¿por qué yo, por qué aquí, por qué ahora?

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Fibralecqui

 

Mis dedos se detienen sobre el teclado, la respiración contenida, mientras las imágenes en la pantalla me invitan a un viaje al pasado, cuando tenía 17 años. Esas fotografías que ahora veo en google maps son como un portal a la historia de mi vida, algo que me impulsa a levantarme y decidir ver en persona, una vez más, las instalaciones de Fibralecqui, ahora abandonadas.

Cierro el ordenador y me dirijo hacia el antiguo polígono industrial. Al llegar, el silencio es abrumador, un fuerte contraste con el bullicio que una vez caracterizó este lugar. Me adentro en el espacio abandonado, y allí, al fondo, veo el cobertizo donde mi padre pasó tantos años de su vida.

Lo imagino en la puerta, como si el tiempo se hubiera detenido. Anacleto, con su delantal de cuero que le protegía el pecho y las piernas, las botas de goma altas que resguardaban sus pies de los charcos químicos, guantes que cubrían sus manos laboriosas, gafas de seguridad que ocultaban parcialmente su mirada intensa y una gorra que recogía su cabello, evitando que cayera alguna hebra en la mezcla peligrosa de su trabajo.

El proceso de cromar metales era peligroso y tóxico, un trabajo que requería precisión y cuidado, un equilibrio entre la artesanía y la exposición a los vapores nocivos. Me quedo un momento en silencio, honrando la memoria de mi padre, su dedicación y el sacrificio que realizó por nosotros.

A pesar de la toxicidad de su labor, él siempre mantuvo su espíritu inquebrantable y su optimismo. Cada día, al volver a casa, dejaba atrás el cobertizo y sus peligros, pero nunca su pasión y su ética de trabajo.

El aire huele a óxido y a tiempo; respiro hondo y me siento invadido por la nostalgia y el respeto. Aquí, en este lugar ya olvidado, está la esencia de Anacleto, el legado de un hombre humilde y trabajador que, con sus manos y su esfuerzo, construyó el futuro de su familia.

Camino por el recinto, cada paso es un eco de los años pasados. La fábrica cerrada desde hace muchos años, el silencio, la ausencia de vida, todo contribuye a la atmósfera del final de una era. Pero para mí, Emilio, esto que veo  no es solo el final de una industria que un día fue efervescente, sino también un recordatorio de la resistencia, la fuerza y el amor de un padre por su familia. Y con esa imagen de Anacleto en mi mente, decido que su historia, nuestra historia, merece ser contada.

Veo el edificio industrial compuesto por dos pabellones. En el centro, un edificio de techos rojos muestra signos de un gran deterioro, de total abandono. Era donde se realizaron procesos clave como la fabricación de aislantes eléctricos de fibra de vidrio. El pabellón adyacente, con sus techo gris era donde se manufacturaban productos de amianto y parachoques de coches.

La calle de entrada, muestra la caseta donde estaba el guarda, ahora abandonada y desgastada. El asfalto, agrietado y manchado por el tiempo, conduce a lo que era una zona de carga o acceso principal, ahora marcada por grafitis y signos evidentes de deterioro. La vegetación desbordada y la falta de mantenimiento indican que el lugar ha estado abandonado durante años. Los edificios que se observan al fondo tienen ventanas rotas y puertas abiertas, dejando entrever una época de actividad frenética y máquinas ruidosas, ahora sustituido por un silencio pesado, casi fantasmal.

Recordando la actividad de aquella época, imagino el constante ir y venir de camiones cargados con materiales y productos acabados, el sonido de las máquinas trabajando sin cesar y los trabajadores, como Anacleto y más tarde yo mismo, dedicados a sus tareas diarias. La energía y el bullicio de un tiempo de prosperidad industrial se contraponen con la quietud y el abandono actual de estas instalaciones, ofreciendo un recuerdo melancólico de lo que alguna vez fue un lugar lleno de vida y trabajo.

En aquel entonces, mi juventud se mezclaba con una sensación de fracaso, la resignación de quien no había podido continuar en los estudios. Recuerdo la mezcla de olores químicos que impregnaba el aire, el calor sofocante cerca de las máquinas, y el sonido ensordecedor que hacía necesario elevar la voz para ser escuchado.

Fibralecqui no era solo el lugar de trabajo de mi padre, sino también el escenario donde yo daría mis primeros pasos en el mundo laboral. Durante ese año previo al servicio militar y los dos años siguientes, la fábrica me enseñó el valor del trabajo duro y la humildad de ganarse la vida.

A pesar de la dureza del trabajo, había un sentido de camaradería entre nosotros, los trabajadores, unidos por la dureza del trabajo y las pequeñas alegrías de los descansos compartidos. Sin embargo, la sombra de lo que podría haber sido, si mis días en la escuela hubieran sido distintos, siempre se cernía sobre mí.

El aire se llena de mis recuerdos mientras me alejo de lo que queda de Fibralecqui. Aunque la empresa cerró, en mi mente y en mi corazón, los recuerdos de aquellos días siguen tan vivos como siempre. La imagen de mi padre, empeñado en su labor, y la experiencia de mis primeros años de trabajo son capítulos que me han formado como la persona que soy ahora. 

Mientras camino por los pasillos silenciosos de lo que fue la fábrica Fibralecqui, mi mente viaja a los días en que la vida tenía un ritmo diferente, marcado por los turnos y las sirenas que indicaban el inicio y el fin de la jornada laboral. Recuerdo con cariño aquel pequeño coche que compramos, el mismo que aparece en la foto de Villatuelda. No era solo un medio de transporte; era un símbolo de libertad y progreso para nosotros.

Ese coche nos permitió disfrutar de uno de los pequeños lujos de la vida: poder ir a comer a casa. Aunque solo teníamos una hora para comer, mi padre y yo aprovechábamos cada minuto de ese trayecto. Era nuestro momento, donde las conversaciones fluían tan libremente como el paisaje que desfilaba por la ventana. Hablábamos de todo y de nada, y esas comidas en casa, que mi madre había preparado, en medio de la jornada laboral, nos recargaban de energía y nos daban fuerzas para continuar.



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En el texto hay: yo, aqui, ahora

Editado: 17.01.2024

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