- ¡Qué hiciste!
Exclama una voz de trueno al otro lado del Leteo
- Al fin pude - Contesté- pude hacerlo, alégrate por mi. Me temblaban las manos pero lo hice, ya no temblarán de nuevo, nunca más.
Debiste ver, era una obra magnífica, el Jardín de las Delicias en mi propio cuerpo, en mi alma, escuché el silencio frío y mi voz marchitándose dentro, y luego el acto final. Fueron todos, unos lloraban, otros hablaban en murmullos lejos del altar.
Justo ahí a un lado de mi cuerpo estaba una figura tan familiar que sentí pánico, lo imaginé dentro del jardín en completa oscuridad. Pude ver sus orejitas y no podían sostenerse por sí solas, y la realidad era casi una visión. Nunca vi antes una criatura tan hermosa con un dolor tan grande, las pinturas de un héroe perdido no le hacían homenaje, ni las de Orestes suplicando piedad. Casi creo de nuevo en un dios de bondad, casi creo en los ángeles. Por un momento casi siento un poco de remordimiento.
Quise limpiar sus lágrimas pero estaba catatónica, las gotas caían pesadas sobre mis mejillas, en mi boca, estaba pálida en una tranquilidad tan fúnebre, en perfecta calma.
Lloraba como si me amara todavía, como si sus ojos quisieran ver los míos abrirse de nuevo. Lloré de amor y de arrepentimiento y mis lágrimas se disiparon en el aire. Luego oí tu voz.-
Hades me da la mano y me extiende una copa, mi sed no sentirá de nuevo, nunca más.