¿por qué yo, por qué aquí, por qué ahora?

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LA MILI

Estoy viendo una fotografía que muestra a un grupo de soldados vestidos con uniformes militares, caminando por un paisaje montañoso. El cielo está despejado, lo que contrasta con la actitud seria y fatigada de los soldados. Se puede ver que el ambiente es áspero y desafiante, reflejado en el terreno rocoso y la mirada de los soldados que parece que han estado caminando durante mucho tiempo. Y así era. Las marchas que hacíamos eran demoledoras. muchos nos teníamos que poner un hilo en las ampollas de los pies para que saliera el pus. Estamos hablando del año 1976. Yo tenía 18 años.

A lo largo del grupo, en la fotografía, se pueden observar mulos cargados con piezas de cañones, lo que indica que estábamos en una marcha o entrenamiento intensivo. Los soldados están vestidos con uniformes robustos y llevan correajes y otros accesorios. Aunque hay un sentido de camaradería entre ellos, también se percibe el rigor y la disciplina de la vida militar. En estas durísimas marchas, que duraban varios días, el capitán y el teniente iban a caballo.

El paisaje montañoso y árido añade una sensación de aislamiento y desolación, lo que sugiere la dureza y exigencia de un entrenamiento en alta montaña entre Huesca y la frontera con Francia. Es una imagen poderosa que captura un momento específico de mi vida en la mili, un momento que tuvo un profundo impacto para mí durante 18 eternos meses.

Las paredes del cuartel eran frías y desgastadas, testimonio del paso de incontables reclutas que habían servido allí a lo largo de los años. A pesar de la rigidez del ambiente militar, no eran los oficiales los que provocaban el mayor temor entre los nuevos reclutas, sino los veteranos. Habían estado allí el tiempo suficiente para aprender los trucos y trampas del lugar y no dudaban en hacer sentir su superioridad a los recién llegados. Todavía recuerdo a uno de ellos que se hacía llamar “el visa malo”. 

La primera vez que Emilio fue arrojado de su litera en la madrugada, fue a manos de uno de estos veteranos. Aún envuelto en el sueño, el frío del suelo lo despertó abruptamente, junto con las risas burlonas de los que habían hecho la travesura. Este tipo de "rituales de iniciación" se consideraban una especie de tradición no oficial, pero para los novatos, era una fuente constante de ansiedad.

Los desayunos en el comedor eran una experiencia en sí mismos. Platos con comida de aspecto cuestionable eran arrojados en sus bandejas con poco cuidado o consideración. La consistencia y el sabor eran tan malos que, a menudo, uno preferiría pasar hambre que intentar digerir lo que se les servía. Las conversaciones eran escasas, la mayoría se sumergía en sus pensamientos, planeando cómo sobrevivir otro día en aquel infierno.

Las guardias nocturnas eran el colmo del suplicio. No sólo debías soportar el frío penetrante de la noche, sino también estar alerta, incluso cuando tus ojos luchaban por mantenerse abiertos. La monotonía era interrumpida ocasionalmente por alguna broma pesada de los veteranos, como rociar agua fría o hacer ruidos extraños para asustar al novato de turno.

El paso del tiempo en el cuartel parecía eterno. Cada día era una repetición del anterior, con pequeñas variaciones de miseria. 

El un cuartel, cuando no se estaba de marcha, la sensación era de rutina disciplina y amenaza de los veteranos y el alcohol era la moneda de cambio, el elixir que aliviaba las penas y la anestesia que ayudaba a olvidar, aunque sólo fuera por unas horas, las miserias diarias.

Emilio, al igual que muchos otros, se sumergió en este vicio desde sus primeros días. Después del agotador entrenamiento o las interminables guardias nocturnas, una botella compartida era el único consuelo. No era raro ver a grupos de soldados reunidos en rincones oscuros, pasándose una botella o enrollando furtivamente "canutos", todo en un intento de escapar de la realidad que los rodeaba.

Con el tiempo, lo que comenzó como un alivio ocasional se convirtió en una necesidad. Emilio y sus compañeros buscaban cualquier oportunidad para beber, incluso si eso significaba consumir sustancias que ni siquiera estaban destinadas al consumo humano. Durante una particularmente dura marcha por la montaña, cuando el alcohol se agotó, la desesperación llevó a algunos a beber colonia. Aunque quemaba la garganta y dejaba un sabor amargo, al menos ofrecía un breve respiro de la sobriedad y la cruda realidad.

Estas sustancias se convirtieron en una espada de doble filo. Mientras proporcionaban un escape momentáneo, también eran fuente de conflictos. Peleas por una botella o discusiones acaloradas bajo su influencia se convirtieron en algo habitual. Sin embargo, a pesar de los problemas que causaban, el alcohol y los "canutos" seguían siendo vistos como un salvavidas en un mar de desesperación.

El servicio militar fue una época de contrastes para Emilio. Por un lado, fue testigo de la crueldad humana, incluso conoció a algún  compañero que tenía marcas de balas en las piernas,  y la dureza de la vida en el cuartel. Por otro lado, también experimentó la camaradería y la solidaridad entre algún compañero que compartía los mismos sufrimientos. 

La rigidez y la disciplina del cuartel iban más allá de las simples rutinas diarias. Emilio solía recordar los días específicos de entrenamiento de tiro. Con sus manos, aún no endurecidas por el rigor militar, sostenía esos viejos fusiles Cetme, cuyo peso parecía desproporcionado y cuya mecánica parecía haber quedado atrapada en el pasado. El retroceso del arma al disparar era casi tan intimidante como el sargento que gritaba órdenes, corrigiendo posturas y apuntando errores. Aunque era una habilidad vital para un soldado, Emilio no podía dejar de pensar en la paradoja de aprender a disparar en un mundo que anhelaba la paz.

Luego estaban los días de práctica de desfiles. A Emilio le resultaba patético. La idea de marchar al unísono, vestido con un uniforme que no se sentía propio, bajo el ardiente sol, parecía una cruel burla. No podía comprender la necesidad de tal demostración de "disciplina y unidad" cuando todos en el cuartel sabían que era solo una fachada. Marchaban como autómatas, sin alma ni propósito, mientras el mundo exterior seguía su ritmo, ajeno a sus miserias.



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En el texto hay: yo, aqui, ahora

Editado: 17.01.2024

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