Iker Denaro
Respiré profundo y puse una sonrisa en mi rostro. Miré hacia el ascensor y de pronto se abrió; por allí salió nana Hannah junto a Milenka. Tomé el ramo de rosas que le había comprado y salí del carro. Ella sonrió ampliamente y recibió las flores; enseguida me las agradeció y comenzó a hablar de su día. Esto me estaba llevando al límite, pero busqué una salida para silenciarla.
– Nana, puedes ir a casa familiar. Necesito que traigas algunos documentos – ella asintió – por favor, que te lleve uno de los choferes. Puedes tomarte la noche libre – con una sonrisa en el rostro, la mujer desapareció; ella sabía lo que debía hacer.
– Esta noche, yo cocinaré – dijo Milenka mientras subíamos por el ascensor.
– Me parece muy bien. Me gustaría probar uno de tus platillos – su sonrisa se amplió. De pronto se tocó la barriga y puso cara de dolor. Esto es lo que estaba esperando. – ¿Aún sientes dolor? – pregunté, demostrando preocupación. Ella asintió – ¿Qué me dices si vamos al médico a que te revisen? Y luego nos vamos a cenar por ahí; mañana puedes prepararme algo – sus ojos brillaron y, como si fuera una dulce damisela, asintió.
– Me gusta la idea. Podríamos ir al restaurante al que íbamos antes. ¿Reservo? – negué con la cabeza.
– No te preocupes por nada, tú solo prepárate para salir. Primero pediré una hora con nuestro doctor – sabía que esto hacía que bajara la guardia. – Luego llamaré al restaurante; haré una reservación para una cena. Un relajo como este es el que necesitamos – Milenka no dijo nada, pero podía ver su felicidad instantánea; sus ojos brillaban y su rostro era luz. Me contuve y seguí en mi papel.
Ella se fue a preparar mientras yo fingía hacer las reservaciones. Sé que está mal jugar con ella, este tira y afloja que hemos llevado nos ha hecho daño a ambos. Pero si todo esto es cierto, no tendré piedad y la dejaré enseguida; no puedo soportar más esta situación. Aparté esos pensamientos y aproveché para cambiar mi vestir a algo más casual. Pedí a mis hombres que se repartieran en dos equipos y uno fuera a nuestra casa, esa casa en la que mi hechicera estaría esperando por mí.
Me hacía una ilusión indescriptible; parecía novia de provincia esperando la hora para caminar hacia el altar. Solté un suspiro y me dejé caer en el sillón; ahora lo quería todo. Quería las semanas de novios, algunos viajes casuales, pedir su mano, una fiesta de compromiso, la prensa hablando de nosotros y coronarlo con un matrimonio por todo lo alto, como Esmeralda se lo merece.
Tomé mi móvil y notifiqué a mi hermano cómo iban las cosas. Él estaba junto a mi padre y Franko, esperando recibir noticias. Me comentó que tía Verona estaba junto a ellos en la consulta del doctor, quien había aceptado recibirnos de emergencia a esta hora. Por otro lado, allí también estaba Víctor, padre de Milenka, y Fabrizzio, quien es el posible padre de la criatura que espera.
– Esto está siendo muy rápido, pero me alegra – dije, mientras escuchaba a mi hermano de buen humor.
– Por fin, podremos salir con las chicas sin tener que estar escondiéndonos – su comentario me hacía gracia.
– ¿Dónde quedó el eterno soltero? – pregunté y la línea quedó en silencio.
– Apresúrate, no dejes a tu Julieta con la comida preparada – negué con la cabeza y apenas escuché pasos en la escalera, colgué el teléfono dando una breve explicación.
Me levanté, tomando mis documentos y cartera, para luego caminar hasta el recibidor. Allí estaba Milenka, muy embarazada, algo arreglada y con un vestido muy corto para mi gusto. Ella siempre vestía bien, pero en su manía por verse delgada, no lucía su embarazo; ella no tenía un instinto de madre, se podía ver a kilómetros.
Y ya, para que yo me diera cuenta, era algo insólito.
Le ofrecí una sonrisa, tan falsa como su cabellera rubia, para luego ofrecer mi brazo y así avanzar hasta la salida. Hablábamos de decoraciones, y opté por participar activamente en la conversación, solo imaginando que el escenario no era con ella, sino con mi mujer. Todo lo que podía decir era lo que me imaginaba junto a Esmeralda; con ella ni siquiera dudaría en cumplir cada uno de sus pedidos, antojos, caprichos, deseos, lo que se le viniera a la mente.
Reí, descaradamente, pero luego disimulé, preguntando cómo quería llamar al bebé.
– Solo me gustaría que llevara tu apellido – dijo, dejándome frío. Estaba sorprendido por su directa postura; entonces crucé la línea.
– ¿Eso quiere decir que no lo querrías si no fuera mío? – ella tomó mi mano y la guió hasta su abultado abdomen.
– Está aquí porque es tuyo – su mirada perdida me causaba preocupación – creo que los nombres los deberíamos elegir en familia, el día en que venga al mundo – suavizó su mirada para luego volver a quejarse del dolor.
Su rostro había cambiado; sus expresiones parecían frías, calcadas, cada que avanzábamos hacia nuestro carro, ella iba mejorando su postura, incluso me hizo que le ayudara a sentarse en el carro porque le dolía la espalda. Me explicó que, por su contextura delgada, el peso del bebé le afectaba; era algo totalmente acertado, pero me llamó la atención que lo dijera justo cuando tocaba el tema sobre el bebé.
Simplemente, le seguí la corriente mientras ponía el carro en marcha. Una vez fuera de la cochera, tomé el camino hacia la clínica; ella me observó algo contrariada.
– ¿Dónde hiciste la reserva? – preguntó, y una extraña sensación subió por mi espalda.
– Primero íbamos a ir al doctor, para que chequeara tu dolor. Quiero asegurarme de que se encuentren bien – repliqué enseguida, tratando de suavizar el momento, poniendo una mano sobre su vientre, cosa que a ella le encantaba.
– Verdad, lo siento, estoy algo distraída – colocó su mano sobre la mía y en el momento en que me detuve en un semáforo – ¿Podría tocar el tema sobre una relación? – preguntó, como una niña pequeña, pidiendo por su biberón.