Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo XXXIX: Casualidad en el aeropuerto

Esmeralda

Estaba cálido; desperté con los ojos pegados a las paredes blancas. Había pasado los últimos días durmiendo al lado de Javier. Mi hermano estaba considerablemente mejor de salud, pero los doctores no le daban muchas esperanzas de vida. Lo mejor que oí fue que le daban seis meses; él se conformaba con eso, pero no logro recordar la última vez que había llorado tanto como ese día. Solté el aire y escuché cómo mi hermano se reía de mí y se burlaba de mis ojeras. La verdad es que cada vez que él duerme, busco algún tratamiento, algún lugar donde me den más esperanzas, pero hasta el momento no había tenido éxito alguno.

Pronto llegó Diamante; ella se había hecho muy amiga de Javier. A mi hermano le encantaba pasar el rato con ella; eran muy parecidos y tenían un humor negro que espantaba. Ese día ella se quedaría a hacerle compañía; yo tenía una reunión con algunos médicos y, de paso, me reuniría con Rogelio, quien me había pedido una junta. Tomé el bolso que mis amigas me habían llevado y me metí en el baño. Todo fue rápido; apenas terminé de arreglarme, me despedí de los tortolitos, Diamante y Javier, y salí del lugar.

Lamentablemente, la junta médica no fue nada alentadora. Mi hermano poco a poco iría perdiendo sus capacidades. Incluso me daban luz verde si quería sacarlo de la institución por los siguientes tres meses. Ya que, si no lo hacía ahora, en un tiempo sería tarde. Me tomé algunos momentos en el carro, sintiéndome mal, cansada, algo exhausta.

Traté de calmarme y manejé hasta el restaurante donde Rogelio me había citado. Alcance a estacionarme; mi nariz comenzó a sangrar y mi camisa se manchó. Apenas logré contener la sangre, la cabeza me dolía y comencé a marearme.

Traté de respirar profundo, pero un toque en mi ventana me sobresaltó. Me giré y era Rogelio. Enseguida quité el seguro de las puertas y él me auxilió. Me tomó en sus brazos y me metió a su carro. Le pedí que trajera mi cartera y mi móvil; mandó a uno de sus hombres y, después de eso, un mareo me fulminó. Mis ojos se fueron cerrando poco a poco, y finalmente, perdí el conocimiento.

Desperté sobresaltada, en una habitación extraña, pero enseguida reconocí la voz que hablaba por teléfono a unos metros de mí. Me levanté y, después de restregar mi cara con mis manos, busqué con la mirada mi bolso, encontrándolo en un pequeño sillón. Me moví hasta él y vi la hora; era muy tarde, tenía algunas llamadas perdidas. Enseguida envié un mensaje al grupo de WhatsApp, dejándoles saber que estaba bien y que pronto llegaría.

– Hola – escuché que me saludaban y enseguida levanté la mirada, sonreí.

– Hola – devolví el saludo. Rogelio caminó hasta la cama y se sentó a los pies de esta.

– Gracias, estaba algo cansada y con mucho dolor de cabeza – asentí – creo que el cansancio me está pasando la cuenta.

– Debes cuidarte mejor; sé que has estado durmiendo en la habitación de tu hermano – solté un suspiro - ¿hay alguna posibilidad de que te lo lleves a una casa? – preguntó y yo asentí.

– De eso quería hablarle – él me puso atención, y yo comencé a explicarle.

Mi plan era sencillo; quería llevar a mi hermano a NY, allá ver algún especialista y hacer lo que él me había pedido, llevar una vida común por sus últimos meses, cosa que con algunos cuidados podríamos hacer. Por último, estaría en casa, no en una institución.

Le pedí ayuda, aunque sabía que me la otorgaría; quería ver si él estaba de acuerdo. Por alguna extraña razón, consultar mis problemas, o tan solo hablar con Rogelio, y que él las aprobara, relajaba algo dentro de mí. Por lo mismo, no tenía tabúes al hacerle algunas preguntas.

Por su parte, él me mantenía al día sobre sus negocios, parte de su vida privada y uno que otro viaje. Últimamente, se había sumido en la búsqueda de su supuesto hijo o hija, ya que la mujer que alguna vez amó, al momento de marcharse de su casa familiar, estaba en cinta.

Durante una hora, la vida y la conversación giraron en torno a lo que haríamos. Él aún tenía asuntos pendientes en Estados Unidos y por ello, viajaría junto a nosotros a NY. Desde que le conté sobre la situación de mi hermano, me ofreció su avión privado para movilizarme, ya que comprendía que irnos en un vuelo comercial sería complicado.

– ¿Estás preparada para volver? – preguntó de repente – sé que no saliste de esa ciudad solo por buscar a tus hermanos – él llevó su taza hasta sus labios y me dio una mirada, no le escondía nada; él sabía sobre mi relación con Iker, por lo que rápido entendí a qué se refería.

– Sí, estoy preparada – respondí determinada, y le hizo una señal a uno de sus hombres que enseguida se acercó con algunas revistas en sus manos.

– Bueno, entonces debes saber sobre todo esto – comencé a ver algunos titulares amarillistas, donde especulaban sobre mi relación, sobre el embarazo de la modelo rusa, otros que no dudaban en tildarnos de traicionar a una pobre mujer embarazada.

– No es nuevo para mí ser la mala del cuento, ¿no? – dulce ironía; nos carcajeamos.

No quise darle más miradas a los titulares; solo dejé las revistas sobre la mesa. Rogelio me pidió que me cuidara y que si necesitaba algo se lo hiciera saber. Como siempre, pronto nos despedimos y quedamos en comunicarnos más tarde para arreglar la fecha del viaje, que, sinceramente hablando, quería que fuera lo antes posible.

Luego de ese encuentro, no tardé en comunicarme con mis amigas. No todas estaban felices de volver, pero sí estaban tranquilas. Mi hermano, por otro lado, estaba maravillado. Extrañamente, Diamante permanecía a su lado; lo había ayudado mucho en estas semanas. Se había levantado de la cama, caminaba con normalidad, aunque a ciertas distancias se agotaba. Los médicos lo veían normal, y con eso nos dieron el pase para viajar.

Esa noche acordé con Rogelio que viajaríamos al día siguiente por la noche. Quería llegar de madrugada a NY; no quería prensa amarillista tomándonos fotografías y prefería que mi hermano no tuviera que lidiar con la presión de esa ciudad tan exuberante. El apartamento lo habíamos desocupado para la hora del almuerzo. Nos pasamos la tarde comprando algunos recuerdos, algunos regalos, entre otras cosas. Cenamos en un bonito restaurante de comida mexicana y luego nos fuimos directo al aeropuerto. Apenas llegamos, fuimos recibidos por aquel gran hombre. No demoramos casi nada en acomodarnos y que el capitán del avión despegara.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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