☆ Benjamin ☆
Hoy es un gran día en el instituto. Es el día en que los estudiantes que cursamos arte preparamos una exposición en el gimnasio con nuestras propias creaciones. A mí me gusta llamarlo día del arte. Y, en esta ocasión, siento que es más especial de lo que solía ser porque me presento por primera vez.
Me encanta dibujar y pintar desde que tengo uso de razón, pero me da un poco de vergüenza que los demás vean mis obras. Solían ganarme el miedo y los malos pensamientos hasta hace unas semanas, cuando nos preguntaron quién traería sus obras; levanté la mano y dije mi nombre, delante de todos y sintiendo mucho temor, pero lo hice.
Más tarde se lo conté a mamá. Ella no se lo creía, no paró de repetirme lo orgullosa que estaba de mí y eso me ayudó mucho a calmar los nervios que sentía.
Ahora me encontraba de camino al instituto, con mis dos preciados y favoritos cuadros, los cuales solía guardar como oro en paño, y un dibujo de las vistas de la ciudad, las recreé en una salida que hice junto a mis padres a la montaña. Las tres obras las llevaba en la mochila, libres de cualquier peligro.
Casi no había dormido, pero eso no me impedía sentirme ilusionado y ansioso. Solo quería llegar y comenzar a preparar mis cosas en el espacio que me habían asignado.
Al fin y al cabo, aunque tuviera miedo, mi sueño más deseado siempre ha sido convertirme en un célebre pintor, y algo que sabía muy bien era que con miedo no lo conseguiría. Esto mismo fue lo que me motivó a presentarme.
Fijé mi mirada en las hojas de los árboles de la avenida, que ya comenzaban a ponerse rojizas, lo que indicaba que estábamos en otoño, mi estación favorita del año.
Seguí caminando, pero, de pronto, escuché una voz y noté que una mano se posaba en mi hombro derecho.
—¿Estás nervioso?
Miré hacia atrás, de donde provenía la voz. Era Ellie Adams, una compañera mía y quien se sentaba a mi lado en las clases de arte, habíamos congeniado realmente bien a lo largo de los cursos.
—Pues... siéndote sincero, no mucho —le contesté mientras ella conseguía igualarme el paso. Al tenerla a mi lado, me di cuenta de que respiraba con dificultad— ¿Has venido corriendo hasta aquí, Ellie? —me asintió, tratando de recuperar el aliento— ¿Por qué? —reí.
—¡¿Cómo que por qué?! —recriminó, dedicándome una mirada asesina. Dejé de reír al instante y me alejé un poco de ella por si acaso—. Quería asegurarme de que estuvieras bien y de que no te estabas muriendo de los nervios.
—Pues lamento decirte que tu esprint ha sido en vano —le expliqué—. Estoy bien. Un poco nervioso igual, pero nada que no pueda controlar. Te aseguro que no tienes de qué preocuparte.
—Bueno... vale. Pero recuerda que estaré cerca por si necesitas cualquier cosa, ¿sí?
Asentí, dedicándole una sonrisa que fue correspondida.
Entramos juntos al instituto y nos dirigimos al gimnasio.
El gimnasio estaba repleto de estudiantes de arte, desde los de primer hasta último año. No todos habían decidido participar, pero aun así, colaboraban ayudándonos a los que sí lo hacían; eso mismo es lo que había hecho yo los días del arte anteriores.
Vi al profesor Edwart, quien asignaba los lugares a cada uno, y fui hasta él acompañado de Ellie.
—¡Benjamin, Ellie! —nos saludó al momento de vernos— Me alegro mucho de que ambos participéis en esta edición. Supongo que estaréis buscando vuestro sitio, ¿no es así? —nos preguntó con una sonrisa.
El profesor Edwart nos conocía muy bien, ya que había sido nuestro profesor desde que empezamos el instituto y continuaba siéndolo. Él siempre nos animaba a participar, ya que cree que tenemos un gran talento. Se llevó una gran sorpresa cuando supo que lo haríamos y que no declinaríamos su propuesta por cuarta vez.
Ellie y yo movimos la cabeza de manera afirmativa, contestando la pregunta.
—Perfecto, pues... —miró un papel que llevaba en las manos— Estáis en las mesas cuatro y cinco de la derecha —nos explicó mirándonos a ambos. Se agachó un poco para estar a nuestra altura; era muy alto—. Chicos, sé que os irá muy bien, no estéis nerviosos, ¿vale?
Quise hablar, pero Ellie se adelantó.
—No lo estamos.
—Gracias, profesor Edwart —añadí yo.
Él asintió mientras se levantaba y nos dedicaba una última expresión alegre. Al final, se giró, prestando su atención a otro alumno que tenía algunas dudas.
Ellie y yo nos encaminamos cada uno a su lugar, yo estaba en la cuarta mesa y ella en la quinta. Lo supimos porque en cada mesa había un cartel con el nombre del alumno al que se le había asignado ese espacio, en mi caso, Benjamin Windsor, escrito en cursiva.
Faltaba cerca de una hora para que pudieran entrar el resto de estudiantes, así que comencé a preparar todo: coloqué cada cuadro en un caballete detrás de la mesa, para que pudieran verse bien; dejé el dibujo en el centro de la mesa y, utilizando un poco de cinta adhesiva que tuve que buscar por todo el gimnasio, colgué el cartel con mi nombre.
Agarré lo último que me quedaba en la mochila: unas pequeñas luces Led que compré junto a mi madre, con el propósito de usarlas como decoración. Dudé si situarlas, igual pensarían que era demasiado. Al final, las guardé de nuevo.