¿por qué yo, por qué aquí, por qué ahora?

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Feliz Navidad, que paséis buena noche

 

Mis recuerdos sobre las Navidades en los primeros años en el País Vasco reflejan una experiencia rica en sencillez y alegría. Estos recuerdos destacan varios aspectos importantes de cómo la Navidad puede ser celebrada y experimentada, especialmente en un contexto de inmigración y comunidad.

La reunión de vecinos durante la Navidad fortalecía los lazos comunitarios. Para una familia inmigrante, éste era un momento del año muy especial.

Las comidas, aunque humildes, eran todo un festín y los mayores disfrutaban de bebidas, largas charlas, risas y juegos de cartas. Esto reflejaba cómo la esencia de la Navidad no reside necesariamente en la opulencia o en los grandes gastos, sino en la alegría y el compartir.

Los recuerdos jugando con otros niños en las escaleras de las viviendas hasta muy tarde en la noche destacan cómo experiencias simples me dejaron una impresión duradera y feliz de esos años. 

Recuerdo a mi padre partiendo turrón duro con un cuchillo y un martillo, y los villancicos y los programas de televisión compartidos con vecinos. Todo un cuadro vívido de momentos navideños entrañables y llenos de tradición.

La imagen de mi padre partiendo el turrón es una escena que nunca olvidaré. Esta acción, aunque simple, es para mí un símbolo poderoso de aquellas Navidades.

Y qué decir de los Villancicos. Estas canciones, a menudo alegres y emotivas, contribuyeron a crear un ambiente festivo y fueron una forma de conectar con las tradiciones y el espíritu de la época.

Recuerdo que íbamos a ver la televisión donde unos vecinos,  aquellos programas especiales navideños, con ese derroche de alegría que siempre me hacían pensar más allá de las imágenes, quizás en un mundo amenazante por venir, quizás en todo ese derroche de aparente alegría compartida y en esas masas sociales atrapadas en unos momentos de felicidad.

Contemplo la pantalla mientras escribo y reflexiono sobre mi dolorosa situación actual durante  esta última Navidad.

Mi sensación de que existe un "mundo" separado entre mí y los demás refleja cómo el dolor y la tristeza pueden crear una barrera emocional. Cuando enfrentamos dificultades personales intensas, puede parecer que estamos aislados en nuestra experiencia, separados del aparente bienestar de los demás.

Frases como "que paséis buena noche", que son típicas en los saludos navideños, me suenan irónicas o incluso dolorosas cuando estamos sufriendo tanto mi mujer y yo. 

La Navidad viene acompañada de expectativas de alegría y celebración. Pero cuando la realidad es diferente, como en mi caso, este contraste puede intensificar sentimientos de tristeza, frustración o desilusión. 

Momentos como este me pueden llevar a profundas reflexiones sobre la vida, sus altibajos, y la naturaleza cambiante de la felicidad y el dolor. Estas reflexiones pueden ser dolorosas, pero también pueden ofrecer perspectivas y comprensiones importantes.

En tiempos de dolor, la necesidad de apoyo y comprensión se vuelve crucial. La conexión con aquellos que pueden ofrecer ayuda y consuelo, ya sean amigos cercanos, familiares o profesionales de la salud mental. En mi caso solo tengo a Olga, tan hundida como yo.

Esta Navidad del año 2022, marcada por circunstancias difíciles y dolorosas, contrasta profundamente con los recuerdos felices de mi infancia. La vida puede llevar a experiencias y sentimientos muy distintos en diferentes etapas, y las festividades pueden verse ensombrecidas por eventos trágicos. 

La comparación entre las Navidades felices de la niñez y la difícil Navidad actual destaca cómo nuestras experiencias y percepciones de las festividades pueden cambiar drásticamente con el tiempo. Mientras que la infancia a menudo está marcada por la inocencia y la alegría, la edad adulta puede traer consigo realidades muy duras.

La angustia económica, un hijo de 27 años que es una carga terrible, el abandono de mi familia y amigos, el trágico accidente de mi suegra el día de Nochebuena y la enfermedad de un cuñado son eventos que pueden abrumar cualquier espíritu festivo y llevar a un estado de tristeza, angustia y estrés. Estas situaciones subrayan cómo eventos inesperados pueden cambiarlo todo.

Aunque la presencia de mi hija, que ha venido del extranjero, es algo maravilloso, también puede ser agridulce. Puede brindar consuelo y apoyo, pero también puede resaltar las dificultades que estamos enfrentando su madre y yo.

Olga y yo enfrentamos una Navidad terrible este año. A pesar del ambiente festivo, la comida especial, las luces decorativas y los mensajes de felicitación que se envían unos a otros por doquier, hay una sombra de melancolía que no logramos disipar. Este año, encontramos un consuelo solitario en el alcohol y el tabaco, un escape temporal de una tristeza que no podemos expresar abiertamente.

Frente a nuestra hija mantenemos una fachada de normalidad y felicidad. Nos esforzamos por sonreír, participar en las celebraciones navideñas y mantener las tradiciones de la familia. Sin embargo, cada gesto y cada palabra es un esfuerzo, un acto de apariencia para proteger a nuestra hija de nuestro dolor interno.

En privado, nos refugiamos en el alcohol y el tabaco y pensar en lo que hay que comer ese día, buscando en estos hábitos un consuelo efímero para nuestro desánimo. Estos momentos nos ofrecen un respiro, un espacio donde no necesitamos fingir, donde podemos ser honestos con nuestros sentimientos, aunque solo sea por un instante.

El contraste entre el espíritu festivo de la Navidad y nuestro estado de ánimo es marcado. La casa está adornada con luces y decoraciones navideñas, la mesa está llena de platos tradicionales, y el aire lleva sonido de música y risas. Pero para nosotros estas festividades son como si pertenecieran a otro mundo.



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En el texto hay: yo, aqui, ahora

Editado: 17.01.2024

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