Poder del Amor

2. BEVERLY

Si me hubieran dicho hace un año que hoy estaría de pie en el lobby de un edificio de apartamentos de lujo a pocas cuadras del palacio gubernamental de Florida, probablemente habría escupido mi café de la risa.

Y más aún si me decían que viviría aqui.

¡Y más aún si me decían que trabajaría en el palacio gubernamental!

¡Y MÁS AÚN QUE SERÍA ASISTENTE PERSONAL DEL GOBERNADOR!

Bueno, me calmo. Aquí estoy, la misma que hace unos meses se preocupaba por cómo postular a un trabajo más o menos decente, de pronto entra a jugar en las grandes ligas.

El aire acondicionado en el lobby es tan frío que siento que mis poros se congelan al instante que cruzo el umbral de ingreso. La decoración es de un lujo impresionante, con una araña de cristal que parece salida de un palacio europeo y suelos de mármol que relucen tanto que podrían usarse como espejo al igual que las cámaras de seguridad que están colocadas de manera estratégica en distintos puntos.

Siento un poco de vértigo con tantas medidas estrafalarias, pero me mantengo firme. No vine hasta acá para dejarme intimidar por unos cuantos metros cuadrados de opulencia.

El portero, un hombre alto con un uniforme impecable y una sonrisa que exuda elocuencia me mira y saluda con elegancia.

—Bienvenida, señorita Beverly Waves. ¿Puedo ayudarla con sus maletas?

—¡Oh!—murmuro, sorprendida—. ¡Se sabe mi nombre!

—Por supuesto, señorita.

—¡Gracias! Sí, las maletas.

Me entrega una llave que ni siquiera tengo que mostrar identificación para aseverar que soy yo misma, tampoco es que yo sea una figura famosa sino que saben muy bien lo que hacen con su gente.

—Claro, gracias—le digo y un botones delgado y menudo se acerca, tomando mi maleta pesada por la manija de un lado y la otra que traje arrastrando con su otra mano.

—Buenos días, señorita—me dice el botones—. ¿Me enseña su tarjeta?

Eso hago, me agradece y subimos.

El ascensor es una maravilla tecnológica. No solo sube, sino que lo hace en completo silencio y con una suavidad que me hace preguntar si realmente nos estamos moviendo o de qué se trata esta clase de cabina teletransportadora. Me pregunto si en el manual de uso de este ascensor hay alguna instrucción sobre qué hacer si empiezas a sentirte demasiado rica para tu propio bien. Bueno, no sé si rica porque yo no me costeo esto sino que viene incluido en los viáticos de la contratación directa que hizo Ethan Harper sin viáticos estatales. Es decir, todo esto me lo paga él con sus empresas y a título propio ya que soy asistente personal y no la secretaria administrativa que ya tiene y quien me orientará en gran parte con mis cosas.

Llegamos al penthouse y el botones me enseña a abrir con un código y la llave magnética, también hay un código de emergencia en caso que pierda la llave, pero eso debe ser solicitado de manera específica en recepción.

—Bienvenida a su nuevo hogar—dice con una sonrisa, y se marcha después de dejar mis maletas donde le pido al ingreso del pasillo.

Cuando la puerta se cierra detrás de él, tomo un momento para respirar hondo. Estoy de pie en el centro de lo que parece una mezcla entre una suite de hotel cinco estrellas y una galería de arte de las más exclusivas entre las galerías dignas del buen gusto. Las ventanas del suelo al techo ofrecen una vista panorámica de la ciudad con el océano medianamenta alejado, y el sol en lo alto tiñendo el cielo de tonos amarillos radiantes. Es tan bonito que casi se me olvida que estoy acá por trabajo y no por vacaciones.

Decido explorar mi nuevo hogar. La cocina es un sueño hecho realidad para cualquier amante de la gastronomía, con electrodomésticos de acero inoxidable que relucen y una isla central de mármol blanco aunque me pregunto qué tanto tiempo tendré para hacerme la comida considerando el demandante cargo laboral que he asumido. Me acerco al frigorífico, curiosa, y lo abro solo para encontrarlo completamente vacío. Bueno, al menos no tendré que preocuparme por qué cocinar esta noche.

El salón está decorado con gusto exquisito. Hay un sofá enorme de terciopelo azul que parece invitarme a tirarme sobre él y no moverme en una semana. Inclusive tiene su propia biblioteca con cuadros que parecen costar más que mis dos riñones. Pispeo algunos libros y me llevo dos a la habitación, para luego decidirme cuál empezar. Claro, como si contase ya con la idea de que tendré tiempo de andar leyendo por placer y esparcimiento en “ratos libres”. Antes los tenía en el tren de ida y vuelta de casa al trabajo, pero ahora ni siquiera tendré que tomar movilidad ya que puedo irme caminando de lo cerca que estoy.

En cuanto llego a la habitación principal, casi lloro de la emoción. La cama es enorme, con sábanas blancas y acolchadas que parecen hechas de nubes de alta calidad. Hay un balcón privado con vistas privilegiadas y un baño que podría ser el escenario de una película romántica al estilo francesa. ¿Mencioné que la bañera tiene chorros de hidromasaje? Porque sí, tiene chorros de hidromasaje, cosa que jamás en mi vida probé y me sonrojo ante la idea de probarlo con mi novio si él viniese a verme.

Ridge, mi amor, tanto te extraño. Estar tan lejos hace que pareciera que nos hemos visto hace un millón de años luz y no apenas por la madrugada cuando me fuiste a dejar a la terminal. Aún me sigo planteando si fue o no buena idea la propuesta de seguir adelante con nuestra relación bajo modalidad “a distancia” como si fuese un trabajo donde puedes optar presencial, online o híbrido. Bueno, calculo que las relaciones también hoy tienen un poco de esto y otro poco de aquello.

Busco mi móvil para tomarle una foto a esta bañera tan bonita, cuando en mi móvil aparece una llamada entrante.

Descarto la idea de marcarle a Ridge y atiendo la ¡videollamada! Ay, me preocupo en mostrar otra cosa que no sea la bañera para que no crean que me atrapan en un momento íntimo y a quien veo del otro lado es a…¿una mujer?




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