Amelia
Hay cosas que una mujer nunca imagina que va a considerar. Y sin embargo, acá estoy, con un contrato en la mano, las manos temblando y el corazón latiendo tan fuerte que me cuesta respirar. El sobre me lo entregaron en la puerta de mi casa, sin remitente, sin aviso. Pero no hacía falta leer el nombre para saber de quién venía. Dante Leoni no necesita firmar nada para hacerse notar. Su presencia está en el olor del papel, en la caligrafía perfecta de las cláusulas, en la forma en que todo está medido para seducirme… o atraparme.
No lo abrí de inmediato. Lo miré durante horas. Lo dejé en la mesa de la cocina mientras le daba la medicación a mamá, mientras la ayudaba a sentarse, a sonreír aunque le cueste, a agradecer por nada. Ella no sabe que no llegamos a fin de mes. No le conté que rechacé la ayuda de Dante. Porque si se entera, me obligaría a aceptarla. Y eso… eso sería rendirme.
Pero anoche, cuando mamá se durmió, volví a mirar el sobre. Y lo abrí. Pensé que iba a encontrar una oferta para una campaña, un contrato como modelo, algo laboral. Pero no. Lo que encontré me dejó helada. Palabras que nunca pensé leer. Una propuesta clara: dinero, estabilidad, atención médica para mamá, todo lo que me falta… a cambio de algo impensado.
Un hijo.
No decía directamente cómo, pero hablaba de un "acuerdo de concepción", de "discreción absoluta", de una cantidad de dinero que no había visto ni en sueños. Y lo peor: un plazo. Tres meses para quedar embarazada. De forma natural. Una cláusula que apenas se menciona, escrita en lenguaje técnico, pero clara si la leés con detenimiento. No hay inseminación artificial. No hay distancia. No hay frialdad.
Hay sexo.
Con Dante.
Me levanté de golpe, como si el contrato quemara. Caminé de un lado a otro sin saber qué hacer. Quise romperlo. Tirarlo. Pero no lo hice. No podía. Porque aunque todo en mí gritaba que esto era una locura, una perversión, una trampa… algo más profundo me empujaba a considerar.
Mi madre. Su voz débil. La enfermera que me pidió un aumento que no tengo cómo pagar. La clínica que amenaza con cortarnos el tratamiento. El miedo de quedarme sola con ella deteriorándose frente a mis ojos. ¿Cuánto vale una decisión así cuando lo único que amás se está apagando?
Esa noche no dormí. Y al día siguiente fui a trabajar como si nada. Pero no era la misma. Dante no apareció. No se hizo ver. Y eso fue peor. Porque lo sentí más presente que nunca. Como si supiera que yo estaba desmoronándome en silencio. Como si disfrutara de la espera.
En el estudio nadie notó mi estado, o fingieron no notarlo. Scarlett, la asistente de Dante, me saludó con una sonrisa profesional, pero su mirada me evaluaba. Estoy segura de que ella sabe. Que todos a su alrededor saben. Que soy la única que todavía finge que puede decir que no.
Esa tarde fui a ver a mamá. La encontré dormida, con el rostro más pálido que nunca. Me senté a su lado y le tomé la mano. Me puse a llorar sin hacer ruido. Como una nena que ya no puede más. Y en ese momento, pensé que tal vez lo que me repugna no es el contrato. Es lo que dice de mí que lo esté considerando.
¿Y si acepto? ¿Y si le doy ese hijo que quiere? ¿Y si me dejo poseer por ese hombre al que no puedo entender, pero que siento clavado bajo mi piel desde el primer día?
No sé qué me da más miedo. Si lo que me está proponiendo… o cuánto deseo hacerlo.