Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo L: Una luz, al final del túnel.

Iker Denaro

Un mes después

La puerta de mi despacho se abría de par en par. Milenka, evidentemente embarazada, entraba sonriente pero algo cansada. Hacía poco habíamos ido al médico; ella estaba bien y el bebé también. Su estado era algo delicado, por lo que no podía moverme mucho, ya que el feto se había desarrollado. Aun teniendo una madre negligente, suspiré al recordar que, por indicación médica, no podía realizarle una prueba de ADN. El feto presentaba algunas anomalías, y era posible que hubiera pérdida al intentar tomar la muestra.

No quería cargar con eso en mi conciencia, por ello decidí mantener todo esto hasta su nacimiento.

– Podríamos salir – dijo sentándose con cuidado – ir al centro comercial, quiero comprar algunas cosas para nuestro bebé – trató de tomar mi mano, pero la aparté al primer roce.

– No, debo trabajar. Te dije que si querías algo, tienes el personal y los medios para hacerlo – mi mirada estaba fija en el ordenador; el romance forzado me estaba asqueando.

– Vamos, pronto seremos una familia de tres – sonrió, ahora cambió de estrategia – debemos acostumbrarnos a estar juntos todo el tiempo – ahogué una carcajada.

– Creo que estás olvidando nuestro trato – cerré mi ordenador y me puse de pie – debes cuidarte. Solo quedan un par de semanas para que el embarazo llegue a su fin. Tratemos de llevar las cosas en paz. No quiero que te sientas mal – ella levantó la vista y sus ojos estaban cristalizados; sabía que lloraría – debo ir a la oficina, ¿te traigo algo? – al demostrar algo de preocupación por ella, su rostro cambió enseguida. Asintió y pidió helado.

Le ayudé a ponerse de pie y caminé a su lado mientras la escuchaba soñar despierta, describiendo cómo pondría nuestra casa una vez que el bebé estuviera con nosotros. Una fantasía que a fuerzas había creado al negarme cuando me pidió que nos mudáramos a vivir a mi casa. Fue una pelea que tuvimos, apenas volví de México, pero no di mi brazo a torcer.

Me despedí de ella. Una vez cerré la puerta del apartamento, pude respirar tranquilo. Estaba cansado; mi cabeza daba vueltas. No podía creer mi mala suerte. Había perdido todo lo que me hacía feliz. Hace un maldito mes la perdí a ella, a mi hechicera.

Sabía que no quería saber nada de mí. En mi momento más oscuro, la espiaba a distancia, me conformaba con verla ser feliz, aunque supiera que esa sonrisa solo era una vil máscara. Sabía muy bien que los dos estábamos igual de rotos.

Era difícil estar cerca. Ella no había vuelto a Nueva York, pero por el privilegio de verla, viajaría al fin del mundo. Ahora estaba planeando mi próxima escapada. Sentía la necesidad de verla, de estar cerca de ella, aunque fuera a distancia. Mi móvil sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Mi secretaria me informaba de las visitas en mi despacho. Le hice saber que ya estaba de camino y no dudé en apresurarme.

Apenas aparqué en el edificio, sentí un aura pesada. Algo me decía que tenía que tener cuidado, que algo iba a suceder. Cuando las puertas del elevador se abrieron, vi a Verona sentada en el recibidor. Estaba bien vestida, con porte y elegancia que le sobraban, pero su mirada estaba rota, perdida, evidentemente triste. Se me quedó viendo y no demoró en ponerse de pie e ir a mi encuentro. Me abrazó y con tranquilidad acarició mi espalda. Esto era malo, muy malo.

– Debes estar bien, ¿ok? – asentí – te necesito tranquilo, te necesito fuerte – sus palabras resonaban en mi cabeza. Estaba claro que algo había pasado, pero ¿qué tan grave era? Para que mi tía estuviera aquí.

– Dime, necesito saberlo – dejé mi maletín y pasé con ella del brazo hasta mi oficina – ¿qué está pasando? – ella negó con los ojos cristalizados.

– Espera un minuto – pidió.

Apenas entré en mi despacho, vi a mi padre y Víctor parados frente al ventanal. Mi hermano y primo estaban en mi escritorio, y Rogelio, sentado con dos hombres, que alguna vez vi a su lado, en los sillones. Esto era serio. Saludé a todos y caminé en dirección a Massimo. Él me pidió que me sentara en mi escritorio, y todos se acercaron. Los dos hombres que estaban con Rogelio salieron del lugar, y mi secretaria trajo café mientras se acomodaban frente a mí. Mis manos comenzaron a hormiguear.

– Hijo, esto es algo que debemos hablar como familia – estaba serio. Pronto todos estaban sentados, escuchando a mi padre – sé que estas últimas semanas no han sido las mejores. Debo reconocer que pensé que este sería tu calvario por años... – escuché atento.

Mi padre hablaba de la importancia de la familia y de los amigos leales. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo sabían, algo debían decirme. Las vueltas me estaban cansando, y me quedé observándolo fijamente. Él solo asintió y le dio la palabra a Víctor, quien parecía consternado, algo triste, pero con una mirada determinada.

– Hace algunos días, esto – dejó una revista en mi escritorio – salió en Italia, bueno, en gran parte de Europa. Sé que no fuiste tú quien dio la primicia – tomé la revista.

En la portada estaba Milenka, junto a mí, como pareja, en una gala hace algunos años, con un gran título que decía “la pareja del momento, en exclusiva, bebé en camino”. Sabía muy bien quién había sido; me hastiaba el solo hecho de haberla escuchado pero no haber reaccionado en el momento. Puse mis dedos en el puente de mi nariz, ahogando el dolor de cabeza que tenía.

– Sé que esto es algo que va más allá de nuestro entendimiento. Creo que la obsesión que Milenka tiene contigo está lejos de ser algo normal o llevadero – asentí; era un hecho que no me sorprendía. Pero, esto – indicó la revista – nos ayudó en algo – se giró hacia mi padre y asintió.

Acto seguido, Roma, la chica que frecuentaba a mi padre, entró con una brillante sonrisa seguida por un gran hombre musculoso, moreno, de traje, algo elegante. Creo haberlo visto antes; fue presentado como Fabrizzio Castañeda, un empresario brasileño.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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