Esmeralda
Llorar, llorar, llorar.
Habían pasado dos días y lo único que había hecho era llorar. Las chicas se habían turnado para estar junto a mí, pero en estos momentos no me soportaba ni yo misma. Debo aceptar que parecía un fantasma: me levantaba de noche, estaba pálida y ojerosa, no comía y, si es que algo entraba en mi organismo, lo devolvía en el baño al poco rato.
Fueron necesarias tres botellas de tequila para perder la conciencia la primera noche. Luego de eso, dormí casi un día completo. Apagué mi móvil, dejé mi carro en el restaurante. Sabía que mi exsuegro me había buscado allí; sin embargo, tampoco fui capaz de hacerle alguna llamada.
Era viernes y mi cabeza me daba vueltas. Era mi tercer y último día así; lo había decidido luego de aquella conversación con mis amigas. Solo tres días me daría para retorcerme, lamentarme y sentir pena por mí misma, por mi vida y todas las situaciones que he tenido que pasar, soportar mientras mi relación junto a Iker avanzaba.
Me puse ropa deportiva, bajé a buscar una botella de agua y, luego de colocar una playlist, salí a correr. Esto, aparte de relajarme, me hacía falta. Nunca fui buena entrenando o manteniendo un régimen; mis genes hicieron mucho por mí. Sin embargo, mis metas ahora habían cambiado. Estaba planeando un viaje; debía avanzar, debía seguir con mi vida. No voy a negar que me afecta y quizás me afectará por mucho tiempo, pero debía ordenar mis prioridades.
Corrí un par de calles hasta donde vendían las donas y pasteles que nos gustaban. Estaba destrozada por dentro, pero debía comenzar a comer. Así fue como, poco a poco, en un día volví. Por la tarde ya tenía todo embalado; mi habitación parecía una bodega. Las chicas estaban iguales. Habíamos comprado la casa, nos habíamos dividido las habitaciones y estábamos terminando de empacar todo.
– ¿Cómo vas? – preguntó Rubí, quien andaba en ropa deportiva y estaba algo empolvada – creo que me voy a morir, me duele todo y aún no he terminado – me reí.
– Yo terminé, comencé temprano y las últimas noches de insomnio me ayudaron – rodó los ojos y se dejó caer al suelo deslizándose contra la pared.
– Nada mejor que una ruptura amorosa para poner en orden tu cuarto – me encanta la sinceridad. Me le quedé viendo y ella bajó la mirada – lo siento, estoy algo liada.
– ¿problemas? – pregunté y asintió - ¿me quieres contar?
– ¿me quieres ayudar con mi ropa? – asentí y nos fuimos a su habitación. – me siento extraña – comenzó diciendo – nunca me había sentido tan fuera de mi sitio, ser abogada fue mi sueño, lo convertí en mi meta y es en lo que me he basado todo este tiempo, pero ahora … - suspiro. – siento que quiero tomarme un tiempo.
– Hazlo – solté – simplemente hazlo, puede que te guste tu carrera, pero puede que esto sea lo que necesites para retomar fuerzas – nos quedamos en silencio. Rubí jamás era de pedir opinión, pero cuando lo hacía era porque realmente estaba pensando mucho en el asunto – te ofrezco unas vacaciones – se me quedó viendo – hace mucho tiempo estoy buscando tiempo para irme a México, necesitaba información sobre mis hermanos y ahora he conseguido algo, quiero partir en unos días.
– ¿para dónde vamos? – preguntó Zafiro apenas entró en el cuarto.
– Llegó la gente de la mudanza – aviso Diamante.
Finalmente, dejamos la conversación de lado y cada una se hizo cargo de las cosas que les pertenecían. Había cajas que necesitaban ayuda y otras que eran más frágiles; esas se irían en los carros de cada una. Nos demoramos la mitad del sábado solo en mover las cosas del apartamento a la nueva propiedad, la otra mitad en subir todo a nuestras habitaciones y organizar.
El domingo durante el día se instaló todo lo que tenía que ver con seguridad y llegaron tres personas que nos ayudarían: la señora Zola, quien se encargaría de mantener todo en la casa, y dos chicos más que ayudarían en la seguridad solamente de la casa.
El cambio no nos costó mucho, pero sí despedirnos del apartamento. Si bien Zafiro lo conservaría, ya no sería lo mismo. Lo llamamos hogar por casi tres años y allí teníamos muchos recuerdos.
El domingo por la noche fue la última vez que comimos allí. Aprovechamos de celebrar y yo hablé sobre mis planes. Todos estaban de acuerdo con lo que quería hacer. Desde entonces, mi viaje a México era oficial. Desde esa noche comencé a buscar información: vuelos, algunos arriendos de departamentos. Me mantendría con una dirección fija en la capital del país, pero buscaría a mis hermanos hasta dar con ellos.
Mientras iba armando mi viaje, se me fue sumando gente. Finalmente, viajaríamos las cuatro en compañía de Vodka, mientras que Darío se quedaría a cargo del negocio y la casa. Estaba terminando de organizar todo en el local cuando un mesero me avisa que me buscan, con algo de valor, esperando que fuera mi flamante marido o su novia, Milenka.
Salí a atender a quien me buscaba y me dio gusto cuando me topé con Don Rogelio afuera, quien enseguida me saludó cariñosamente.
Me contó que me había venido a buscar hace algunos días. Sin embargo, le había dicho que estaba indispuesta. Se lo reconocí, pero me justifiqué con una gripe. Luego lo invité a un café y estuvimos conversando un momento sobre la vida.
– Bueno, niña, yo había venido a preguntarte qué era lo que necesitabas de mí – mencionó luego de varios minutos – hace unos días me habías dicho que quería hablar conmigo y finalmente estoy aquí – sonreí y le tomé la mano.
– Bueno, yo sé que usted cuenta con una red de apoyo en México; necesito algo de información de allá – él asintió y enseguida se puso a mi disposición.
Me tocó contarle parte de mi tragedia familiar, siempre evitando dar detalles de mis padres, no porque me incomodara, sino porque lo encontraba demasiado privado como para andarlo gritando a los cuatro vientos. Él me pidió los nombres de mis hermanos y luego comenzó a enviar algunos mensajes. Sinceramente, me sorprendió la rapidez; apenas terminamos el café, ya tenía noticias y algunos nombres y direcciones que me indicaban que la investigación que habíamos hecho no estaba tan lejos.