Esmeralda
Veía los diversos titulares mientras estábamos en la oficina del restaurante, pero ya no nos afectaba; habíamos pasado el día tratando de evitar a los periodistas. Por suerte, ya no éramos tan extrañas con la prensa, y Diamante era una maestra para manejar este tipo de situaciones.
– ¿Vamos a ver casas? – preguntó Rubí entrando al despacho donde estábamos Diamante y yo. – El día está delicioso, estamos con el ánimo – nos carcajeamos.
La tarde estaba de lujo; dejamos a una de las administradoras junto a un par de guardias de seguridad a cargo del local. Mis tres amigas y yo nos montamos en uno de los carros, mientras Darío y Vodka nos seguían en otro. Fuimos directo hacia la inmobiliaria, donde una chica muy agradable nos atendió y nos presentó varias opciones.
Acordamos darnos todo el día para ver las propiedades. Mientras la chica llamaba para que les entregaran las llaves de la casa, nosotros salimos hacia la primera dirección, prometiendo esperar a la agente inmobiliaria. Pero nuestro plan era distinto; apenas llegamos a la propiedad, buscamos formas de entrar, una muralla, una reja o simplemente un punto ciego.
Descubrimos que la primera casa era una de las más seguras, rodeada de otras mansiones con su propia seguridad. Únicamente había algo que no nos gustaba, faltaba espacio, pero tenía una casa de huéspedes.
– Nosotros podríamos vivir allí – dijo Darío y todos nos dimos vuelta hacia él.
– Habla por ti – declaró Vodka – yo duermo donde mis mujeres duermen. Si entran a la casa o a alguna habitación de las chicas, yo seré el primero en decapitar al intruso – nos carcajeamos, pero era verdad, él se negaba a dejarnos solas – solamente las dejaré solas cuando ellas me lo pidan.
– No es la mejor excusa – Zafiro se abrazaba al grandote – sin embargo, tiene razón. Me siento mucho más segura con Vodka durmiendo bajo nuestro mismo techo – todas asentimos.
Así continuamos hasta que la muchacha apareció con las llaves, se sorprendió al vernos dentro de la propiedad. Antes de que manifestara cualquier cosa, le explicamos cómo habíamos hecho todo y por qué. Luego nos mostró el interior de la casa, que nos gustaba, pero decidimos hacer algunos cambios.
La segunda casa fue un desperdicio de tiempo, pequeña, vieja y sin mantenimiento. Daba a un sitio baldío y le faltaba seguridad. Construir algo desde cero no estaba en nuestros planes en estos momentos.
La tercera casa tenía todo lo que necesitábamos, incluso habitaciones de seguridad en el primer y segundo piso. Aunque la propiedad no era extensa, limitaba con otras y ninguna muralla daba a sitios vacíos. Nos impresionó, incluso, a Diamante, que era la más exigente.
Agradecimos el servicio y los chicos se encargaron de llevar de vuelta a la agente a su empresa. Nosotras fuimos a un restaurante que frecuentamos, donde discutimos los pros y contras de las casas que habíamos visto. Primero descartamos la segunda propiedad, luego defendimos la que más nos gustaba. Terminamos siendo cuatro contra dos en la votación, participando Vodka, Darío, Zafiro, Rubí, Diamante y yo.
– En lo personal, ya tengo una propiedad – hablé – y pretendo tener otra más adelante, pero siempre mi casa será donde están ustedes.
– Lo mismo pienso – acotó Zafiro – el departamento es mío, pero de la misma forma pienso participar en la compra de una casa. Me gustaría que el día de mañana, independientemente de donde estemos, podamos llegar allí y sentirnos en casa.
– ¡Salud! Por eso – levantó su pequeño vaso de sake Rubí y todos la secundamos.
Esa tarde la pasamos entre amigos, pero por la noche, al llegar a casa, Darío me tenía noticias de mis hermanos, no muy alentadoras. Me entregó algunos documentos y los leí mientras imaginaba todo lo que habían pasado y recordaba cómo fue que llegaron a tratarme tan mal.
Al único que podía recordar bonito era a Javier, pero era al único que no podía encontrar. Recordé tantas cosas, nuestra pequeña casa, lo poco qué mamá estuvo a nuestro lado. A papá no lo recordaba; bueno, al hombre que se hacía llamar mi padre. Por mi abuela sé que mi verdadero padre no formó parte de mi vida.
¿Qué podía hacer? ¿Cuál sería mi siguiente paso? Esa noche, casi no dormí, llamé en repetidas ocasiones a la policía de la ciudad en la que vivía para preguntar por los hermanos Vásquez. Nadie me había dado información sobre ellos, salvo una mujer que se apiadó de mí y me puso en espera.
– Señorita – llamó mi atención – los hermanos Vázquez se fueron del pueblo hace algún tiempo, vendieron la casa en donde vivían. Según mis fuentes, tenían problemas con un cartel. Después de eso, en mi sistema aparece una denuncia por presunta desgracia hecha por la pareja de uno de ellos. Esta se hizo en el pueblo de Morelia, Michoacán.
– Muchas gracias por la información – dije. Después de algunos detalles, cortamos la llamada. No tenía mucha información, pero sí tenía por dónde comenzar.
De madrugada fui al restaurante, donde comencé a cocinar y a instruir a algunos de los cocineros. Estaba segura de que podría viajar en los días próximos. Lo había pensado muy bien y necesitaba ir a México, allí podría resolver las cosas por mi cuenta y con la ayuda de alguno de los chicos. El día se me pasó en instrucciones, ver vuelos y rentar algún apartamento para quedarme en Michoacán.
A eso de las seis de la tarde, mi cabeza amenazaba con explotar. No quería ver a nadie ni siquiera hablar con alguien. Estaba comiendo algo de fruta y hasta calor había sentido ese día. De pronto, unos tacones se escucharon entrar, y una mujer con voz chillona preguntó por mí. Alcancé a esconderme en la barra cuando vi que se trataba de Milenka Petrova.
Solté el aire de mis pulmones y con la mirada la seguí hasta que un camarero la colocó en la mesa de enfrente de la barra. Casi gateando, me dirigí a la cocina. Allí, fui hasta los casilleros y me cambié de ropa. Quería evitarla, pero hoy no; con alguien debía sacar todo lo que traía dentro y qué mejor que esta estúpida rubia.