Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo XXXIV: Situación sentimental en familia.

Iker Denaro

No daba crédito a lo que mis ojos veían. Milenka estaba sentada frente a mí, pasando sus manos protectoramente sobre su vientre, aún plano para mi gusto. Volví a leer los documentos, respiré profundo y me puse de pie. Di vueltas alrededor de mi escritorio, pero mi cabeza amenazaba con explotar. Tomé mi móvil y le pedí prácticamente a toda mi familia que vinieran a mi despacho. Luego, me quedé admirando a la rubia enfrente de mí.

– Vete – declaré, y ella cambió la expresión de su rostro. – No te quiero cerca de mí en estos momentos, no quiero que estés aquí – comencé a sentir algo de asco, de mí, de ella, de la situación que estaba viviendo.

– ¡No puedes hablarme así! – espetó, poniéndose de pie. – ¡Soy la madre de tu hijo! – se acercó aceleradamente, pero la esquivé.

– ¡No! – por primera vez le grité y me quedé contemplando la escena. Sentía que era un espectador en este circo. Milenka estaba estática y al borde de las lágrimas. – ¡No formules eso! – murmuré entre dientes. Mi mente aún no asumía la noticia. – Escúchame, Milenka – relajé el tono un poco. – Vamos a hacer esto bien, estaré presente, pero necesito una prueba de ADN – ella se me quedó viendo estupefacta por lo que había dicho.

– ¿No me crees? ¿Cómo no me puedes creer? – ahogó un sollozo. – Le crees a una prostituta y no a mí – se carcajeó entre lágrimas. – Espera a observar lo que sucederá cuando mi padre se entere de esto.

– ¿Me enteré de qué, hija mía? – Víctor entró en compañía de sus hombres a mi despacho. – Milenka – pronunció, estaba furioso. – Te mencioné que te fueras al aeropuerto – la rubia caminó rápido hasta él y se arrojó a sus brazos.

– Papi … - quiso rezongar, sin embargo, él no lo permitió.

– Nos vamos a Rusia, ya te lo dije – ella se apartó y caminó hasta mi escritorio tomando su cartera y mirándome. – ¡Te vas a arrepentir! – amenazó y salió del lugar.

Me quedé consternado. Víctor se disculpó conmigo y me contó qué habían pasado por un proceso de exámenes donde se había enterado de que sería abuelo. Él mismo reconoció que su hija estaba teniendo problemas de salud mental. Me pidió que le diera tiempo y prometió que con el paso de los meses podríamos hacer una prueba de ADN. Acepté y luego nos despedimos.

Me sentí raro al saber que él estaba de mi parte. Ese hombre mataría por su familia. Me extrañaba que tomara esto con tanta tranquilidad. Solo unos segundos me bastaron para volver a caer en cuenta de que era posible que tuviera un hijo y su madre no fuera Esmeralda. ¿Qué haré? ¿Cómo se lo diré? Ella y yo compartimos una infancia con figuras paternales faltantes. Si bien mi padre estaba, mi madre no y en el caso de ella, le fallaron los dos.

Estaba sentado en el suelo de mi despacho, recargado en el pequeño bar que este poseía, miraba por la ventana y mantenía un vaso con licor entre mis manos. En ese momento solamente existía, allí, solo, sin saber qué hacer o con quién hablar, sin poder imaginarme lo que sucedería. Todo era tan incierto, incluso podía vislumbrar mi futuro completamente solo.

Y entonces la culpa, la maldita culpa me invadió. Llegó a mí como si un rayo me hubiese atravesado, como si no mereciera nada más que ser lastimado. La tormenta venía a mí sin prisa, pero sin pausa, avanzaba hundiendo todo lo que con tanto esfuerzo había construido, llevándose mi refugio y nada más. Lancé el vaso y dio contra el escritorio. La rabia que cubría mi cuerpo amenazaba con matarme de dentro hacia fuera. Era como una maldita enfermedad que no podía detener ni con los mejores tratamientos del mundo. Me sentía inútil ante la situación. Tomé mi teléfono en varias ocasiones y ninguna vez junté el valor para marcarle a Esmeralda.

La puerta de mi despacho fue abierta y enseguida Verona, seguida por mi padre, entraron a mi oficina. Mi padre se encargó de las reuniones que seguían, mientras que mi tía me consolaba en silencio. Estaba hecho un lío. Mi hermano no tardó y Franko se comunicó con nosotros vía videollamada.

– ¿Estás seguro? – preguntó mi primo. – Sé que puede ser la hija de un socio, pero sabes cómo es esa mujer. Ella haría lo que fuera por estar a tu lado. Su palabra no es confiable – un silencio se hizo. – Por otro lado, sé que Esmeralda es una mujer de principios. Ella no estará a tu lado si sabe que puede lastimar a un bebé que no tiene la culpa de los padres que le tocaron.

– Tiene mucha razón. Yo sé que es eso y, sinceramente, la entiendo. Comparto su opinión – Verona no me daba mucha esperanza, pero apreciaba su sinceridad. – La integridad no es algo con lo que cualquiera nazca, y tu mujer la tiene, es una característica intachable de ella.

– Lo sé – acepté, y era la verdad. Ella podía ser muchas cosas, sin embargo, era intachable. Por eso es por lo que me dolía tanto la situación. Sabía que ella le dejaría libre el camino a Milenka. Ella no me reclamaría, ella solo se alejaría.

Y era lo que más me temía. No quería aceptar que me había equivocado. No quería perderla, pero ¿Qué más podría hacer? ¿Hablar con ella? Esa sería una opción. ¿Realmente sería una opción? Refresqué mi mente, sin embargo, ni siquiera podía lograr dormir. Verona trató de calmarme, pero ella estaba preocupada. Ella compartía la posición de mi mujer. Reí en el momento en el que pensé eso. ¿Tendré derecho a llamarla de esa forma? ¿Mi mujer?

La tarde pasó rápido; la hora en que me había propuesto ir a hablar con ella llegaba, se aproximaba. Ese maldito reloj no daba tregua, avanzaba, y aunque le pidiera al cielo que lo detuviera, era imposible. Sin querer, recordé lo que mi padre decía hace algunos años: "El tiempo es algo que todos deseamos, y que por más dinero que haya en nuestro bolsillo, jamás dejará de avanzar. No volverás a ser tan joven como lo eres en este segundo". Sonreí sin ganas.

Esa fue la única lección que me dio durante mis años de rebeldía. Ahora lo veía manejar las empresas como si tuviera todo en sus manos y me daba cuenta de que lo que menos podía manejar en esos años era a dos universitarios rebeldes y a un preadolescente genio. Reconozco que mi padre hizo una maravilla con mi hermano y yo, y de paso se encargó de mi primo.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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