Capítulo 13

Cuando miro al mundo

Cuando contemplo el mundo, me detengo en los más diminutos detalles, con el fin de no contaminarme. Al observar el entorno, mi atención se centra en los niños pequeños, no en las personas adultas.

Considero que realmente examino el mundo y únicamente imagino lo que mis ojos perciben, para evitar herirme con sus viles mentiras y su escaso conocimiento.

Cuando miro al mundo, me enfoco en el sol, las nubes y el vasto cielo. Así, mi mirada se preserva de las vanidades que podrían dañar mi percepción. Contemplo el mundo tal como debería ser: árboles majestuosos y momentos de silencio intermitente.

Observo a las aves que surcan los cielos, escucho su melodioso canto y el crujir de los árboles, que aportan matices de armonía a una hermosa alabanza compuesta por ellos, la cual la humanidad no llega a comprender.

Cuando miro al mundo, escucho el silencio y doy forma a las nubes, para no sucumbir en el intento de adentrarme en la vida y hallarme con el fallecimiento.

Cuando miro al mundo, siempre trato de observarte, porque sé que tú eres la perfección de este mundo.

Cuando contemplo el mundo, me esfuerzo por sonreír y por ofrecer lo mejor de mí, a pesar de que, en realidad, carezca de todo y el mismo mundo me haya despojado de cuanto poseía. Me esfuerzo por no desvanecerme, para evitar preocupar a los demás; pero, ¿realmente se preocuparían? Porque cada vez que dirijo mi mirada hacia el mundo, me percato de cuán diminuta e insignificante soy, y únicamente la palabra me recuerda que mi debilidad puede convertirse en fortaleza, dado que no cuento con nadie que me lo comunique sin reservas.

Al observar el mundo, me enfoco únicamente en esa esencia: la especial, la única, la singular, aquella que marca la diferencia. Mis heridas están tan profundamente laceradas que solo anhelo fantasías que acallen esta amarga realidad.

Cuando miro al mundo, rememoro que disfruto de la sencillez de una simple mirada.