Por medio de palabras

7

Rain

Todo el mundo dice conocerte, hasta que se sorprenden por tus acciones y, entonces te das cuenta de que nunca fue así y vuelves a estar solo.

 

 

Saqué la llave de mi bolsillo mientras que Archie se reía por aquel despiste tonto, por suerte, April ya no estaba allí y no tenía que soportar su mirada juzgadora. Porque parecía que te fuera a someter a juicio, un juicio en el cual ya sabes tu condena, pero no tienes otro remedio que escucharlo una y otra vez.

—Pues no me pareció así, ¿sabes?

Me reí y comencé a buscar mi libreta por todos lados, estaba seguro de que la había dejado cerca y no la encontraba.

—Pues te aseguro que es muy borde.

—Creo que solo contigo.

Moví mis libros, seguidamente también los de ella para encontrarla. Ahí estaban todos mis apuntes y debía de llevarla.

—Bueno, pues la verdad es que no sé qué le he hecho. He intentado ser amable, sacarle algún tema de conversación… Pero nada funciona. —Negué con la cabeza y decidí mover los que estaban en mi estantería, concretamente todos sus libros de lectura—. Yo no la recordaba así.

—Tú recuerdas a una niña de… ¿cuánto? ¿Doce años?

—Sí, más o menos.

—Quizás sea hora de que sueltes a esa niña para conocer a la adulta.

—Ya, pero ¿sabes cuál es el problema? Que sé que esa niña sigue dentro, lo que pasa es que está muy oculta.

—¿Sabes que suenas como un pederasta?

Por poco me tropecé con su ejército de Converse y Archie se rio fuertemente por ello.

—Le gustan mucho.

—Son lo único que lleva y le quedan muy bien.

—Con que te has fijado en lo bien que le quedan las Converse, eh.

Eran unas zapatillas que usaba mucho, eso era algo que no había cambiado en absoluto.

Me reí y negué con la cabeza por aquello. Y no dudaba de que tenía razón, que ya no era aquella niña de doce años con una sonrisa enorme y sus ojos iluminados. Porque nunca pude sacarme de la cabeza la última vez que la vi. Allí, en la carretera, con los brazos cruzados y los ojos llenos de lágrimas. Ella nunca lloraba, nunca, y en ese momento se esforzaba muchísimo en no hacerlo. Veía aquel labio tembloroso, la primera lágrima caer por su mejilla y sus brazos contraerse como si estuviera aguantando con fuerza. Ni siquiera la abracé, le mostré una sonrisa mientras fingía que no lloraba y me subí al coche con mi madre. En ese momento en el que pensaba que yo no la veía, se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar. Ella nunca lloraba, nunca. Pero aquel día derramó más lágrimas de las que nunca había soltado. La miré por el cristal hasta que el coche giró, y ella no se marchó de la carretera.

En ese momento juro que me dolió el alma, en ese momento no sabía con certeza qué cambios iban a haber. Porque siempre tuve dos familias, una se acababa de romper y la otra la estaba dejando atrás. Con catorce años podía resultar difícil dejar muchas cosas atrás, y sobre todo a esa niña que tenía un carácter fuerte e imparable. Esa niña que sonreía, te hacía reír y se encontraba nerviosa por su primer año de instituto. Mi madre aseguraba de que mis sentimientos hacia ella iban mucho más allá de una simple amistad o fraternidad. Aseguraba que por mis ojos iluminados al verla estaba enamorado, pero ¿qué niño no estaría enamorado de una niña así? Y ahora ese niño no encuentra a esa niña, por eso anda un poco perdido.

Saqué alguno de sus libros e hice que uno en concreto rebotase en la cama y cayese al suelo. Se había abierto por la mitad y de dentro había salido una libreta pequeña. La observé bien, primero el libro que tenía un agujero en el centro de las páginas y después la libreta abierta que estaba a mis pies. ¿Acaso era su diario? ¿Seguía teniendo uno? Era completamente negro y no ponía nada en la portada. Por eso lo cogí del suelo y contemplé la página por donde se había abierto.

—¿Es esa?

—No, esta libreta no es mía.

Allí había una especie de tabla, una tabla donde estaban apuntadas las calorías de cientos de alimentos. Pasé otra página y me encontré con días de la semana, en ella ponía las calorías que había consumido durante el día, también las que había perdido y así… Lo que me sorprendió y preocupó es que en algunos días no superaba las cincuenta calorías.

Yo sabía que no estaba bien que lo mirase, que era invadir su privacidad, pero era preocupante aquello. Cualquiera se alarmaría, yo desde luego lo hice y quise darle alguna lógica explicación.

Archie se acercó a mí y lo miró por encima.

—Parece un control de calorías, esto lo he visto en las personas que sufren trastornos alimenticios. —Me miró arqueando las cejas—. La verdad es que es impresionante, pero no en el buen sentido. Se esfuerzan mucho en tener el control de todo.

Cerré la libreta y apreté mis labios.

—Supongo que será de algún trabajo… o a saber. ¿No? —En ese momento repasé la conversación que había tenido con mi madre la noche anterior.

Después de enviarle la foto no me dijo nada, pero la noche siguiente me llamó preguntándome por ella, por April. Decía que la veía muy demacrada y con ojeras prominentes en sus ojos. Le había repetido de que estaba bien, que solo estaba cansada porque la universidad era agotadora. Pero… ¿Y si no era solo por eso? En las semanas que llevábamos nunca la vi en el comedor, en realidad, jamás la vi comiendo nada y eso que compartíamos habitación. Quizás es que nunca habíamos coincidido, o quizás es que su horario era muy distinto al mío.

Guardé la libreta donde estaba y dejé el libro donde me lo encontré en la estantería, era el único libro de ficción entre todos los de romance que tenía. Por supuesto que no destrozaría un libro de los que le gustaban para ocultar algo así, y eso me dejaba claro que lo estaba ocultando. Que no quería que alguien lo encontrase con tanta facilidad.




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