Polos Opuestos

TRICIA

Juegos

Llevaba un día sin ocurrir exactamente nada de lo que había prometido Khaled con que me había permitido el lujo de relajarme. Al día siguiente del bochorno de las rosas las chicas me lanzaban más de una mirada hostil y yo intentaba hacer caso omiso, pero en el fondo dolía. Soy humana, a mi también me afectan las cosas, aunque intente ignorarlo. Al segundo día, me encontraba junto a Crystal calentando los músculos antes de empezar la clase con Fiona cuando un chico entró con un oso de peluche de dos metros en la clase. Inmediatamente me quede tersa para luego esconderme detrás de Crystal quien tenía los ojos abiertos de par en par, como todas las demás.

—Que no sea para mí, que no sea para mí…—susurraba contra la espalda de Crystal quien había empezado a reírse. Le pellizco a través de la tela.

—Reece, es para ti—chilla Mads desilusionada tras hablar con el chico de la puerta.

Mi mejor amiga me da un codazo, pero niego con la cabeza negándome a levantar e ir a recoger el enorme peluche.

Mierda, la amenaza era verdad. Me pregunto qué será lo siguiente…

Crystal se levanta y se encamina a la puerta. Recoge el peluche que le saca unas cinco cabezas y lo arrastra hacia donde estoy. Cierro los ojos con disgusto y entierro la cabeza en mis rodillas.

—Hay una tarjeta.

Abro los ojos para ver como extiende la mando hacia mí con una tarjeta de color verde. Pone el oso de peluche contra el suelo y luego se siente apoyando su espalda contra el enorme oso. Deshacerme de las rosas fueron fáciles, solo tuve que regalársela a mi madre, pero el oso de peluche… Era precioso, me encantaban los osos de peluches, tenía varios guardado en cajas para no tenerlos tirados por la habitación. Sería más complicado que mi subconsciente quisiera deshacerse de él.

Abro la tarjeta y leo lo que pone:

—¿Sigue siendo un no? Tengo mucho más arsenal bajo la manga…

Suelto un gruñido frustrado.

—¿No va a parar? —Pregunto a Crystal suplicante.

Ella se ríe.

—Tengo la sensación de que pronto lo sabremos.

 

 

Llevaba un día sin ocurrir exactamente nada de lo que había prometido Khaled con que me había permitido el lujo de relajarme. Al día siguiente del bochorno de las rosas las chicas me lanzaban más de una mirada hostil y yo intentaba hacer caso omiso, pero en el fondo dolía. Puede que me hiciera la fuerte, que todos pensaran que a mí no me importa nada, pero no es así. 

Al segundo día, me encontraba junto a Crystal calentando los músculos antes de empezar la clase con Fiona cuando un chico entró con un oso de peluche de dos metros en la clase. Inmediatamente me quedé paralizada para luego esconderme detrás de Crystal quien tenía los ojos abiertos de par en par, como todas las demás.

—Que no sea para mí, que no sea para mí…—susurraba contra la espalda de Crystal quien había empezado a reírse. Le pellizqué a través de la tela.

—Reece, es para ti—chilla Mads desilusionada tras hablar con el chico de la puerta. Seguramente estaba esperando que fuera para ella, créeme yo también deseaba que fuera así, pero no.

Mi mejor amiga me da un codazo, pero niego con la cabeza rehusándome a levantar e ir a recoger el enorme peluche.

 

Mierda, la amenaza era verdad. Me pregunto qué será lo siguiente…

 

Crystal se levanta y se encamina a la puerta. Recoge el peluche que le saca unas cinco o seis cabezas y lo arrastra hacia donde estábamos. Cerré los ojos con disgusto y enterré la cabeza en mis rodillas.

—Hay una tarjeta.

Abrí los ojos para ver como extendía la mano hacia mí con una tarjeta de color marrón. Colocó el oso de peluche contra el suelo y luego se sentó apoyando su espalda contra mi regalo. Deshacerme de las rosas fue fácil, solo tuve que regalárselas a mi madre, pero el oso de peluche… Era precioso, me encantaban los osos de peluches, tenía varios guardado en cajas para no tenerlos tirados por la habitación. Sería más complicado que mi subconsciente quisiera deshacerse de él.

Abrí la tarjeta y leí:

—¿Sigue siendo un no? Tengo mucho más arsenal bajo la manga…

Solté un gruñido frustrado.

—¿No va a parar? —Pregunté a Crystal suplicante.

Ella se rio.

—Tengo la sensación de que pronto lo sabremos, aunque puedes decirle que sí de una vez y acabar con este sufrimiento tuyo, tengo la sensación de que esas de ahí están planeando tirarte por las escaleras.

Miré hacia las chicas que se encontraban al otro lado del estudio. Mads, Loren y Jennifer lanzarnos miradas envenenadas mientras decían algo en voz baja.

—No las culparía.

Ella se rio.

—La envidia mata.

Negué con la cabeza y metí la tarjeta en mi bolso.

—¿Qué hago? 

Crystal se encogió de hombros mientras agarraba al oso por sus brazos y se abrazaba a sí misma.

—Yo esperaría un poco más para ver qué más regalos me daría, ya sabes, para ver su potencial.

 

Mala idea. Sí, muy mala idea seguir ese consejo de Crystal. ¿Cómo lo sé? Porque lo seguí y ahora me encuentro encerrada en el cuarto de la limpieza tres días más tarde con una cesta de regalos con productos eróticos.

¿Pero qué demonios tenía ese chico en la cabeza?

¿A quién se le ocurre enviar a un instituto una colección de condones y geles lubricantes?

Dios, me siento tan pero tan avergonzada. Ojalá la tierra me tragara y así pudiera desaparecer.

 

Al menos nadie me había visto con ella, lo habían dejado en mi taquilla. En cuanto la abrí y husmeé la cesta cerré la taquilla de golpe, como si quemara bajo el tacto de mi mano.

Era hora de comer y yo me escondía de todos. 

Miro la cesta que está envuelta con papel transparente durante un segundo.

—¿Qué coño hago contigo?

Suspirando, con manos temblorosas, entreabro la puerta, no había moros en la costa.




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