Por Siempre en tus Brazos

Prólogo

El accidente

Dana

Después de cuatro años, al fin me ascendían a Sargento Segundo de la Infantería. El evento fue informal, pues estábamos a punto de salir a una misión, así que el teniente tan solo me felicitó y colocó una insignia en mi manga delante del pelotón que estaría a mi cargo, dieciséis hombres (cuatro escuadras) que ya conocía. Nuestro nombre clave era Pelotón Pantera, el cual nos gustaba.

Yo era una mujer en un mundo de hombres. Mi papá, Daniel, me había enseñado a ser fuerte, a no rendirme y allí estaba yo… subiendo como la espuma, exigiéndome el doble porque así era para las mujeres en ese medio, sin embargo, lo estaba logrando.

Los dieciséis cadetes, alineados uno junto al otro, hicieron el saludo marcial golpeando los tacones de sus botas y se sintió bien ese momento.

Salimos a nuestra misión en el convoy por aquel desierto. El polvo se levantaba con el pasar de los neumáticos por aquel pueblo olvidado y arenoso.

Los chicos bromeaban con rudeza y de forma pesada, pero ya me había acostumbrado a los codazos y empujones cuando el chiste era muy bueno. Recordaba ver los morados en mis brazos cuando empecé, ellos se reían golpeando mi hombro o espalda, pero ya con entrenamiento y músculos, no me pasaba ni importaba. Yo era la única chica del pelotón y eso me encantaba.

Debíamos inspeccionar unas viviendas familiares para hacer una requisa, pues se habían identificado elementos terroristas en ese lugar. Era tan extraño ver hombres de familia poniendo a sus seres queridos en riesgo por una causa que a mí parecer era absurda.

Mis hombres comenzaron a entrar en fila uno tras otro después de un gesto del primero que con la mano les indicaba avanzar. Cuando habían pasado unos ocho o más, comencé a escuchar por la radio "Aquí no hay nadie, Sargento, nada".

Aquello me pareció extraño y tuve un mal presentimiento. Miré hacia la derecha, estábamos a mayor altura, y vi un extraño brillo en la terraza de un edificio. Saqué mis binoculares y vi, nada más y nada menos, que a un hombre apostado sobre el suelo con una bazuca apuntando en dirección a nosotros y otro con un gran rifle usando su mira telescópica. Tenía que actuar rápido, así que corrí hacia el edificio ordenándoles que salieran por radio y con gritos.

La mayoría salió, pero un par seguía en la planta de arriba, esos eran mis hombres, mis hermanos. Comencé a subir las escaleras del lugar, pero uno de los cabos, Murphy, quien parecía siempre muy preocupado por mí, me tomó por el brazo diciéndome:

—¡Salga ya, Sargento!

—Sal tú, Murphy, ¡es una orden! —le indiqué.

Ascendí lo más rápido que podía, saltando de tres en tres escalones, llamando: "¡Cruz! ¡Spencer! ¡Salgan ya! ¡Es una trampa!" y… ¡Bum!...

Sentí que volaba y daba vueltas por el aire, se me hizo largo y lento aquello. Caí lejos y vi como un gran escombro se acercaba a mí con velocidad, dándome en la cabeza, de algo había servido el casco. Allí comencé a sentirme muy mareada, no sentía nada, y escuchaba un silbido agudo en mis oídos. Extrañamente, aparecieron imágenes en mis pensamientos, la foto de mamá y papá en la entrada de la casa, abrazados y sonrientes, el rostro de mi hermana durmiendo.

Vi a Murphy acercarse corriendo, lanzándose de rodillas donde yo estaba, derrapando sobre el polvo. Comenzó a remover los escombros que tenía encima y luego quitó mi casco roto gritando "¡Médico!, ¡Médico!, ¡Sargento…! ¿Me escucha?!", y desaparecí.




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