Poderes Saga Poderes #1

No se lo digas a nadie

Durante cuatro días las pesadillas continúan, cada una con un escenario distinto, cada una con algo en común.

La desolación, la muerte.

Los sucesos extraños con objetos tampoco han desaparecido, ahora es común despertar y darme cuenta de que la sabana de la cama se ha incendiado, o que cuando me enfurezco las cosas vuelan por doquier y los vidrios se rompan.

Y lo peor del caso, es que parece que yo soy la única que se da cuenta de lo que pasa, Audrey se limita a revisarme para ver como llevo mi recuperación y después me habla de nuestras vidas, sin perder la esperanza de que un día sonreiré y diré algo como “Lo recuerdo, eso fue en la pasada navidad” o “Te veías tan graciosa con ese disfraz”; pero ni siquiera soy capaz de fingir una sonrisa.

Las sesiones con Gregory tampoco han mejorado, ha llegado un punto en que ambos nos estancamos y lo único que esperamos es que llegue la hora en que su consulta psicológica termine, cada vez lo veo más cansado, mas resignado conmigo.

- Lo siento – le digo cuando veo que no sabe cómo continuar.

- Que tengas amnesia no es tu culpa.

Lo veo fijamente a los ojos y espero que comprenda mi mirada de exasperación.

- No hablo de eso – él me mira sin comprender a lo que me refiero – perdón por lo que paso aquel día, el viento, los papeles volando, la jarra rompiéndose…

- Tu no provocaste nada de eso – dice sonriendo amigablemente – no sabemos que paso.

- Pero es que si fui yo – le digo – desde que desperté, han estado pasando estas cosas, cuando me enfurezco o me lleno de ansias, es como si desatara algo dentro de mí y provocase estas cosas y después las pesadillas…

- Espera, espera– Gregory toma su cuaderno y lo abre – ¿de qué pesadillas estás hablando?

No veo una razón para seguir ocultándole nada, le cuento lo que pasa después de que mis arranques suceden, como caigo inconsciente y los sueños aparecen, le cuento cada uno con detalle y como al despertar, veo fuego o algo más emergiendo de mí, a pesar de tener su libreta y su lápiz a mano, Gregory no escribe nada, me escucha atentamente y no me interrumpe ni una vez.

- Por favor dime que esto era normal antes de lo que paso – le suplico al terminar mi relato.

- La verdad es que no – informa el chico deshaciéndose de sus cosas y cruzando la pequeña sala para sentarse a mi lado – antes eras solo una chica que soñaba con ser asesora en finanzas.

- ¿Qué cosa?

- Una profesión muy aburrida en mi opinión – pasa su brazo por sobre mis hombros – lo que paso aquel día… bien, tenía la esperanza de que realmente hubiera sido un fenómeno natural, pero realmente fuiste tú, creo en lo que me dices, pero debes entender algo… – se quita sus lentes para que pueda ver sus ojos, serios y vivos – no puedes hablar de esto con nadie más, ni con Audrey, ni con otra persona.

La seriedad de sus palabras me aterra, pero al verlo, sé que puedo confiar en él y que la verdadera ayuda de su parte comenzara ahora.

- En cuanto a tus nuevas… “habilidades” – parece incomodo hablando del tema, tal vez recuerde el daño que yo le cause – hay que encontrar la manera de controlarlas, sino, te descubrirán y habrá quienes traten de estudiarte para poder explotar lo que haces…

- ¿Cómo esperas que controle algo que ni siquiera entiendo? – interrumpo con amargura.

- Según me ha dicho Audrey, en un par de días te darán el alta, te iras a casa y no volverás aquí más que ciertas ocasiones para asegurar tu estabilidad, le diré a tu hermana que quiero seguir tratándote y que te lleve a mi casa todos los días, practicaras ahí, solucionaremos lo que sea que pase.

Me lo quedo viendo sin saber que decir, en el momento en que decidí decirle todo, espere de todo, menos esta clase de reacción, su apoyo, su confianza, él… cree en mí.

- Es una promesa – asegura tomándome de las manos – pero esta información no debe salir de aquí, solo tú y yo conoceremos la verdad.

Al verlo ahí tan seguro, sin miedo a lo que pueda asar, es imposible no llenarme de su confianza también, asiento y puedo encontrar mi voz.

- Es una promesa.




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