Por Siempre Juntos

IV.

Ha-In hablaba con exactitud tres idiomas, el coreano, ruso y el inglés. No era, no le gustaba aprender un idioma nuevo, era más difícil para ella cada vez que iba creciendo.

Odiaba el cambiar de casa, el cambiar de escuela. El irse a otro país.

Ha vivido más tiempo en Inglaterra, más de lo que vivió y/o creció en el país en el que nació. Si era sincera, extrañaba un poco Rusia, de lo que apenas recordaba; extrañaba que sus padres estuvieran a su lado. Aún cuando llegó a Corea del Sur, estuvieron a su lado, bueno, en menor tiempo que antes; hasta que llegó a Inglaterra, donde apenas y veía a su padre, su madre estuvo con ella hasta que Ha-In cumplió diez años.

Ha-In Park Kuznetsova, fue su nombre de nacimiento, anhelaba tanto cumplir la mayoría de edad para cambiarse ese nombre que le recordaba que sus padres jamás la iban a ver con tanto cariño como ella quería. El nombre que ella quería era Hanie, un lindo apodo que le había dado su mejor amiga a los seis años, y que se volvió cada vez más especial cuando lo escuchaba de los labios de su amado novio.

Ha-In había nacido en Ekaterimburgo, una ciudad en Rusia, desde su perspectiva de dos años, se le hacía la ciudad más hermosa que había conocido; no tenía muchos recuerdos de Rusia, anhelaba regresar algún día a su lugar de nacimiento, esperando el día de ver a sus familiares y enseñarles en la chica en la que se había convertido.

Pero un día se mudaron a Corea del Sur, a Daegu para ser precisos, en ese lugar ella creció con una cultura muy diferente a la que recuerda de Rusia. El respeto a sus mayores era lo principal que habría aprendido. Las palabras coreanas se le hacían complicadas al referirse a alguien mayor: sunbae, ssi, oppa, unnie, nuna, hyung; escuchaba que lo decían mucho, pero ¿A quién se lo decía?

Cuando hablaba con otro niño, con el coreano medio, de su edad, no sabía cómo llamarlo, aparte de su nombre. Muchas veces la regañaban en la escuela por no hablar con respeto a sus profesores, pero ¿Cómo se debía referir a sus maestros?

Su padre no estaba en casa como para preguntarle acerca de las dudas sobre el nuevo idioma que estaba tratando de poner en práctica, y su madre apenas y lo entendía, hablaba un coreano muy básico, que solo servía para hacer las compras de la despensa o pedir indicaciones. Tampoco ayudaba que su madre le hablara en ruso.

Pero lo intentaba.

Bueno, eso creía ella.

Su madre estaba con ella todos los días, pero a la vez parecía que no estaba. A veces le hacía caso, a veces no.

Trataba de estar feliz todo el día, jugando con las cosas que tenía en casa, pero jamás pudo sentirse feliz.

En el tiempo que le costó acostumbrarse a Corea, ya se estaba yendo hacía Inglaterra, un lugar más nuevo, ya que ni podía hablar ese idioma.

Aún así, conoció a Samaelle, casi al inicio de que se mudó. Tenía una amiga con la que estaba aprendiendo el idioma.

No fue a la misma primaria que Samaelle, lo que la desalentó, ya que no encontraba confianza en nadie que la acompañara.

Los años pasaban, Samaelle siempre estaba a su lado escuchando todo lo que dijera, pero Samaelle jamás decía nada como para ayudarla.

Cuando cumplió los diez años, fue la última vez que vio a su madre en casa. Sólo volvía por ropa o por cualquier cosa, nunca se quedaba por más de tres horas.

Ha-In empezó a sufrir depresión cuando cumplió once años, cuando comprendió que no había nadie a su lado como para hacerla sentir bien. Samaelle, su única amiga, no estaba siempre con ella, como le gustaría.

Samaelle jamás se puso en sus zapatos y trató de ver el mundo que ella veía, Samaelle se preocupaba por ella, pero no al punto que realmente quería.

Cuando se dio cuenta que tenía depresión era demasiado tarde, la noción del tiempo se le iba, a veces solo dormía por horas, otras veces podía estar como si nada, pero las veces que no, se perdía por todo el día.

Cuando entró a la secundaria, le tocó con Samaelle, quien se había cortado el cabello de un día para otro, lo que hizo que Ha-In se sintiera excluida por no contarle lo que realmente las cosas que le pasaban.

Samaelle hablaba menos de lo que Ha-In recordaba, pero nunca le reclamó. A veces llegaba a odiar la forma en la que Samael la veía, como si fuera con desprecio, pero sonreía hacía Samaelle, que se veía cada vez más fastidiada.

Trataba de hacer lo posible para igualarla en sus calificaciones, se sentìa en una competencìa la cual jamás podría ganar, al menos no contra Samaelle; Samaelle la hacía sentir mal, siempre la hacía sentir mal.

La única vez que volvió a sentir felicidad, fue cuando pasaron a la preparatoria, su corazón se agitaba hacía el chico llamado Henry. Y le encantaba como la hacía sentir. Lo amaba con locura, que si lo llegaba a perder, moriría.

Y realmente, ¿Sería capaz de morir únicamente por no querer perderlo?

—¿Hanie? Resiste… por favor, resiste —

Las palabras que Henry repetía, se escuchaba en eco, mientras su vista era cada vez más borrosa, hasta que todo se volvió negro, solo podía escuchar las palabras de Henry, las voces en el fondo, las únicas dos que reconocía eran las de Samaelle y la de Henry.



#7940 en Novela romántica

En el texto hay: accidente, autosuperacion

Editado: 03.04.2024

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