La jóven extremadamente hermosa, con tez blanca como la nieve y pecas alrededor de toda su cara se despertó pero no precisamente de un sueño de belleza, más bien de una pesadilla. Cuando abrió sus ojos por primera vez lo único que pudo ver fue a ese doctor merodeandola una y otra vez. Entubada y con cables por todas partes quiso gritar pero no pudo. Tenía miedo de Bruno sin conocerlo si quiera.
Durante el tiempo que estuvo profundamente dormida pudo sentir la presencia de alguien. Se desilusionó mucho cuando al despertar no era más que ese extraño médico. Hubiera preferido ver algún familiar con ella o incluso a su loco ex que le disparó para intentar acabar con su vida; en lo cual Bruno se interpuso, para mala suerte de joven.
—Vas a estar bien, linda. Soy el doctor Smith. —Le dijo el médico por primera vez y al escuchar su voz pudo calmarse un poco. Intentó levantar la mano pero le era casi imposible. No obstante, Bruno, emocionado ante este gesto, la sujetó. Cuando Rosie sintió el contacto frío de la mano de Bruno se alarmó y la apartó. Le pareció haber sido tocada por un mismísimo muerto y eso que ella era la única en riesgo de pasar al otro mundo.
Los minutos siguientes el guapo doctor tuvo que abandonar la habitción y Rosie se quedó sola mirándo por la ventana. La frustración e impotencia de no poder moverse ni hacer nada por sí sola la innundaban de vergüenza. Intentó recordar lo sucedido días atrás con Michael pero esto solo le causó jaqueca. Sin ánimos de más nada se puso a pensar en el doctor. ¿Me habrá salvado? ¡Es injusto! Pensó Rosie. ¡Ya nadie se puede morir en paz sin que se interpongan la bola de médicos! Refunfuñó sin éxitos de ser escuchada y fijó su mirada en el techo.
Quería que un rayo le cayera encima y aliviara su sufrimiento. Intentó convencerse a sí misma de que los calmantes estaban ocasionando que pensara mal del Doctor Smith. Ver sus ojos por primera vez la llenó de miedo irracional por una milésima de segundo. Aunque no pudo negarle a su cerebro y corazón lo guapo que es.
Sin darse cuenta su primera noche de regreso pasó volando, el sueño era su mayor enemigo pero también la única oportunidad de tener paz de sus incansables pensamientos. Michael, pistola, asesinato era lo único en lo que podía pensar. No sabía a dónde ir luego de que saliera de su fastidiosa estadía. ¿Sería su casa un lugar seguro? La chica de pecas no lo pensaba así.
Al despertar la mañana siguiente quiso con desesperación uno de los fantásticos desayunos que se preparaba cada día, en cambio recibió la típica comida de hospital que sabe a enfermedad y depresión. Pusieron el respaldar de su cama con una inclinación de casi 90 grados y le dejaron el plato de comida en frente de ella. Rosie refunfuñó. La atención en el hosital estaba siendo terrible y ese doctor raro no había regresado ni siquiera para decirle en qué estado se encontraba. Sus brazos dolían a pesar de parecer estar intactos así que simplemente se quedó con el plato de comida enfrente. Tan cerca pero tan lejos a la vez. Contó con su mente los minutos que transcurrirían hasta que llegara alguien a darse cuenta de que estaba muriendo pero de hambre. Fueron exactamente 34 minutos.
Cuando vio entrar al Doctor Smith por la puerta su mal humor estaba a tope.
—Me estoy muriendo de hambre.—Le reprochó al doctor violentamente. Las palabras de su garganta salieron de forma amarga y aspera pues era la primera vez que hablaba.
Bruno, por otra parte, no esperó que esta fuera su reacción al entrar. Pensó que tal vez era más amargada de lo que creyó por lo que se predispuso a alegrarla como pudiera. —¿Rosie Marie?—Le preguntó. Ella lo fulminó con la mirada. —Tienes la comida ahí, puedes comértela.—Anunció Bruno y Rosie lo tomó como una burla.
—No estoy ciega, tarado. Solo me han disparado.—Dijo molesta.—Me duele todo el cuerpo, de verdad no tengo ni fuerza para llevar la comida a mi boca.—Se quejó apoyándose en la cama.
Bruno comprendió la situación por lo que se acercó a ella con las intenciones de darle la comida él mismo. Al percatarse de que esto no sería bien visto cerró la puerta y volvió su mirada a la chica de pecas.
—¿Por qué coño cierras la puerta?—Dijo Rosie exaltada con miedo en la mirada.
—Es para que no moleste el ruido de afuera y para que tengas toda tu atención en mí.—Mintió Bruno. La verdad es que quería ver si podía acercárce más para contemplar sus ojos sin que nadie de afuera lo juzgara.
—Solo dame de comer y dime si moriré.—Terminó Rosie amargada.
—No vas a morir.—Rosie soltó un suspiro de decepción y las sospechas de Bruno fueron acertadas. Salvó la vida de alguien que no quería ser salvado. —¿No te gusta que lo haya hecho?—Se atrevió a preguntar llamando la atención de la triste Rosie.
—Sí…—balbuceó.—O bueno mejor dicho no.—Corrigió apresuradamente. Bruno arqueó una ceja y negando con la mirada cogió entre sus manos el tenedor.
—Abre la boca. Tienes que comer.—Rosie hizo caso sin protestas ya que moría de hambre. No le importó que fuera rara la escena, al probar el primer bocado de la comida con sabor a enfermedad le supo a gloria pues su estómago estaba muy vacío. Cada vez Bruno tuvo que acelerar el ritmo en que le metía el tenedor en la boca. El silenció no ayudó mucho a sus pensamientos y sin darse cuenta tuvo una erección que pensó que no sería notoria.
Rosie, tragando placidamente la comida notó como los ojos del doctor se dilataban. Ella era extremadamente sigilosa y detallista. Sabía que algo le sucedía al doctor y que la tensión entre ellos era notori pero nunca pensó encontrarse con semejante cosa al bajar su mirada. Bruno apenado se sonrojó e interrumpió la comida de la chica de pecas para darle el reporte de cómo se encontraba.
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Editado: 02.05.2020