Esmeralda
Manejé directo al restaurante. Allí me encontré solo con Diamante. Ella me miró sabiendo dónde había estado, pero guardó silencio. Pedí un café, confundida por la situación. Iker me pidió tiempo, pero ¿para qué? Entre nosotros, todo estaba claro. Sería padre junto a Milenka. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Mi hermano llegó con dulces. Saludé y comencé a comer. Estaba confundida por la noche anterior. Trataba de encontrar un enfoque diferente, pero ¿por qué lo seguía pensando? Debería odiarlo, estar molesta, pero no encontraba un motivo.
Nos casamos, él me engañó, no me dijo sobre nuestro enlace, pero no me molestó, tampoco justifiqué sus actos egoístas. El tiempo demostró sus sentimientos sinceros. Lo que pasó con Milenka fue antes de nosotros. Pero me atormentaba la idea de un hijo sin figura paterna. La modelo no permitiría a Iker estar cerca del niño o niña, si él no estaba junto a ella. Eso se veía venir.
– ¿Estás aquí? – Javier me sacó de mis pensamientos. – ¿Pasa algo, Esmeralda? – negué con la cabeza. – Sé que sí, pero ya habrá tiempo para que me cuentes – acarició mi mano – por ahora, quería pedir tu ayuda.
– Eso no se pregunta, ahora – dije acomodándome - ¿Qué sucede, saltamontes? – nos carcajeamos y comenzó a contarme su plan.
Después de escuchar el descabellado plan de mi hermano y sorprenderme porque Diamante estuviera de acuerdo, no me quedó otra que apoyarlos. Rápidamente, mandamos a imprimir las pocas invitaciones y buscamos un lugar para la boda exprés.
Antes del mediodía, teníamos detalles, como el lugar, el juez, documentos, testigos, vestido de novia y confirmación de las invitaciones, incluso de la familia Denaro. A todos nos sorprendió, pero nadie tenía el tejado de vidrio como para juzgar.
Mientras avanzaba el día, todo se volvía más real. Darío y Vodka se llevaron a mi hermano por un traje. Rubí ultimaba detalles y Zafiro conseguía vestidos de damas. Apreciaba que en esta situación pensaran en mí y solo me pidieran encargarme del restaurante.
– Esmeralda – me giré y vi a Diamante, vestida de blanco. – ¿Cómo me veo? – preguntó débilmente. No pude evitar dejar salir un par de lágrimas.
– Te ves hermosa, eres la novia más bella que he visto – nos abrazamos, emocionadas. – Gracias, me halagas – sonrió tímidamente, mientras la ayudaba a sentarse. – Solo me falta el velo, los zapatos son azules y el corsé es prestado – mencionó.
– No sabía que eras supersticiosa – asentí. – Algo, la verdad es que lo quiero todo – arrugaba una servilleta con sus manos. – Esta será la única vez que me casaré, tu hermano ha dejado en mí una vara alta, para cualquiera – asentí. – Sé que es difícil para ti, igual que para mí.
– Lo están haciendo perfecto, solo deben disfrutar de esto, no importa lo que dure – eso nos dio un golpe de realidad que duró minutos. Debíamos marcharnos, aún teníamos que pasar por los anillos.
– Amiga, quiero hacerte una pregunta – Diamante se puso seria. – ¿Tú y tu esposo podrían ser nuestros testigos?
– Dios, eso me sorprendió – analicé su petición y no me negaría, a ellos no les podía negar nada. – Sé de qué tradición hablas. A mí me hubiese gustado tener algo así, pero cómo sabes, ni siquiera sabía que estaba casada. – las dos nos carcajeamos. – Pero no te preocupes, yo hablo con él.
Rápidamente, llegamos hasta la joyería y luego nos fuimos a casa. Yo me prepararía junto a las chicas, mientras los invitados y el novio nos esperaban en la pequeña villa victoriana que habíamos conseguido para la celebración. Gran parte se la debía a Don Rogelio, él nos ha ayudado demasiado.
Cuando vi cómo nos habíamos vestido, noté que cada color nos hacía especial. A pesar del escaso tiempo, mi amiga se lució con su regalo. Nos dio una sortija a cada una, era la segunda vez que la veía emocionada, y todo había sucedido en un día. Todas estábamos sorprendidas.
A medida que la hora pasaba, nos apuramos. Tomé mi móvil y marqué el número de mi esposo. No demoró en contestar y algo nerviosa le pedí que se presentara a la boda.
– ¿Estás segura? – preguntó.
– Sí, solo si tú quieres. No es obligación, pero la verdad es que sí me gustaría que estuvieras allí – un silencio incómodo quedó en la línea y luego de unos segundos decidí cortar la llamada.
– Iré, envíame la dirección – pidió. – Espera.
– ¿Qué pasó? – pregunté automáticamente.
– ¿De qué color vas vestida? – me reí.
– No traigas corbata – con eso colgué la llamada. Sabía muy bien lo que quería, pero yo tenía un regalo para él.
Corrí a mi habitación y tomé la corbata que tenía guardada. Me vi al espejo y salí junto a mis amigas hasta la locación del evento.
– Te ves precioso – le susurré a mi hermano, viendo cómo se giraba asustado. – Creo que el amor te hace una persona muy bonita – los dos nos carcajeamos.
– Creo que estás loca, pero bueno, ya te quiero como para darme el trabajo de dejar de hacerlo – rodé los ojos, siempre tan sarcástico.
– Me enorgulleces – asintió con lágrimas en los ojos. – No llores que lloraré yo y nadie podrá recibir a los invitados – negó con la cabeza. – Amo que hagas esto, te mereces ser feliz. Sé que Diamante lo es, ella te ama. Eres un suertudo, ¿lo sabes? – él asintió y poco a poco sus mejillas se tornaron de un color cereza.
– No sabes cuánto amo a Dia, es única, es mi chica – soltó un suspiro. – Pronto será mi mujer, y la amaré todo lo que esto – se tocó el pecho. – Me lo permita, mi tiempo no es largo, pero le daré todo lo que esté en mis manos para verla feliz día a día – palmeó su hombro y luego lo abracé.
Amaba verlo así de feliz, pero enseguida se me venían los comentarios médicos a la mente. Hablar de ellos no se me hacía cómodo, por eso evitamos a toda costa ese tema, aunque sabía muy bien que en unos cuantos meses debía comenzar los preparativos para su partida. Solté un suspiro y, luego de un largo abrazo hacia mi hermano, bajamos hasta el recibidor.