☆ Walter ☆
Febrero de 2012
Después de un rato en la clase de guitarra, la profesora nos da tiempo para ir al patio. Guardo la guitarra en la funda y la dejo apoyada en la mesa. Siento la mirada de alguno de mis compañeros mientras salen de la sala, unos lo hacen súper rápido y otros poco a poco. Yo prefiero fingir que no me doy cuenta, fingir que estoy tranquilo. Pero no lo estoy. Solo miran, no se acercan y yo no quiero eso. No lo entiendo. Yo quiero amigos, no solo compañeros que ven desde lejos. Papá dice que tengo que esperar y yo confío en papá.
Salgo de la clase y llego al patio un poco enfadado. Busco el mismo rincón donde me he quedado todos estos días. Al lado de las vallas, una zona de tierra donde puedo dibujar figuras con alguna rama del árbol que hay cerca. Desde ahí tengo a la vista a mis compañeros, que juegan a un juego que no conozco. Agarro la rama y me siento, dejando que mi mano se mueva libre, dibujando sin pensar en la forma. Los anteriores días nadie llegó a molestarme, no hubo ni un solo ruido. Esperaba que se repitiera lo mismo. Sin embargo, no fue así. Empecé a oír el crujido de las rejas detrás mío.
Elevé la mirada del suelo, formando una ‘o’ con la boca. La rama se me cayó de las manos. Me levanté y me acerqué al sonido. La mitad era muro, el resto reja. Me puse de puntillas y miré hacia abajo. Primero vi unos rulos rubios y unas manos en la esquina del cemento, luego, cuando elevó la cabeza, un rostro con ojos verdes. Era un niño, como yo, intentando escalar.
Dejó lo que hacía durante un momento.
—Hola.
Y continuó escalando.
—Hola. ¿Has llegado tarde?
Su pie se resbaló. Miró rápido hacia abajo. No se cayó por poco. Suspiró antes de fijarse en mí de nuevo.
—No. Solo quiero mirar.
El alboroto habitual de mis compañeros cada vez sonaba más cerca. Miré la calle antes de regresar mi atención a él. Fruncí las cejas, no había nadie más.
—¿Estás solo?
—Sí, mis padres están en casa.
Oí los pasos a mi espalda ahora más cercanos. El rubio llegó a la cima del muro, nuestros rostros estaban a la misma altura. Sus ojos verdes conectaron con los míos.
—¿Por qué sales solo?
—Porque no me gusta estar en casa.
—¿Aquí sí te gusta estar?
—Sí. Hay más niños.
De golpe una compañera me agarró del brazo, arrastrándome hacia atrás. Los demás se acercaron a él. Querían que se fuera.
—Walter, ¡no te acerques a ese chico!
Ella aún sujetaba mi brazo.
—¿Por qué? Es bueno.
—No es bueno. Se ha colado al conservatorio muchas veces y tienen que sacarlo.
—Si le gusta la música, que entre.
—¡Pero no tiene permiso!
Cuando el niño rubio se fue, mis compañeros también lo hicieron. Volvieron a jugar, como si nada hubiera pasado. Yo me quedé cerca del muro, mirando hacia fuera.
Pasó lo mismo durante todo el resto de la semana. Él venía cada día y hablábamos más. Así supe que tiene dos años más que yo. Aunque me olvidé de preguntarle el nombre, dijo que no lo dejaban entrar y a mí no me parecía bien. ¿Por qué yo sí puedo estar aquí y el niño rubio no?
🎼
Papá vino a recogerme. Sonreí al verle y corrí hacia él, que ya tenía los brazos abiertos. Se colgó la mochila y me agarró de la mano para ir hasta el coche. Nos sentamos los dos atrás, Bernard iba delante.
—Papá… Hay un niño que siempre está fuera.
—¿Fuera? ¿Se va?
Negué con la cabeza.
—No le dejan entrar.
—¿Por qué?
—Se cuela y tienen que sacarlo.
—¿Pero no está con sus papás?
—No. Dice que están en casa y él no quiere estar en casa. Es un niño bueno, ¿por qué le echan?
Papá me acarició el pelo, pero no respondió y miró hacia adelante mucho rato. No se habló más hasta que estuvimos a punto de llegar a casa.
—Hablaré con el director.
🎼
Fue cierto. Papá habló con el director, recuerdo que dijo que era mejor que el niño estuviera con nosotros que solo ahí fuera. Aquí podía aprender y encontrarse con la música. Yo sonreía mientras lo oía, no podía estar más contento. El niño rubio, que pronto descubrí que su nombre era Austin, comenzó a venir a las clases a los pocos días de aquella conversación. La imagen de su primer día la tengo grabada en la mente. Entró con pasos lentos, poco a poco y mirando mucho al conserje, con miedo a que lo obligaran a irse otra vez. Sus ojos brillaron al ver que no pasaba nada, que a partir de entonces aquello no ocurriría más. Por fin conseguí un amigo allí dentro.
Sí que Austin tenía que seguir una serie de normas. No podía tocar ningún instrumento del conservatorio, así que solo observaba sentado. Aunque yo a escondidas sí que le dejaba tocar mi guitarra. Siempre lo hacía fatal y acababa con dolor en la barriga de tanto reírme. Con el paso de los días, me confesó que quería participar en las clases. Y, a partir de ahí, comenzó Austin a cantar. Al inicio era tan solo un susurro, poco a poco aumentó el volumen de voz y llegó a oírlo la profesora, quien se sorprendió. Una de las cosas por las que no querían que entrara era porque pensaban que no podría aportar nada. Austin les enseñó lo equivocados que estaban sin siquiera buscar mostrar nada de verdad.