Después del increíblemente vergonzoso pero asombrosamente emocionante momento con Ethan Harper, me encuentro siguiendo a Yesenia por los intrincados pasillos del palacio gubernamental. Ella camina a un ritmo rápido y experto, como si estuviera en una misión de ninjas conociendo a la perfección cada rincón, mientras yo trato de no tropezar con mis propios pies. Me esfuerzo por no quedarme embobada mirando las decoraciones lujosas que adornan cada rincón del lugar. Hay cuadros de personas importantes que probablemente se enfadarían si supieran que no tengo ni idea de quiénes son y esculturas que parecen demasiado caras como para estar tan cerca de una persona tan propensa a los accidentes como yo. La situación me convence que debería estudiar un poco de Historia para no quedar tan fuera de lugar.
—Beverly, hay algunas cosas que debes saber para sobrevivir aquí y, sobre todo, para trabajar bien con el gobernador Harper—comienza Yesenia, con una mirada que me habla acerca de seriedad y camaradería aunque con aires de superioridad que claramente tiene ya que el tiempo al igual que la experiencia se lo atribuyen—. Parece un hombre de buen carácter y relajado, pero en verdad está sumamente disciplinado y hacemos todo alrededor para mantener su buen perfil.
Seguimos andando.
Me siento un poco nerviosa, como una estudiante que está a punto de recibir un examen sorpresa. Asiento con la cabeza, lista para absorber toda la información que pueda en estos valiosos primeros momentos ya que aquí la gente vive muy ocupada y dudo tener oportunidad de estar preguntando varias veces las mismas cosas.
—Primero, la rutina—dice Yesenia, mientras saca una carpeta de un mueble de archivo casi al pasar—. El día comienza temprano, muy temprano. El gobernador Harper es un madrugador nato. Llega al palacio a las seis de la mañana y espera que su equipo esté listo para empezar a trabajar a esa hora. Así que, si no eres una persona mañanera, es mejor que empieces a serlo.
—¡Lo soy!
—Ahí tienes los papeles que debes entregar a contable para que tramiten desde ya tu alta, puedes pedir en legales lo que no sepas cómo conseguir—. Me pasa la carpeta y pispeo un poco al andar.
—¡Bien!
—El café es tu mejor amigo—continúa Yesenia, como si leyera mis pensamientos—. Hay una cafetera en la sala de descanso, y créeme, vas a necesitarla. Además, Harper toma su café negro, sin azúcar. Lo querrá en su oficina a las seis y media en punto y el primero del día tiende a ser uno de una cafetería cerca por la cual debes pasar cada mañana de camino a la oficina.
—Café negro, sin azúcar, a las seis y media. Entendido —respondo, anotando mentalmente cada detalle.
—Ahora, sobre las personas —dice Yesenia, mientras me señala pasillos y algunos conocidos que saluda alrededor—. Hay un montón de personal aquí y todos tienen un rol específico. Es crucial que conozcas a los principales miembros del equipo con los que podrás coordinar cuando creas que algo merece ser revisado, aunque la agenda formal es de mi competencia—. Pues, me alegra que podamos dejar en claro su borde y el mío—. La secretaria de comunicaciones, el jefe de seguridad, el director de relaciones públicas... y así sigue la lista, revisa la página web del capitolio de Florida, ¿aún no lo haces? Todos ellos son piezas clave en el funcionamiento diario del palacio.
—Ejem, no aún no, acabo de recibir la sugerencia de hacerlo, je—digo con voz débil e intentando ser simpática con ella.
De repente, Yesenia se detiene y señala una sala de conferencias donde varios políticos están reunidos. Algunos son viejos, otros más viejos y casi todos tienen barrigas que sobresalen de sus trajes como si hubieran devorado un buffet entero de canapés. Me hace un gesto de acercarme, ellos ríen a risotadas y beben café con masas finas que están comiendo mientras no se les ve que precisamente trabajen de manera muy ajetreada que digamos.
—Beverly, estos son algunos de nuestros ilustres representantes —dice Yesenia, con una sonrisa diplomática—. Les gustaría conocerte.
Cuando entramos en la sala, todos los ojos se vuelven hacia mí. Es como si hubiera entrado en un zoológico y de repente me convirtiera en la atracción principal. Un hombre corpulento con una corbata demasiado ajustada se levanta y se acerca a mí con una sonrisa que probablemente usó por última vez en 1975. Es el tipo de sonrisa que te hace querer revisar si tienes algo en los dientes.
—¡Hola, preciosa! Soy el senador Hurley—dice, ofreciéndome su mano y trago grueso, preguntándome si querrá también un beso en la mejilla.
—Encantada, senador—respondo, saludándolo casi a tientas y me aparto.
Mientras nos damos la mano, otro político, aún más barrigón, se acerca. Este tiene un bigote que podría hacerle competencia al mismísimo Salvador Dalí.
—¡Qué agradable sorpresa! ¿Y tu eres…?
—Ella será nueva mano derecha de la secretaria—comenta el Hurley ese, parece que ya le llegó el chisme.
—Ja, secretaria de la secretaria, qué predecible—comenta el Bigote Dalí—. Soy el congresista Salvatore—dice, guiñándome un ojo de una manera que me hace desear estar en cualquier otro lugar, como en una cueva oscura y solitaria.
Parpadeo, sorprendida.
—Justo pensaba en Salvador…
—Ah, sí, ese tal Dalí me imitó en el estilo.
Sueltan risotadas de suficiencia que me dan asquito.
—Mucho gusto, congresista—digo, preguntándome si todos aquí dedican cuánto tiempo de la mañana de trabajo en desayunar masas finas.
—Si alguna vez necesitas un tour privado, solo tienes que decirlo —agrega Salvatore, intentando sonar seductor. Lo que logra es sonar como un comercial de los años 80.
—Gracias, congresista. Lo tendré en cuenta —respondo, pensando en cómo escaparme rápidamente. ¿Un tour privado? Claro, y después, quizás una cena romántica en la sala de conferencias. ¡No, gracias!
—De hecho, mi rol es de publicista—les aclaro, tratando de reivindicarme lo cual llama la atención de todos—. Mi rol es trabajar imagen y prestigio del gobernador.