Polos Opuestos

TRICIA

Rosas con espinas

 

Me encuentro en el estudio que hay en casa ensayando la pieza de Giselle cuando alguien llama a la puerta haciéndome parar en seco sobre la punta de los pies.

—Adelante.

Vuelvo a la posición inicial y tomo una bocanada de aire mientras paro la canción del IPod.

Crystal entra trayendo una caja de Starbucks.

—¿Tarta de zanahoria? — pregunto al instante en que mi estómago gruñe en protesta.

Debería estar a dieta ya que he subido un kilo pero la tarta de zanahoria es mi debilidad.

Ella sonríe con dulzura y se sienta a un lado del estudio.

—Después del día de hoy pensé que necesitabas compañía y algo de azúcar.

Me uno a ella con una sonrisa afable. El día ha resultado ser una pesadilla digna de ser contada.

 

Esa mañana había tenido que llevar a mi hermano porque se había roto algo de su coche y estaba en reparación. Con que llegué un poco antes de lo normal. Me estaba dirigiendo a mi taquilla para recoger el libro de mates avanzada cuando empecé a oír cuchicheos a mi alrededor. Me despegué un poco de la taquilla de metal rojo, característica del instituto y miré a ambos lados del pasillo. Un repartidor hablaba con unas chicas mientras intentaba hacerse con el peso de un enorme ramo de rosas. 

—Vaya, no sabía que fuera San Valentín—murmuré para mí misma con ironía.

Las chicas que entablaban una conversación con el repartidor me señalaron a mi, al instante un escalofrío me recorrió la espalda. Que me señalaran no podía ser nada bueno.

El chico me miró y empezó a encaminarse en mi dirección. Cierro mi casillero y espero con el ceño fruncido a que se acerque. ¿En todo caso por qué esperaba? Quizá señalaran a alguien que estuviera en mi dirección, al fondo. Miré detrás de mí pero no había ninguna chica, solo Derek en su casillero ajeno a todo lo demás. 

—¿Señorita Reece? ¿Patricia Reece? — pregunta el chico con voz ruda pero amable.

Trago saliva al ver más de cerca el enorme ramo de rosas rojas.

Es gigantesco, el chico casi no puede con él y eso que es más alto y más fuerte que yo.

—Sí, soy yo.

En mi voz puedo distinguir miedo y vergüenza. ¿Qué diablos significaba que quisiera saber si era yo? ¿Esa bestialidad de ramo era para mi? Imposible. Gilbert no era tan ingenioso como para pensar en algo así y menos se gastaría toda una pasta enviándome eso.

Siento como los colores se suben a mis mejillas al instante que empezaba a tener sofocos. ¿Tanto calor hacía? Por Dios.

—Esto es para usted, ¿podría firmar aquí?

Me extiende una máquina y un lápiz de plástico para luego señalar la X.

—Pero... ¿de quién es?

Él se encoge de hombros y señala la tarjeta que hay en medio del ramo de rosas. Resoplo y firmo mientras él deja el ramo ante mis pies. 

Tras entregarle su máquina y lápiz suelto:

—¿Y ahora qué hago con esto?

Él vuelve a encogerse de hombros.

—Lo que quiera señorita, con permiso.

Dicho eso desapareció por el pasillo contrario.

¿Qué mierda?

¿Quién en su sano juicio me gastaría una broma como esa?

Los alumnos empiezan recorrer los pasillos y las miradas pasan de las rosas a mi y viceversa para dar paso a los cotilleos.

Volví a resoplar, me agaché y cogí la tarjeta de papel color hueso para ver quién era el idiota que acababa de gastarme semejante broma y al cual tendría que matar.

Abrí la tarjeta despacio, y luego leí sin dar crédito.

—¿Café?

Solté un gruñido y aplasté la tarjeta en mi mano hasta hacer de ella una pelota.

—Cuando me enteré no di crédito—chilló Crystal acercándose a mi con ánimos de animadora—. ¿De quién es?

La miré con cara de pocos amigos y ella pestañeó. Supongo que cualquiera esperaría que estuviera saltando por los aires por recibir semejante ramo, debía admitir que era precioso, pero ese estúpido niñato me había ridiculizado. Todos me miraban, más de lo normal, hablaban, especulaban, y se reían. Seguramente estuviesen pensando que yo misma me lo había enviado para llamar la atención de todos. Como si no tuviese algo mejor que hacer con mi puta vida que alimentar más rumores sobre mi en Gidens. Como si no bastara que en el pasado hubiese sido «la preñada» y luego la chica que la madre tenía cancer terminal.

—¡Khaled!— mascullé dirigiéndome a buscarle para matarle. Le encontré en su taquilla rodeado por Mads y Jennifer.—¡Oye tú! ¿Qué mierda crees que haces?

Él se volteó en mi dirección, su primera reacción fue de fastidio tras mi mal humor, segundos después esa típica sonrisa taimada se adueñó de sus labios.

—Espero que te haya gustado el detalle, después de mi pequeña metedura de pata de ayer, pensé que sería un gran detalle para que aceptaras ese café.

Me acerqué a él y le golpeé el pecho con el puño cerrado, eso le hace fruncir el ceño y mirarme atónito.

—¿Creías que hacer eso me haría decirte que sí? Pues si ayer era un no, hoy es un ni de coña chaval. 

Abrió la boca y la volvió a cerrar.

—Pero... a todas las tías os gustan las rosas.

Volví a golpearle el pecho. Estaba cabreada, sentía mi cuerpo temblar por la cólera. Quería abofetearle y dañarle esa estúpida cara de niño rico.

—No soy «todas las chicas» payaso.

Su cara de desconcierto me dejó un poco fuera de contexto. Respirando hondo, aguantando el nudo de mi garganta tras la humillación que había pasado y mis ganas de meterme en cualquier armario y llorar, giré sobre mi misma y fui hacia Mates avanzadas.

 

Esa misma mañana, ya en clase de español, él se sentó a mi lado muy callado, y mientras esperábamos que entrara la profesora se giró hacia mi y sonrió, esperando que yo reaccionara pero le ignoré.

—Nunca imaginé que pudiera sentar mal que te enviaran algo así.




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