Polos Opuestos

TRICIA

No te atrevas

 

—¡Por fin viernes! —chillo bajando las escaleras y topándome con dos pares de ojos muy curiosos.

—¿Desde cuándo te importa el día que sea? —Pregunta mi padre vertiendo cereales de colores a mi bol.

Sí. Desayunaba cereales de colores todos los días desde que tenía siete años, cuando descubrí que en las cajas venían regalos al comprarlas. Lo sé, es una tontería, pero la ilusión de abrirlas sigue siendo la misma.

—Desde que me levanté y dije que la vida está hecha para vivir.

Mi hermano me mira silenciosamente, examinándome, buscando una explicación a mi buen humor. Y la verdad es que hace mucho que no me emociona el hecho de ser viernes. Pero hay una explicación para ello, ayer hablando con mi madre, ella me hizo prometer que iría a esa fiesta y que disfrutaría de ello. Me hizo prometer que empezaría a disfrutar de mi vida un poco más, y que dejaría de pasar tanto tiempo en el hospital. Esto último no estaba dispuesta a prometer, pero lo primero sí, además Crystal también estaba muy emocionada por ir a la fiesta, al parecer Luther le había invitado y ahora me veía obligada a ir para vigilarla o algo así.

—Por favor, dime que no has vuelto con el imbécil de Gilbert.

Niego con la cabeza, sintiendo un escalofrío recogerme la espalda. ¿Por qué eso tenía que ser lo primero que se le pasara por la cabeza? ¿Acaso me veía como una adolescente masoquista? Puede que sí lo fuera, pero conocía los límites entre el masoquismo y la estupidez extrema.

—Antes muerta.

Colin y mi padre intercambian una mirada extraña y luego me miran fijamente. Mi padre deposita la palma de su mano sobre mi frente y suspira teatralmente rodando los ojos.

—No tiene fiebre, tiene que ser algo más grave.

Colin hace una mueca.

—Deberíamos llevarla al hospital, puede ser algo contagioso.

Les ignoro, es cierto que en los últimos meses me he levantado de mala hostia, pero tampoco es para ponerse así.

—Me voy, no lleguéis tarde y tú... — me señala—. No faltes a ballet, Fiona me estresa con sus preguntas sobre si algo va mal... No faltes.

Asiento.

Llevo sin ir a clase de ballet dos días y eso no es que ayude precisamente a mi plan de que Fiona me haga una carta de recomendación para Jiulliard.

—Ahí estaré.

Tras el desayuno, me doy una ducha rápida. Me alisto, me hago una coleta y paro a mirar mi reflejo unos instantes. Esa mañana tengo la piel muy pálida, con que después de unos segundos de tanteo decido maquillarme. Por lo general no me gusta pringarme la cara con productos faciales pero esa mañana es diferente. Yo, soy diferente.

Cuando bajo Colin ya se ha ido, recojo mis cosas y me pongo en marcha.

Las tres primeras horas se me pasan volando.

Estoy en mi casillero dejando los libros cuando él se acerca a mí vacilante.

—Pareces un mapache. — Es lo primero que se le ocurre decirme.

Me giro hacia él y suspiro.

—Si esta es tu forma de decir que estoy guapa vas por muy mal camino.

Él niega con la cabeza.

—No, estás horrible —confiesa sin más—. ¿En qué estabas pensando?

Le miro confusa. A veces es muy difícil seguirle el rollo, es como una formula compleja que hay que descifrar.

—¿Qué?

Él suspira impaciente.

—Estás guapa sin toda esa mierda artificial. Me gustas al natural.

Me lo pienso un momento. Le gusto al natural... Así qué, lo único que tengo que hacer es pintarme para parecer a una de las putillas de las animadoras y ya está.

—Buena idea, O’Ryan — le guiño el ojo y me alejo hacia la cafetería.

—Hola — saluda Crystal dejándose caer a mi lado. Esa mañana lleva el pelo suelto y tiene cara de quien ha visto algo que no le ha gustado.

—¿Qué ha pasado?

—Luther está ligando con Mel— remueve sus patatas fritas con desgana y resopla.

Deslizo la vista por el comedor buscando a Luther. Le encuentro en la mesa de siempre, rodeado de mi hermano y sus amigos.
El crush de Crystal parece muy encantado con Mel sobre su regazo. Melany antes no pasaba de una cría asustadiza, nunca miraba a nadie a los ojos ni rechistaba, aunque me temo que algo cambió en verano, porque desde entonces se ha convertido en toda una «buscona».

—¿Has pensando en la posibilidad de decirle de una vez que te gusta? — pregunto más para mí misma que para ella.

—¿De qué me sirve? — hace puchero— Él nunca se fijaría en mí.

Le tomo de la mano y se la aprieto con suavidad. Mi mejor amiga llevaba enamorada del mejor amigo de mi hermano más tiempo del que podía recordar y en todo ese tiempo nunca se había fijado en ella como se fijaba en las otras, se liaban de vez en cuando, pero nunca pasaban a la segunda base. Siempre la dejaba en el banquillo alegando que era un error.

—Crystal, eres una chica increíble, si Luther o cualquier imbécil no sabe ver esto, ¡que les follen!




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