Play Off

CAPITULO 2

Sam

 

El viaje a Chicago dolió mucho más de lo que imaginé. La mirada perdida y llena de dolor en mis ojos llamó la atención de varias de las personas a mi alrededor, al punto que el joven que me trajo hasta mi nuevo lugar, me preguntó si estaba bien.

 

Así de mal te ves, Samantha.

 

Por muchas ganas que tuve de romper en llanto en el avión, no lo hice. A pesar de que mi corazón me estuviese acusando por estar roto en mil pedazos, había tomado la mejor decisión. No podía darle todo de mi a Kyle si estaba llena de inseguridades. Además, había tomado la decisión de dejar mi vida en Boston, no podía simplemente llamar a la oficina y pedirles un nuevo traslado. Esta había sido mi elección e iba a respetarla por mucho que quisiera correr y volver a mi antiguo departamento.

 

— ¿Señorita Daniels? —me giré desde la acera de un conjunto de departamentos en donde me habían dicho que viviría. Aun no lograba deshacerme de mi antiguo lugar por lo que había optado por buscar algo pequeño en donde no me tocara amoblar todo. Tendría que ir a comprar lo necesario para la cocina y esas cosas, pero no tendría que preocuparme por no tener una silla en donde sentarme a llorar.

 

Un chico de tal vez quince años me miraba con ojos nerviosos y asustados. Retrocedí un poco alerta porque tonta no era. Tal vez un poco, pero lo suficientemente sabia como para saber que podía sacar mi gas pimienta y atacar.

 

— ¿Tu eres...? —inquirí aferrándome a una de mis tantas maletas. Empacar mi vida en cinco de ellas había sido difícil pero necesario. Había donado un par de cosas por lo que no eran diez de ellas como Verónica creyó en un principio.

 

El chico sonrió, sus pecas siendo resaltadas por el sol que le daba al rostro. Lucía tierno, pero igual no me confiaba.

 

— Soy Ted. Mi madre me envió, ella la espera en su nuevo hogar. —habló señalando la verja negra que daba paso a pequeños apartamentos.

 

— Claro, eres hijo de Estela. —el joven asintió. —¿Podrías...? —me burlé un poco señalando mis maletas. Alivio me llenó al decirme que era hijo de la dueña del lugar.

 

— Por supuesto, me encantaría. —le sonreí. —Además de que mi madre me mataría por mi falta de educación. —terminó por decir.

 

Reí un poco liberando algo del estrés que traía encima. Era fácil hablar con él. Esperaba que su madre fuese igual de amable que por teléfono. No quería una casera gruñona. Odiaba las de ese tipo, y vaya que había pasado por muchas en mi vida.

 

Tomé dos de las maletas y crucé la verja negra dejándolas a un lado para luego volver por la ultima mientras que Ted ya se había adelantado con otras dos. Caminé dentro con mis pertenencias junto a mí y siguiendo al chico de ojos marrones amables. Pasamos unas cinco casas en cada una de las aceras antes de llegar a una puerta negra que tenía un 12 marcado en grande. Todas eran iguales, agradecía que estuvieran marcadas.

 

— Es aquí, puede ir entrando, mi madre está dentro organizando unas ultimas cosas. —asentí observándolo. —Iré por la maleta que falta. —sonreí y me volteé a la puerta. —Oh y señorita Daniels. —me voltee de nuevo a verlo. Un hoyuelo apareció. —Bienvenida.

 

— Gracias, Ted. —tras una última sonrisa en mi dirección corrió de nuevo a la entrada.

 

Sin tocar terminé de abrir la puerta entreabierta rodando dos de mis maletas dentro. Las metí para luego adentrar las otras dos que Ted había traído.

 

¿Por qué tenía tantas cosas? Desempacar todo iba a ser un jodido dolor de cabeza.

Caminé dentro dejando las maletas a un lado, una voz cantando desde algún lugar en la casa me hizo caminar con cautela más allá de la puerta. Llegué a lo que parecía ser la cocina, mis ojos posándose en la mujer en el fregadero lavando un vaso, su cabello castaño caía sobre sus hombros.

 

— Buenas tardes. —su respingo hizo que el vaso de vidrio cayera en el lavaplatos y de golpe se rompiera. Genial. No habíamos comenzado bien. —Lo lamento mucho. —caminé hacia ella. Me sonreí recogiendo los pedazos de cristal del fregadero.

 

— Fue mi culpa, señorita Daniels. Me distraje. Le diré a Ted que traiga uno nuevo en unos minutos.

 

— ¿Es usted Estela? —asintió dejando los pedazos en la basura y secándose las manos con el delantal azul que traía.

 

— Así es, y bienvenida a su nuevo hogar.

 

— Muchas gracias. —exclamé sonriendo.

 

— Isak me dijo que le tiene mucho cariño. A mi hijo no le cae muy bien todo el mundo así que debe ser usted una persona maravillosa. —reí un poco por sus palabras. Tenía un aire de amabilidad y entusiasmo justo como mi amigo.

 

— Puede llegar a ser un dolor de cabeza, pero lo adoro. —dije en tono de broma. Ella sonrió tendiéndome la mano.

 

— Estela Gómez. —la estreché.

 

— Samantha Daniels. Isak no mencionó que tenía raíces latinas. —hablé suponiendo. Ella asintió.

 

— Eso tal vez sea porque no ha tenido la oportunidad, siempre aprovecha para dar a conocer un buen club de salsa cuando conoce gente nueva. —reí al verla con su sonrisa. Se notaba lo mucho que ella e Isak se querían.

 

El hombre había sido de gran ayuda para lograr conseguir un lugar con las condiciones que necesitaba, más aún porque ese lugar era de su madre, por lo que no dejaría de verlo cada que viniera de visita, lo cual era por lo menos una vez al mes.

 

— Te dejaremos instalarte, dejé comida de bienvenida en el horno. O puedes salir a cenar, hay un hotel aquí cerca que tiene un excelente restaurante. —asentí, lo conocía. Katy se llevaría una gran sorpresa cuando me plantara allí.

Habíamos hablado un par de veces en los últimos meses y para mi suerte y su desgracia, aún no había sido ascendida del puesto de recepcionista.




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