Pintando Partituras

Capítulo 6: Transparencia

☆ Walter ☆

Austin entró en casa aún indignado conmigo por haberlo tenido fuera esperando un buen rato antes de dejarle pasar.

—No te rías tanto. Cuando me escribas te voy a dejar en visto horas. A ver si ahí te hace gracia...

Intentaba hacerse el molesto, pero no lo está, lo conozco.

—Serías incapaz, te ganaría la curiosidad.

Después de mi comentario dejó de actuar, permitiéndome ver una sonrisa en su rostro seguida de un resoplido.

—Estás aprendiendo demasiado rápido, niño...

Cerré la puerta mientras él ojeaba su alrededor.

—Cada día veo más grande esta casa...

Cuando me giré Bernard venía hacia nosotros. El rubio le prestó atención instantánea.

Bonjour, Bernard.

Lo dicho, era todo un descarado.

—Veo que ya has descubierto el traductor de Google... —le susurré, burlándome.

Me llevé un codazo de su parte.

Bonjour, Austin —respondió Bernard tratando de ocultar la sonrisa— ¿Qué le trae por aquí?

Austin puso su mano sobre mi hombro, dando palmaditas y mirándome directamente.

—Alguien ha reclamado por mis servicios.

Esta vez Bernard sí que sonrió. Yo bufé a la vez que me acercaba a la escalera. Austin me siguió.

—Nos quedaremos en mi habitación.

—De acuerdo. Avísenme si necesitan cualquier cosa.

Le indicamos que lo haríamos y luego comenzamos a subir la escalera.

—Así que en tu habitación... —dijo suave cerca de mi oído.

—A veces eres muy tonto —murmuré.

Paré en seco, quedándome frente a él.

—A que te tiro por las escaleras.

—Serías incapaz —repitió las mismas palabras pronunciadas por mí hace tan solo unos minutos—. Me necesitas... Y lo sabes.

🎼

—El ensayo es a las cuatro y media —echó un vistazo a su reloj—. Hay tiempo aún.

Nada más traspasar la puerta, Austin había corrido hasta mi escritorio para adueñarse de la silla. Como si esta fuera su casa. Yo decidí quedarme sentado en la cama.

—¿Grabamos primero? —pregunté.

—Sí, mejor hacerlo ya. Así no se nos pasa la hora.

Asentí y me levanté para ir a buscar lo que necesitaba. Tenía dos guitarras. Dudé cuál elegir. Las detallé con la mirada. El problema no era que una fuera de más calidad o más cara que la otra, sino el significado que había detrás de ellas. La que estaba dentro de la funda la usaba para practicar y la otra... Me acerqué a la que se encontraba en la pared, sintiendola mirada fija de Austin en mi espalda. Toqué con lentitud la cabeza de la guitarra, donde se encontraba el nombre de la marca. Una Gibson. La Gibson ES-335. Olía a madera. Era de un azul profundo difuminado. Sujeté la correa con las dos manos para revisarla. Pasé los dedos sobre el nombre que había grabado. Seguía intacta aún después de tantos años.

—¿Estás seguro?

—Sí —me colgué la guitarra con suavidad y lentitud.

Busqué la púa antes de sentarme de nuevo en la cama para afinarla. Hacía mucho que no se usaba esta guitarra. Noté a Austin embobado mirando el diseño.

—Cuidado no se te caiga la baba.

Él negó.

—¿Qué quieres? No todos los días veo una Gibson... Y menos esta —se echó para atrás en la silla—. Es preciosa.

—Bueno... —murmuré.

Abrió los ojos.

—¡Vamos! ¡No me digas que no te gusta!

Levanté la mirada de las clavijas.

—No es eso. Es preciosa. Pero ya sabes... —callé y volví a fijarme en la guitarra, haciendo sonar la cuarta cuerda para ver si estaba afinada— Solo que me trae recuerdos.

A partir de ahí reinó el silencio, que se desvanecía de vez en cuando con el sonido de la guitarra. Austin esperó observando. Al cabo de unos dos minutos ya iba por la última cuerda. Que en realidad era la primera; las cuerdas de guitarra se cuentan de abajo arriba, la más lejana a ti, es la primera, y la más cercana, la sexta. La primera cuerda es la más difícil de afinar; tiene el sonido más agudo y está más tensa, cualquier sutil movimiento de la clavija la desafina. Es una cuerda fina y, por ende, suele dejarte marca en los dedos cuando los pones sobre ella en el mástil. Debido a todas estas características es más fácil de romper. A veces me hace cierta gracia, lo veo como una metáfora de la realidad. Aquello que más desafina se hace pedazos con más facilidad. Y yo soy de los que se toma el tiempo de afinar. Pero no voy a mentir, se me ha roto la cuerda más de una vez.

En cuanto acabo paso poco a poco la púa por cada una de las cuerdas. Ambos nos mantenemos callados. Finalizo deslizando la púa por todas las cuerdas casi a la vez. La guitarra ruge y resuena en toda mi habitación. Un mi que obliga a Austin a cerrar los ojos y a mí a sonreír.

—Dios mío... Qué bien suena.

Respiré antes de levantarme para acercarme a él.

—La verdad es que sí.

Sacó su teléfono con calma.

—¿Necesitas oír la canción antes?

Negué y coloqué los dedos en los trastes correspondientes. Su respuesta fue una risa.

—No esperaba menos del gran Walter Orman.

Un silencio más e inició la grabación.

—Aún no puedes venir, ¿verdad?

Tras finalizar la grabación habíamos vuelto a nuestros lugares iniciales. Yo sentado en la cama, la guitarra en la pared y Austin, quien no se movió de mi silla, se entretenía haciendo girar un bolígrafo que olvidé sobre la mesa.

—No... —suspiré.

—Queremos que vengas, pero no te voy a mentir, que no puedas también nos va bien.

Alcé las cejas incrédulo. Él continuaba centrado en el bolígrafo entre sus manos.

—¿Qué dices?

—Que sí hombre —soltó convencido—. Ya sabes... eso del guitarrista fantasma vende.

Austin me lanzó con fuerza el bolígrafo sin avisar. Reaccioné lo más rápido que pude a la vez que me quejaba.

—¡Eres imbécil!

—Lo sé. Es parte de mi encanto —mostró sus blancos dientes con orgullo—. Va. Ahora en serio. ¿Sabes cuándo serás libre?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.