuestra conversación fue corta y poco atractiva. Ella estaba fría; se podía conservar carne en el ambiente, pero aun así respetó mi silencio.

—¿Dónde está tu carro? —preguntó y yo le indiqué mi carro aparcado en frente del restaurante—. Espérame allí, salgamos de aquí —asentí.

—Está bien —fue lo único que pude responder. La emoción me embargó, y caminé tan rápido como pude hasta el carro.

Algunos minutos, llenos de nervios, la vi salir del lugar y caminar directo al carro. Sonreí y, aunque era evidente la tensión entre los dos, manejé hacia nuestra casa. Ella estaba tranquila y poco a poco cerró los ojos; se veía algo cansada y respeté su sueño. Fijé la dirección y me fui tranquilamente manejando, evitando cualquier calle ruidosa, cuidando de su sueño.

Reaccionó poco antes de entrar en la casa. Me agradó que Sarah estuviera esperándonos en la puerta. Ellas dos se llevan muy bien, y eso me da una sensación de hogar al llegar a casa. Esmeralda le dio algunas indicaciones, y nuestra niñera se fue directo a cumplirlas. Algunos chicos del personal la saludaron, y luego subimos directamente a la habitación, en un cómodo silencio.

Entré a la habitación siguiendo sus pasos. Aún algo nervioso, me atreví a hablar sobre la casa, sobre cómo me había sentido en los últimos días. Ella recorría con la mirada nuestra habitación, y a diferencia de lo que yo pensaba, poco a poco se fue acercando a mí. Cuando sus labios tocaron los míos, el mundo a nuestro alrededor se me olvidó. Deseaba sentirla, deseaba esto, pero esta vez había algo diferente; esta vez ella había cambiado.

El deseo me invadió rápidamente, y envolví su cuerpo con mis brazos. Poco a poco nos dejamos llevar, la ropa nos estorbó, y en cuestión de minutos, yacíamos casi desnudos sobre la cama. Acomodé su cuerpo bajo el mío y recorrí su cuello hasta sus pechos. Escuché cómo sus gemidos llenaban la habitación y seguí. Nuestros sexos se rozaban por encima de la tela, mientras una de sus manos jalaba mi cabello. Esto era algo nuevo, sin embargo, extrañamente excitante.

No me dio tiempo de reaccionar cuando ella y su pequeño cuerpo me hicieron girar, dejándola sobre mí. Mordió sus labios y bajó con su lengua hasta mi pelvis, donde se deshizo de mi bóxer y con sus delicadas manos heladas comenzó a masajear mis testículos, provocando que mi erección se endureciera de inmediato. La vi saborear sus labios y pronto los sentí en mi duro sexo.

Gemí por la sorpresa y por ese nuevo lado que me estaba gustando cada vez más. No me importaba un carajo en ese momento; solo quería que siguiera subiendo y bajando. Sin embargo, sentí su lengua deslizarse desde el centro de mis huevos hasta la cabeza de mi dureza, haciendo que se me pusiera la piel de gallina.

Una de sus manos tomó mi erección, mientras que su lengua jugaba con la cabeza de esta misma, dándome poco a poco placer. Tomó su cabello para admirar cómo me excitó aún más, para luego engullir por completo, haciéndome gemir como un loco. De rodillas, entre mis piernas, se levantó dejando mi erección durísima y por completo a su disposición. Hizo un tomate con su cabello y luego volvió a hacer el mejor sexo oral que había tenido en mi vida.

Después de algunos movimientos con su boca, lengua y manos, sentí como un remolino se formaba en mi sexo. Estaba ardiendo y a punto de arrasar con todo. Traté de contenerme, pero no pude. Terminé dándole lo que buscaba, acabé dentro de su boca y sin ningún reparo ella lo tomó. Mientras me recuperaba, ella se acostó a mi lado boca abajo, mirándome con curiosidad.

Sonrió al verme derrotado. En ese momento, me podía tener a sus malditos, pero hermosos pies, si quisiese. Cerré los ojos por un minuto y luego me volteé hacia su cuerpo, atrapándolo en el acto. Estaba tranquilo, relajado y en paz, aunque sabía que teníamos que hablar. En estos momentos, me conformaba con solo mantenernos de esta forma.

Pero mi cuerpo no podía conformarse con solo eso; sus labios volvieron a buscar los míos a sabiendas de que me provocaría.

—No saldremos jamás de aquí —hablé en susurro sobre sus labios, mientras ella sonreía.

—¿Quién dijo que buscaba salir de aquí? —respondió y automáticamente estaba sobre ella.

Tumbada sobre la cama, boca abajo, me dejaba la mejor vista. Besé su espalda hasta llegar a su espalda baja, levanté su cola y pasé mi lengua por su pronunciado trasero. Una de mis manos comprobó su humedad y enseguida mi erección reaccionó; uno de sus gemidos resonó en la habitación y rápidamente acomodé mi erección en su entrada y me abrí paso entre sus pliegues mientras escuchaba sus gemidos.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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