Por medio de palabras

25

April

Un buen día mi niña interior dejó de sonreír, y un buen día la hiciste reír a carcajadas de la nada.

 

 

Mi abuela contemplaba el lago, siempre le gustó mirarlo porque sentía mucha paz. En ese momento yo la acompañé, exactamente no sabía qué mirábamos y la observaba de reojo. Sonreía de oreja a oreja, el viento movía su pelo largo rizado y suspiraba.

—El verano ha pasado muy rápido. —Pasó un brazo por encima de mis hombros y me acercó a su cuerpo—. Este año empiezas el instituto.

—Sí.

—¿Acaso estás triste?

—Rain se va…

Asintió varias veces.

—Lo sé, preciosa. Lo sé. Pero no se va para siempre.

Contemplé a los patos volar, los rayos del sol rebotar en el agua y el olor tan agradable que desprendía la ropa de mi abuela. Olía a suavizante, olía a flores.

—Quiero quedarme aquí contigo.

Soltó una carcajada y me abrazó con más fuerza.

—Ojalá mi amor, yo estaría encantada. Pero tienes que estudiar. A ti te gusta mucho estudiar.

—Pero también me gusta estar aquí, contigo.

Llamábamos granja a la casa porque era muy grande, una vez mi abuelo tuvo animales, pero solo durante una temporada. Lo único que seguían conservando eran las gallinas. En realidad, no se parecía en nada a una granja, la casa estaba renovada y parecía más una mansión. A mi abuela le gustaba ir a la moda.

—Algún día esta casa será tuya y de tu hermano. Así podréis venir cuando queráis.

Suspiré porque no me contentaba con ello.

—¿Podré vivir aquí contigo?

Pasó su mano por mi mejilla y negó con la cabeza.

—Creo que cuando quieras independizarte yo ya no estaré.

—¿Y dónde estarás?

—En las estrellas, en el viento, en la lluvia… Donde tú quieras.

—No lo entiendo.

—Tú solo disfruta, no dudes llenar esta casa con amor, porque tienes mucho amor que dar. Si quieres un gran consejo, no siempre la familia es de sangre, a veces encontramos el hogar con personas que no tienen nada que ver a nosotros. Y si las encuentras, no las dejes escapar.

Su último abrazo hizo que mi corazón se contrajese, me despedí de ella con la mano, después de llegar al coche corrí de nuevo entre sus brazos para un último abrazo y volví al vehículo dando por finalizado aquel verano. Ese verano que había sido muy feliz y en el cual había dado mi primer beso.

Ocho meses después mi madre recibió una llamada en mitad de la noche, una llamada que la dejó llorando por horas y en las que tuvimos que montarnos en el coche hasta la iglesia más cercana de la granja.

Mi abuela estaría horrorizada, ella siempre dijo que no quería un funeral, y mucho menos en una iglesia. Y, sin embargo, mi madre decidió organizarlo así porque decía que era lo más apropiado. Yo contemplé el ataúd abierto, no quise ni acercarme, no quería recordarla así. Quería que fuera mi viento, mis estrellas y mi lluvia. Y ese día llovió muchísimo. La tormenta era tan grande que hacía retumbar las paredes de la iglesia y pensé que estaba enfadada por no haberle hecho caso.

Creí que Rain vendría, pero no lo hizo y me enfadé. Mi abuela le tejió muchos gorros para que no pasara frío y él nunca apareció para despedirse de ella.

No me gustaba como la gente se acercaba y la miraba, no me gustaba su forma de decir «lamento tu perdida, lo siento». Nunca vi a todas esas personas con mi abuela, tomando su café o escuchando sus vinilos. Me preguntaba ¿dónde habían estado? Y entonces comprendí lo hipócritas que llegaban a ser, se quiere más a un muerto que a un vivo. Porque muerto no puedes echar las cosas a la cara, y mi abuela les hubiera cantado las cuarenta a todos.

Cumplí su promesa dejándonos la granja a mí y mi hermano, junto con una cantidad razonable de dinero para mantenerla mientras tanto. Había contratado a gente que la limpiase hasta que decidiéramos qué hacer con ella, nadie más que nosotros podríamos tocarla. Y yo no volví desde aquel verano, no quise. Creía que al regresar donde fue mi hogar, dolería y, la realidad de que mi abuela ya no estaba sería real. Porque en mi mente seguía en su porche, tejiendo y escuchando su música. Seguía cocinando su pan en el horno, seguía con su mermelada y todos los postres que guardaba en una libreta. Y si volvía, me daría cuenta de que ya no estaba, que ya no estaría.

Fue una mujer sorprendente, una hippie como la llamaba mi abuelo con amor. Ella siempre quiso mucho a Rain, lo tenía como un hijo más, hasta él se llevó parte de herencia y eso cabreó mucho a mi padre. El cual no se llevó nada.

Nunca le gustó, siempre repetía que mi madre merecía mucho más y ojalá hubiera estado viva para ver su divorcio, se hubiera sentido orgullosa. Y mi madre jamás se hubiera sentido sola.

 

Me desperté en la cama, Rain estaba allí, conmigo… Habíamos dormido juntos y yo no podía creérmelo. Sus brazos se encontraban estirados, mis manos en su pecho y las aparté cuando me di cuenta de ello. Tenía una extraña sensación en el pecho, era como si hubiera pasado la mejor noche en mucho tiempo. Su cuerpo desprendía calor y el frío había aumentado de golpe aquella noche. La verdad es que tenía los pies congelados, me incorporé despacio para no despertarle, pasé por encima de él y la cama comenzó a crujir. Por suerte no se había roto… Aunque tampoco me la volvería a jugar.

Me asomé a la ventana y vi esa capa de nieve en el suelo. No podía creérmelo y abrí los ojos de par en par. Me parecía tan bonito, como los árboles se cubrían por un fino manto.

—Siempre te has sonrojado al mirar la nieve… —susurró con voz ronca Rain.




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